Un abrazo más grande que el dolor
Esta es la catástrofe natural número 18 en la que nos toca participar. Y posiblemente sea una de las de mayor número de víctimas. Frente a una situación en la que aparece tanto dolor, sentimos la necesidad de dar una respuesta diferente. Una respuesta para que los que sufren esta tragedia sientan que todo un país está con ellos. Para que sientan que ante un dolor tan grande estamos tratando de dar una respuesta más grande aún.
Improvisamos la puesta de un camión al lado de la Catedral y llamamos una vez más a nuestro pueblo, a nuestra gente, a que se sume. Y la respuesta de los argentinos tiene una magnitud conmovedora. Llaman porque quieren decirles a los que sufrieron esta catástrofe natural que no están solos. Quieren también demostrarles afecto. Quieren abrazarlos ante tanto dolor.
Esta vez percibimos ciertas particularidades: en cada uno que entrega un paquete de arroz o trae una frazada o acerca un paquete de leche larga vida se nota una entrega muy delicada y dedicada al otro. Hay una conciencia muy clara, más que otras veces, de la situación por la que está atravesando el que sufre .
Esta generosidad tan artesanal se advierte en la camisa planchada y doblada, en el viaje de dos horas hasta la Catedral de Buenos Aires para entregar una bolsa recién comprada en el supermercado y en la enorme heterogeneidad de los que participan de la cadena solidaria: el señor que duerme en la puerta de la Catedral desde hace varios años, que hace una cadena de manos con una mujer que dejó a sus cinco hijos en el colegio. Los scouts con esa organización y ese compromiso admirable, entremezclados entre camioneros que cuentan historias de viajes y sacerdotes, y monjas que también se acercan para clasificar la ropa que va llegando.
Ojalá que este impulso no sea una mera emoción pasajera. Ojalá que este impulso, que se inició en esa Catedral que dio un papa, esta vez se mantenga en el tiempo y sirva para transformar la realidad.