Villa Crespo no tan punk: la librería que parece el cuarto de un chico
Afuera, un día de verano. Nada ocurre en la esquina de Beláustegui y Valentín Virasoro. Nada, salvo el rumor de los árboles, algunos tan grandes que cubren las fachadas pálidas de las casas. Apenas un par de autos cruzan, con afán. Más allá, sobre la avenida Warnes, los talleres mecánicos y de ventas de repuestos exhiben llantas, timones, baterías. Hay clientes y sonidos metálicos. En Beláustegui y Valentín Virasoro, en cambio, hay poco. Sólo un banquito azul.
El banquito, de azul vivaz, está en la vereda, junto a la puerta de la librería Punc, en Villa Crespo. Así se lee en la ventana: Punc, en temblorosas mayúsculas rojas, la ce final es una boca de dientes afilados que gruñe solitaria en la esquina vacía. Punc: historietas, libros y fanzines.
Adentro, el pequeño local -tres estantes, una mesa y un mostrador- tiene algo del cuarto de un chico. Un chico al que le gustan los cómics y la ciencia ficción. Que en lo alto de la pared ha pegado un afiche en blanco y negro del Hombre Lobo y, a su lado, otro de Confesiones de un psiquiatra, una de las novelas pulp fiction de los años 50.
Donde quiera que se mire aparecen papeles, sobres, separadores de libros y cuadernos con dibujos hechos por una mano frágil y algo excéntrica. Todo es colorido, el púrpura se mezcla con el rojo y el amarillo con el rosa. Sobre un estante, el muñeco de El Increíble Hulk, una máscara y remeras. En el mostrador, decenas de calcomanías; de la revista Mad, de los Ramones. Y están las historietas, los libros y los fanzines.
La librería Punc inauguró en abril de 2015. Sus socias, Juana y Mariela, ambas apasionadas por los cómics, fueron adquiriendo libros según sus gustos. Aprovechaban algún viaje para traer dos o tres ejemplares de las grandes editoriales españolas de historietas, Astiberri y La Cúpula, y de las independientes latinoamericanas; aún lo hacen.
De las argentinas lo tienen todo. Juana las nombra como si se tratara de un listado de amigos: Hotel de las ideas, Loco Rabia, Iván Rosado, Maten al mensajero, Historieteca, Burlesque, Musaraña.
Entonces llaman a la puerta. Joaquín, un chico de nueve años y ojos grandes, entra al taller de historieta que la librería dicta. Poco después, dirá que le gusta hacer viñetas sin diálogos y que planea dibujar una espinaca saltando de un trampolín. "Podés hacerle ojos", comenta Juana.
Atrás de la mesa donde el taller se realiza -una mesa con lápices de colores, marcadores, hojas de papel y galletitas- están los libros. Y en los libros, los dibujos atormentados de Art Spiegelman, las historias crueles de Joe Sacco, los personajes desencantados de Harvey Peaker y los honestos de Marjane Satrapi, los trazos pulcros y macabros de Daniel Clowes.
El tercer estante es para fanzines, publicaciones independientes hechas en casa y distribuidas por sus propios autores. Algunos parecen cuadernos, otros son una hoja de papel doblada en cuatro partes. Tienen títulos como No seré feliz pero voy por buen camino y El horóscopo chino con Chang el verdulero. Hay fanzines de chicos de Córdoba, del Chaco, de Corrientes.
El nombre Punc fue aleatorio. A Juana no le gusta del todo la música punk, aunque parte de su espíritu está en la librería.
Llega una clienta de unos veinte años, enteramente vestida de rosa. Saluda a Juana con un beso. Compra un libro. Lo mira poco. Ya lo conoce, está en la página de Facebook de Punc. "Los dibujos son buenísimos", dice. Y sale a la calle, que continúa en su mudez.