Un triángulo de las Bermudas en la ciudad
Cuando éramos chicos jugábamos a ser invisibles. Ya adultos, cientos de vecinos de una zona de Villa Crespo que incluye la intersección de Darwin y Corrientes y las calles Camargo, Humboldt, Villarroel, Vera y Ramírez de Velasco lo hemos logrado: somos invisibles. Nadie nos ve. A nadie le importamos.
Escribo esto en el hotel en el que vivo desde que me fui de mi casa, un departamento sobre la calle Darwin donde no hay luz desde el martes 16 de este mes. Hoy es sábado 20, mediodía. Allá, en mi casa, no hay luz como no hubo del 5 al 8 de febrero y, antes de eso, el 6 de enero y, antes de eso, en diciembre de 2015 y, antes de eso, en octubre y, antes de eso, en agosto y, antes de eso, durante los cuatro meses -de enero a mayo de 2015- en los que Edesur nos conectó a 80 vecinos, después del incendio de una cámara, a un generador.
Cuando arreglaron el desperfecto, los operarios aseguraron jocosamente que no se nos cortaría el suministro durante los siguientes 20 años. Fueron los 20 años más cortos de la historia.
En mi edificio de la calle Darwin están Esther, de 92 años, que desde principios de mes vive encerrada en su departamento sin siquiera el consuelo triste de la televisión; y Lucy, de 87, cuya guapura se sostiene porque, entre otras cosas, baja a hacer las compras todos los días, pero, sin ascensor, se ve reducida a una minusvalía involuntaria. Y está Luis, mi vecino del lavadero que ya perdió dos semanas de trabajo. Y los dueños del supermercado chino, que ven huir a los clientes de a decenas. Y estoy yo, que en algún momento tendré que regresar pero no sé cómo, porque persisto en esta estúpida tarea de escribir que requiere -qué pretensión- una computadora, conexión a Internet y electricidad.
Quizá la luz vuelva esta tarde, o mañana, o pasado. No importa. Lo único seguro es que volverá a irse: desde 2014 el suministro eléctrico en esta parte de la ciudad viene y se va como una lotería macabra y, cuando la temperatura supera los 28 grados, los vecinos aprendimos a sentir pánico como aterrados perros de Pavlov.
Si el estado de la red eléctrica en la Capital es deplorable, esta es zona de guerra: hay cortes todos los días, a veces de semanas enteras, y ninguna señal de que se esté haciendo algo, de que alguien tenga registro del tamaño de esta calamidad. Ahora, recién decretada la emergencia energética, los vecinos a oscuras de esta parte de Villa Crespo vivimos en estado de eterna zozobra, ardiendo en casas ardientes, recibiendo ante los reclamos a la empresa respuestas de impavidez animal, mientras vemos cómo a nuestro alrededor la ciudad atraviesa la noche encendida cual torta de cumpleaños: se hacen partidos de fútbol hiperiluminados, se celebran enérgicos recitales de rock, derraman luz los shoppings y vomitan chorros de voltios los carteles publicitarios. ¿La emergencia energética era esto: aumento de tarifas, cortes programados y unos cuantos cientos soportando la falta de luz mientras el resto salta y baila y ruge sin ver la catástrofe ajena?
Quizá sea una regla y, con los años, uno termina por odiar lo que amaba. Yo amaba los veranos. He aprendido a odiarlos sin esfuerzo.
El ministro de Energía y Minería, Juan José Aranguren, pidió hace dos días disculpas a los usuarios que no tenemos luz. No necesitamos disculpas: necesitamos respeto. Y que nos vean. Y ser ciudadanos como todos los demás.
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