Ya construyen casillas en Lugano
Después del intento de desalojo del viernes, los ocupantes del predio de Villa Lugano comenzaron a fabricar casillas de madera y chapa; muchas de las familias ya cuentan con energía eléctrica proveniente de conexiones ilegales
Con tirantes de madera, chapas retorcidas, caños, pedazos de paneles de fibra de vidrio o cualquier otro material más resistente que una lona o una sombrilla, los ocupantes del predio lindero a la villa 20 continuaron ayer la construcción de casillas en los más de 500 lotes que fueron subdivididos desde el lunes con cintas y cables. A pesar de que aún no se resolvió el conflicto y no saben si podrán permanecer en el terreno, la mayoría de las familias ya tienen acceso a energía eléctrica a través de conexiones ilegales.
Todos aún conviven con el temor de un posible desalojo luego de que se frustró el operativo previst, anteayer, con decenas de efectivos de la Policía Metropolitana desplegados por todo el perímetro del predio. Pero están dispuestos a defender a machetazos lo que ya consideran su tierra. "Vamos a resistir. Si nos pegan, vamos a resistir igual", dijo Beatriz a LA NACION mientras cuidaba una porción de terreno en el que una de sus hijas planea construir una casilla.
Cuando contaba que desde hace 40 años vive en la villa 20, que esperó nueve años la promesa de una vivienda y que en su casa de cuatro habitaciones viven 25 personas (14 adultos y 11 niños), Beatriz se distrajo por los gritos que llegaron de lo que era algo parecido a la manzana de enfrente. "Me importa un carajo tu hermana. ¿Vos querés pelear? Vamos a pelear", desafió una mujer a otra. Y ahí nomás se tomaron de los pelos, se revolcaron entre los yuyos y, a los manotazos, siguieron increpándose. "Es muy triste que pase esto. Es muy doloroso", resumió Beatriz, secándose algunas lágrimas y con la vista puesta en la mujer que, con el machete en la mano, se paró desafiante en el terreno que se ganó.
"¿Sabés lo que pasa? Acá hay muchos que están haciendo un negocio. Vienen de prepotentes a copar la parada. Te sacan tu terreno y después lo venden", contó Marcelo, que cuidaba la carpa donde pasó la noche. Allí planea vivir con su mujer y su hija. Como él, la mayoría de los ocupantes alquilan una pieza en la villa 20. Pagan un monto mensual de entre $ 600 y $ 1200. De las precarias casillas que están al lado del predio salen los materiales con los que se construyen las nuevas viviendas. Son los mismos habitantes de la villa los que donan las chapas o las maderas.
"¡Dale, Negrita, que esto se descongela!", gritó Manu, con la voz rasposa y vestido con la camiseta de Boca. Se apuraba porque llevaba una bolsa con carne picada, un paquete de ravioles, un tomate triturado y una leche. "Voy a ver quién la necesita. Hay que dársela a alguno de los pibitos", dijo, y salió en la búsqueda. En la casilla, de madera y cortina de tela, la "Negrita" se quedóal lado de las ollas en las que su suegra estaba a punto de cocinar un guiso con los paquetes de fideos donados por los vecinos de la villa. A la mañana, allí se hizo una leche popular para los chicos de la toma. Que son muchos, sin contar los que vienen en camino. Que también son muchos.
Cerca pasó Osvaldo, sin muchas preocupaciones aparentes, por entre los senderos que están marcados y que serán los pasillos de la nueva fortaleza. El Estado dijo presente en su cabeza, en la gorra amarilla con letras negras y la insignia de Pro que llevaba puesta. La asistencia ni siquiera llegó en forma de agua, un bien preciado sobre todo si se tiene en cuenta la cantidad de niños. "Hablé con el ingeniero [Mauricio] Macri y coincidimos en que si el fiscal hubiera actuado cuando había diez personas, era fácil desocupar el predio. Ahora, con más de mil, es muy difícil", dijo ayer la presidenta Cristina Kirchner durante el discurso de apertura del año legislativo. Sólo eso. El nuevo asentamiento podría terminar siendo para Macri lo que la villa Rodrigo Bueno fue para la gestión de Aníbal Ibarra.
Entre los pastizales se entrecruzaban los hombres que llevaban los materiales para sus casillas. Ingresaban sigilosos para sortear la guardia de cinco efectivos de la Metropolitana que caminaban por la vereda que da a la avenida Fernández de la Cruz. Había otros hombres que miraban atentos y se acercaron como en puntas de pie al ver el anotador blanco. "¿Estaría quedando algún terrenito?", le preguntó Emilio a LA NACION, con tono de pedir disculpas. "Es que estoy pagando un alquiler que ya se me hace difícil. ¿No habrá una parcelita", insistió. A los pocos metros otro hombre se acercó con la misma inquietud. La necesidad convertía a cualquiera con un anotador en alguien que tal vez loteaba terrenos.
Los primeros días fueron los más complicados porque las familias no tenían más que una carpa o una lona para pasar la noche. "Estamos con un ojo abierto y otro cerrado, con miedo, porque puede venir alguno y te saca", contó Beatriz. Ayer la postal era diferente, con varias estructuras en línea a las que faltaba ponerle el techo. "Una casita, lo único que quiero es una casita para mi hija", pidió.
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