Viajar todos los días, entre quejas y la búsqueda del mal menor
Los usuarios de distintos transportes públicos aseguran que los servicios son malos y a veces caros
De lunes a viernes, a cierta hora y con un destino específico, los habitantes de esta urbe atraviesan la ciudad y el conurbano para llegar, como pueden, a sus lugares de trabajo. Son esas, por así decirlo, horas intensas y muchas veces más complicadas y frustrantes que la peor jornada laboral.
En tren, subte, colectivo, bicicleta o taxi, el medio de transporte elegido es siempre el resultado del balance entre el costo, el tiempo de viaje y una pequeña cuota de bienestar.
"Viajo parado el 90% de las veces. Cuando se libera algún asiento ya estoy llegando a casa", resume su traslado cotidiano Camilo Cagnacci, de 22 años, que "sufre" todos los días desde Flores a Córdoba y Florida, ida y vuelta. Debe llegar a su lugar de trabajo a las 11 y aunque no viaja en la hora pico y la distancia no es larga llega a la parada del 132 con una hora de anticipación. "En general espero 15 minutos el colectivo. Lo peor es a la vuelta. Desde las 17 están repletos. Llegan de a 4 o 5, pero todos están tan llenos que no puedo ni subirme y cuanto más tarde se hace, es peor", se resigna Camilo.
"No controlan nada y viajamos siempre mal, parados y apretados", reflexiona. Explica, además, que también es un usuario frecuente de las líneas B y E de subterráneos y que el servicio es el mismo: malo. "En las horas pico están siempre saturados, sin excepción, y en general vienen con demoras", sintetiza.
"Cuando tengo un día largo de trabajo, siento un fastidio tremendo al ver cómo vienen los colectivos. A veces me tomo un taxi, pero no puedo hacerlo todos los días, hasta mi casa son $ 75", describe Camilo su forma de esquivar el caos de la vuelta a casa.
"Te llegan a conocer tanto que me han dicho: Tenés cara de dormida", resume Laura Fernández su vínculo con los conductores de la empresa de taxis que utiliza para trasladarse. Todos los días viaja desde Caballito a Palermo. "Me sale unos $ 24 pero es un trayecto directo, puedo pedir que el taxista no sea fumador, que traigan cambio o que haya aire acondicionado", detalla los motivos por los que elige trasladarse en radiotaxi.
Si bien el costo es bastante alto, explica que las ventajas son varias: "Vuelvo tarde del trabajo y para mí es una tranquilidad bajarme en la puerta de casa, a tener que caminar varias cuadras sola". Se ríe al reconocer que, además, los taxistas le sirven como psicólogo. "Eso sí, cuando necesito ahorrar, a la mañana, tomo el colectivo", admite.
Tal fue el hartazgo de viajar todos los días mal que una tarde, hace ya seis años, decidieron conformar un frente de usuarios, "Los desesperados del Sarmiento", evoca Carlos De Luca. "Comenzamos entregando encuestas a los pasajeros. Después llevamos las conclusiones a la CNRT (por la Comisión Nacional de Regulación de Transporte) y a las cámaras de diputados y de senadores", detalla Carlos, un usuario de tren que viaja de Castelar a Once.
"Los trenes tienen que estar regulados por el Estado, pero con la participación de los usuarios y los trabajadores, que son los que saben. A veces escucho a los políticos y te das cuenta de que no tienen idea de lo que es viajar en el tren", dice. Explica además que cada vez más gente elige trasladarse en combis, que, si bien son caras, te permiten viajar mejor. O por lo menos, sentado", enfatiza.
Federico Stellato tuvo que cambiar de vida hace un par de años. Con 37, los análisis clínicos le informaron que tenía colesterol, exceso de trigliséridos y sobrepeso, "el combo del profesional moderno", le dijo el médico. Como no tenía tiempo para ir a un gimnasio decidió descolgar la bicicleta que hacía 8 años adornaba una pared y utilizarla para ir al trabajo, recuerda entre risas.
Hoy es casi un evangelizador del bicing y explica que tarda 12 minutos en recorrer 2,5 kilómetros todos los días, que ha perdido peso y que se siente mucho mejor. "Antes tenía que esperar el colectivo unos 20 minutos y luego el viaje en sí. No lo uso nunca más", se ríe.
Para Federico el cambio fue un 100% beneficioso. Ahorra dinero y tiempo, e invierte en salud. Confiesa que al principio le daba vergüenza usar el casco y que ahora, sin él, se siente "desnudo".