Una sopa y un abrazo: recorren la ciudad ayudando a los sin techo
El gobierno tiene registradas a 860 personas que viven en las calles porteñas; un grupo de voluntarios se acerca para llevarles comida y acompañarlas
Son casi las 20 y hace frío. En la esquina de Castro Barros y Rivadavia hay un grupo que reparte comida en una olla. Si es sábado, en la vereda de Hipólito Yrigoyen y Entre Ríos cocinan y reparten entre la gente que los está esperando desde temprano. En otra intersección hay unas veinte personas con carritos. Tienen entre 20 y 50 años; algunos de ellos van con sus hijos. Con un mapa se organizan por zonas, reparten los carros. "Hay lo de siempre: sopa, café, té, mate cocido, galletitas y chocolates", dice una de las coordinadoras. Enseguida se separan en grupos pequeños y comienzan la recorrida.
A pocos metros está Antonio Iglesias. Tiene 75 años y desde 2001 vive en la entrada de un banco, aunque alternó algunos meses entre la calle y alguno de los paradores del gobierno de la ciudad. "Los estaba esperando", dice, y sonríe al grupo que se acerca y le ofrece algo caliente.
Él es una de las 860 personas, según datos de la ciudad, que viven en las calles porteñas. Como muchos otros, trabajaba como gasista y plomero, pero está jubilado. "Cobro la jubilación mínima. No puedo alquilar porque no me alcanza: o alquilo o como. Y a mi edad tengo que comer", afirma. Después de un rato el grupo lo despide con un beso; hay más gente esperándolos.
"Lo más importante no es la sopa, sino lo que hay detrás de ella", explica Manuel Lozano, de la Fundación Sí, a un grupo de voluntarios nuevos. "Usamos la sopa como excusa para entablar el diálogo y generar un vínculo", dice. Sentarse con la persona que se visita, preguntarle qué necesita, dedicarle tiempo y escucharla son las premisas. "El hecho de compartir ese rato es lo que más agradecen", cuenta Graciela Molinas, de Caminos Solidarios.
"Pasamos el sábado, pero estabas dormido", le dice un voluntario a Marcelo Halusk, que vive en la vereda de Viamonte al 1300. "Sí, me di cuenta de que vinieron; encontré algunos regalitos que me dejaron escondidos. ¿Cómo andan?", responde. Y empieza la charla. Marcelo cuenta que el 17 de julio tiene un examen en la facultad -retomó Derecho-, pero ese mismo día debe hacerse un estudio de corazón, así que tiene que organizarse. También está preocupado porque vendieron el lugar en donde guarda sus cosas, y no sabe cómo va a arreglárselas cuando tenga que sacarlas de allí. Cuenta sobre su vida, sus hermanos, cómo llegó a la calle. Mariela Fumarola, de Caminos Solidarios, resalta la necesidad de escucha de los que habitan la calle. "Somos los únicos con los que hablan", explica.
Experiencia propia
Norma Cardozo sufrió la crisis de 2001. Perdió trabajo y casa. Vivió en hoteles con su hijo adolescente hasta que, entre 2006 y 2008, la calle fue su hogar. Logró salir y desde entonces todas las noches lleva comida y frazadas, junto con el grupo Haciendo Lío, a distintos barrios. "Además del hambre y del frío, yo conozco cómo duele el alma; nadie puede acompañarte en la soledad", dice. A pesar de la insistencia de sus compañeros, Norma sale muchas veces sola y es capaz de quedarse hasta las cinco de la mañana para acompañar a un hombre mayor enfermo y con frío, o a un niño que está solo. "Esa señora es un ángel, anoche no quería moverse de acá", dice Leopoldo, que duerme frente a la plaza Once. "Nunca me habían mimado tanto", agrega, y se le llenan de lágrimas los ojos.
"La última Navidad la pasé con gente a la que visito en las recorridas", cuenta Diego Liz, que sale tres veces a la semana. "Al fin y al cabo, los veo más seguido a ellos que a mi familia", dice. Diego no puede olvidarse de una noche cuando estaba con una familia a la que un comerciante les había dado comida caliente. "Hacía mucho frío y tenían unas albóndigas gigantes con arroz. Me ofrecieron comer con ellos y casi me muero. No quise aceptar, no podía comer lo único que tenían. Al final, lograron que las probara", recuerda.
Voluntarios de todos los grupos coinciden en que son ellos mismos los beneficiados con estas recorridas. "Nosotros nos llevamos la mejor parte, el amor y el cariño de ellos. Lo expresan con gestos, con un abrazo", cuenta José Bergoglio, que es sobrino del papa Francisco y creó Haciendo Lío.
"Venir me hace bien; en dar existe el sentimiento mismo de la felicidad", dice Sergio Bek. Graciela Molinas coincide: "Uno también recibe; si lo hacemos es porque lo necesitamos", dice.
Dónde acercarse para ayudar
Haciendo lío
Fundación Sí
Caminos Solidarios
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