Vuelta de Rocha: un día en un cuartel golpeado por la tragedia
Luego de la muerte de un compañero y con otro internado, los bomberos voluntarios sobrellevan el duelo cumpliendo su tarea
No salir por 24 horas. Ése fue el planteo que les hizo el subcomandante Johnn Olivares el miércoles a la noche, apenas llegaron del entierro del compañero Sebastián Campos y ya reunidos en el cuartel de Vuelta de Rocha. Los veía muy golpeados y él, como jefe del cuerpo, sabía que debía velar por la seguridad de los bomberos: contenerlos, no dejar que se cayeran. Ellos insistían en que querían salir. Pero la idea de un día sin cubrir emergencias podía brindarles un descanso. Ya estaba en su casa cuando cerca de medianoche le hablaron por radio: "Jefe, yo sé que lo que hice no lo tendría que haber hecho. Estamos en una intervención". Johnn se tomó unos segundos y le contestó: "Está bien. Cuidá al personal y avisame cuando lleguen al cuartel para saber que están todos bien". Seguir en servicio era el mejor homenaje para el compañero caído y para Facundo Ambrosi, quien sigue internado en terapia intensiva.
Son las ocho de la noche y acaba de comenzar un nuevo turno en el cuartel de Bomberos Metropolitanos Voluntarios de Vuelta de Rocha, ahí en La Boca, a dos cuadras del Riachuelo. Dos bomberos revisan la autobomba Ford 400 que acaba de volver de la calle. Le cargaron nafta, controlaron las mangueras. Adentro, en el casino de bomberos, donde está la cocina y la televisión, como durante todo el día, sigue encendida en Telefé, dos bomberos terminan de reparar una manguera de cisterna sobre la mesa donde se charla, se toma mate, se come.
Con el mate que le acaba de cebar su mujer en la mano y sólo diez meses de jefatura encima, Olivares reconoce que el del miércoles fue un golpe muy grande. Porque además con "el Flaco", como le decía él a Campos, se habían criado juntos desde chicos ahí, en el cuartel. "Nosotros decimos que tenemos un manual para todo, pero en situaciones como éstas no hay libro", dice.
Apenas ve entrar al cuartel a Nora Fernández, madre de Facundo y oficial encargada de tareas logísticas, Olivares se disculpa y se acerca a preguntarle qué novedades trae del hospital. Facundo está un poquito mejor. Pero son tantos los amigos y compañeros que lo visitan que los médicos pidieron que no lo estimulen demasiado. Nora vive enfrente, pero pasa tanto tiempo en el cuartel que todos dicen que es como si viviera ahí. La primera vez que lo pisó tenía 16 años. Fue durante un baile de recaudación de fondos, la misma noche que conoció al bombero Ricardo Ambrosi. Se casaron dos años después y tuvieron tres hijos. Ambrosi fue el comandante del cuartel hasta su muerte culpa del EPOC y la diabetes el año pasado. "Al principio rechazás la idea de que sea bombero. Después empieza a gustarte y al final vos también estás adentro", dice.
Todos son voluntarios. Para vivir, dependen de otro trabajo. Y en el cuartel, además, hacen trabajos solidarios para el barrio.
Facundo, ahora internado, es uno de los bomberos que viven en el cuartel. Tiene su habitación en el entrepiso. Abajo, junto a los trajes del resto, está colgado su estructural, como se llama al chaquetón y el pantalón de bombero. Su casco lo trae Nora. Es uno de los quince cascos franceses que les donaron a través de la embajada. Cada uno cuesta unos mil euros. A diferencia del resto, que son dorados, por su jerarquía de oficial es de color blanco. Nora muestra el impacto que quedó grabado sobre el casco, cuando les cayó la pared encima. "Por dentro te das cuenta de que quedó intacto. Sin estos cascos hubiera sido otra cosa", apunta Sergio Velázquez, uno de los directores de la institución. En ese momento, como si hubiera sabido que estaban hablando de su padre, aparece arriba de su bicicleta Abel, el hijo mayor de Facundo, con su remera roja del Gauchito Gil, igual a la que lleva puesta su mamá.
Juan Cruz D'Eramo, bombero instructor que llegó al cuartel hace un año, saluda al niño con un gesto cariñoso. Velázquez le pregunta si pudo descansar. Sí, finalmente sí. Había pasado 48 horas despierto desde la tragedia, y pudo dormir después de volver de la salida del jueves a la noche. Él fue uno de los que eligieron ir a ese incendio en un edificio. En el esfuerzo físico pudo descargar la bronca. Algo de eso había deslizado durante el velatorio, cuando un compañero se trabó y él tomó la palabra. "Más que llorarlo tenemos que honrarlo. Ponernos los cascos, las botas y salir de vuelta sabiendo que él estará con nosotros." Esa noche, sin embargo, cuando se relajaron un poco, casi sin darse cuenta se largaron a llorar.
Son las 19 y en el hall del cuartel no se ve a nadie. Afuera, un grupo de niños copa la calle justo enfrente del cuartel para jugar a la pelota. Entre ellos, está Santiago Herrera, cadete del cuartel de 13 años, hijo de Marcos, uno de los bomberos que intervinieron en el incendio de Barracas. "Mi viejo se salvó", cuenta y dice enseguida que él eligió ser bombero porque lo ve a su padre y le gusta lo que hace.
Suena el teléfono. Aparece un bombero y atiende. A los segundos, inesperadamente, suena la alarma. No se comprende por dónde aparecieron, pero enseguida hay más de una decena de personas en el hall y varios bomberos subiéndose a la autobomba sin siquiera haber terminado de cambiarse. En menos de dos minutos salen. Detrás, dos autos: uno manejado por Antonio Sette, presidente de la institución, y a su lado el cadete Herrera, que lleva un casco puesto; en el otro, Velázquez y Martín Sette, hijo de Antonio. El incendio era en el Borda: dos colchones. Nada grave.
De vuelta en el cuartel, Johnn Olivares dice que para ser bombero lo tenés que amar. "Si no tenés la camiseta puesta, no durás dos días", cuenta. Y recordando a su amigo Campos insiste en la idea de que además de un cuartel son como una familia.
Uno llega de la calle con unas bolsas. Nora sale a darle una mano. Otro se acerca. Esa noche habrá arroz con pollo. ¿Necesitan algo más? "Sólo ganas de comer", responde Nora. Mientras, en la puerta, donde el reflector ilumina la calle oscura siguen jugando los pibes del barrio.
Una madre que no pierde la fe
Facundo Ambrosi, su hijo, sigue en terapia intensiva
Nora Fernández
Oficial 2°del cuartel de bomberos voluntarios de vuelta de rocha
La oficial 2° Nora Fernández estaba en la guardia cuando sonó el teléfono del cuartel: pedían refuerzos para combatir un incendio en un depósito de Barracas. En la dotación salió su hijo, Facundo Ambrosi, de 25 años. "Facundo está en estado crítico, así que estamos a la espera. Pero confiamos en su fuerza para salir adelante. Nos sentimos muy acompañados por todo el cuartel", cuenta hoy. Se la ve entera. Tanto que sus compañeros bromean con que no pasa 24 horas, sino 26 horas al día allí.