Viaje al pasado: heladeras con barras de hielo, la tecnología porteña de 1930
Una muestra del Museo de la Ciudad presenta los electrodomésticos que usaban en Buenos Aires a principios de siglo; señales de una sociedad que prosperaba
A principios del siglo XX, las heladeras funcionaban con una barra de hielo que duraba aproximadamente un día. Como novedad, algunos modelos traían un purificador de agua que consistía en una piedra permeable colocada en la parte superior que filtraba gota a gota en una botella lo recogido de la bajada de los pluviales.
Una muestra del Museo de la Ciudad, en Alsina 412, reúne más de 100 objetos que entre 1900 y 1930 cambiaron la forma y los tiempos de la vida cotidiana de los porteños. En este universo de calentadores que trabajan sobre la base de alcohol, heladeras sin energía y cocinas a carbón, se perfila a su vez una clase media que empezaba a vivir más confortable.
"Ahora a todos nos encantan estos elementos porque no los tenemos que utilizar a diario", sostiene Ricardo Pinal, director del museo, quien recorrió junto con LA NACION la muestra recientemente inaugurada y que se exhibirá hasta el 16 de agosto. "Si bien los materiales son muy nobles, todo es madera, cerámica, metales, son cosas muy pesadas", explica.
En los tres meses que llevó la investigación y los trabajos de curaduría, a cargo de Sergio Borelli, lo que más le sorprendió a Pinal fue la lucha contra el frío. "Encontramos muchos elementos no sólo para calefaccionar la casa, sino para calentar los pies. Las casas de principio de siglo son divinas, pero debían ser heladas", relata mientras se dirige a una vitrina desde donde relucen los braseros de bronce a carbón.
Algo parecido sucedía al momento de la ducha. A un costado, se exhiben los calefones y calentadores de agua importados que implicaron un salto inmenso para quienes se tenían que bañar hasta entonces calentando agua con ollas. Una actividad que hoy se resuelve simplemente abriendo la canilla hace cien años implicaba preparar el carbón o el alcohol que utilizaban estos artefactos para mantener caliente el agua corriente. Había que apurarse porque las duchas no duraban más de cinco minutos.
En materia de entretenimiento, la propagación de fonógrafos y vitrolas va de la mano del auge del tango y del fenómeno de Carlos Gardel. Concebidas para pasar música y decorar los ambientes, las vitrolas propiamente se escondían dentro de armarios donde las puertas, a falta de potenciómetros, se abrían y cerraban para regular el volumen.
Una cuestión de estatus
En su trilogía Vida cotidiana en Buenos Aires, el historiador Andrés Carretero se detiene en los pormenores del día tras día de una ciudad que se ponía a tono con el resto de las grandes metrópolis. A la par, las olas inmigratorias de fin de siglo XIX alimentaban la clase media que, de acuerdo con el Censo de 1914, representaba el 39% de la población. Para Carretero, el exceso de decoración y la incorporación de aparatos tecnológicos pueden ser interpretados como una forma de "distinguirse y separarse de la clase pobre".
"Todas estas máquinas, por más que fuesen elementos de trabajo y pesadas, tienen una calidad de diseño y decorativo porque eran importantes. En las casas, se ubicaban en lugares importantes", coincide el director del Museo de la Ciudad, Pinal.
El teléfono a manivela o el modelo candelero era uno de los elementos que más estatus aportaban en 1930. Funcionaban gracias al sistema de clavijas y operadoras que realizaban las conexiones manualmente. "Uno hoy está acostumbrado al celular, los teléfonos de antes tienen peso, cuerpo", explica mientras nos extiende el auricular de bronce para que comprobemos que el porteño de antes llevaba una vida más física.
Es en la cocina donde se registran los avances más importantes, ya que la incorporación de algunos elementos cambiará la manera de alimentarse y, especialmente, la conservación de la comida. Dos modelos de heladeras que funcionaban a partir de barras de hielo están exhibidas en el museo. Las cocinas, aparatos pesados de bronce y hierro que duplican en tamaño a las actuales, aún funcionaban a carbón o leña, lo que prolongaba los tiempos de cocción. En épocas de microondas y hornos eléctricos, cuesta imaginar cómo una comida que hoy se resuelve en media hora podía demorarse hasta cinco veces más.
La aparición del gas
Recién en 1930 aparecería el gas y las amas de casa de clase media podían perfeccionar sus comidas siguiendo las instrucciones de doña Petrona C. de Gandulfo. "Se buscaba instalar una nueva forma de cocinar. El sponsor de doña Petrona en la radio era Gas del Estado. Era una manera de sacar el fuego de las casas", sostiene Pinal.
En las primeras décadas del siglo XX, la vida parecía facilitada con máquinas para hacer helado o preparar la manteca en el hogar que trabajaban por fricción a partir de la fuerza humana. Lo que puede ser visto hoy con la nostalgia de la comida casera es en realidad una respuesta a los tiempos acotados de conservación: se preparaba lo que se consumía, ya que se podía conservar los alimentos durante mucho tiempo.
Más adelante aparecerían los aparatos que antecedieron a las pavas eléctricas y las tostadoras, cuyos diseños y funcionamiento son muy similares a las actuales. Los cables cubiertos de tela eran considerados seguros para el momento, pese a que estaban expuestos a cortocircuitos fácilmente.
Para Pinal, este recorrido no se trata sólo de un viaje al pasado para sorprenderse y comparar, sino también subrayar que cien años después "hay gente que vive en situación anterior al 1900, que todavía cocina con fuego o gas muy elemental".
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