Villa Devoto: un polo gastronómico que se consolida en las noches porteñas
Alrededor de la plaza Arenales, se instalaron bares, heladerías y restaurantes que convocan a un público joven; los comerciantes de la zona debieron adaptarse a la tendencia
Los alrededores de la plaza Arenales, en Villa Devoto, ya no son tan silenciosos como lo eran antes. Hace unos tres años empezaron a irrumpir una gran cantidad de bares y restaurantes. Creció lentamente un circuito gastronómico, y, así, el sigilo del barrio, uno de los más reposados de la ciudad, muestra una cara renovada: de día, las familias disfrutan del aire libre; de noche, los locales transformaron sus calles en un flamante punto de encuentro de chicos de entre 20 y 30 años. Como en algún momento lo fue plaza Serrano, en Palermo, o Las Cañitas, plaza Arenales toma fuerza y es cada vez más elegida para salir a comer o a beber.
"El cambio se dio hace tres años", dice Gabriel, el propietario del puesto de flores ubicado sobre la diagonal Fernández de Enciso. Durante una cuadra y media la calle es semipeatonal: tiene veredas anchas y vestidas con faroles que parecen haber sido arrancados de una rue parisina. Es una de las preferidas por las franquicias gastronómicas para abrir sus locales. En 150 metros hay un café Havanna y otro Martínez, una heladería Lucciano's, una pizzería Kentucky y una panadería Hausbrot. Están cerca entre sí, como si el desembarco hubiese sido el resultado de una planificación colectiva. En el medio del desarrollo culinario aún subsiste un puñado de negocios de ropa. La mayoría se refugia dentro de la Gran Galería Devoto. Allí resiste la última trinchera de la vestimenta.
Los vecinos miran el crecimiento de reojo. Emilio, de 61 años, vive allí hace 35 y siguió de cerca la mutación. "Cambió mucho la fisonomía del barrio. Antes tenía ciertas características que ya no están más: ahora hay una gran invasión de las áreas públicas, todos los bares ponen sus mesas en la vereda, y eso no me gusta", dice. Las veredas, literalmente, son un anexo de los locales. Frente a la plaza, sobre la calle Nueva York, la tendencia se repite: caminar por la vereda es participar de una carrera con obstáculos. A Jorge Benjardino, de 27 años, le fastidia la muchedumbre a dos cuadras de su casa. "Los lugares están muy llenos, y eso es un poco molesto", señala.
A los comerciantes con más años en el barrio, en cambio, no les incomoda la llegada de la competencia. Claudio Mariani es uno de los dueños de Pablos, el emblemático restaurante que, desde hace 45 años, está en la esquina de Fernández de Enciso y Nueva York. Para él, esta incursión de franquicias modernas impulsa la zona. "Si hacés las cosas bien, hay lugar para todos. Aumentó mucho la cantidad de gente que viene, no es que peleamos por el público de siempre", cuenta. Al principio, sin embargo, veía al auge como una amenaza. Para perdurar, se adaptó: cambió la cocina, remodeló el negocio, y mantuvo la esencia. "Los fines de semana estamos llenísimos", cuenta.
Frente a Pablos continúa trabajando Monte Olivia, la clásica heladería de Villa Devoto. Abrió sus puertas en 1966, y soportó las recientes embestidas de Lucciano's y Rapa Nui, otra heladería que inauguró su local imponente en un caserón antiguo al otro lado de la plaza. Salvador Viscomi, dueño de Monte Olivia, celebra que "se haya armado un polo muy lindo porque ahora la gente puede elegir", pero optó por otra fórmula para mantenerse en pie. "Seguimos en la misma línea de siempre. Estamos muy afianzados en Devoto", apunta.
Las cervecerías, ese suceso dispuesto a ramificarse en todos los barrios, también encontraron tierra fértil en plaza Arenales. A tres cuadras del espacio verde, sobre la avenida Chivilcoy, ya funciona Cervelar. Antares prepara su llegada a 50 metros del pulmón verde, pegado a Sushi Club, frente al Hospital Dr. Abel Zubizarreta. Antares, todavía en obras, se alista como lo hizo Rapa Nui y Burger 54. Ante la falta de locales, los "inventaron": alquilaron casas antiguas para refaccionarlas y convertirlas en negocios gastronómicos. Villa Devoto, de este modo, conserva el espíritu: sus residencias inglesas señoriales ya no sólo alojan familias, sino también comensales.
"Acá no había una zona comercial. Por eso, las marcas tuvieron que alquilar casas. Esa es la nueva tendencia: hacen locales inmensos en casas tradicionales", aporta Alberto, vendedor de la inmobiliaria Classe desde hace 50 años. Los valores de las propiedades subieron impulsados por la alta demanda y la escasa oferta. A Mariani quisieron comprarle el negocio de Pablos, enclavado en la esquina más valuada de la zona: una multinacional ávida de instalarse en donde todo parece ser futuro les acercó una propuesta suculenta para quedarse con el local. Ellos la desestimaron. Nunca quisieron irse. Ahora que están en la cúspide, menos.
Mientras tanto, la plaza Arenales -sus eucaliptos, sus palmeras, sus pinos- funciona como una barrera que divide al circuito gastronómico de la zona residencial. Al otro lado de los árboles todavía hay silencio.