El inmueble está ubicado en una manzana atípica de La Boca y fue construido en 1915 una época de pujanza de la zona portuaria
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Clementina no soportó más el hostigamiento de los duendes que la acosaban sin cesar, subió al altillo de la propiedad que alquilaba, corrió los cuadros que pintaba y saltó al vacío. Los duendes, o follets, habían llegado desde Cataluña con una mujer que los trajo consigo para instalarse en La Boca donde hizo construir un edificio cuyas características aún perduran. El suicidio de la inquilina y los rumores que hablaban de la presencia de esas pequeñas criaturas deambulando por los pisos y las habitaciones de ese edificio, aún cuando la antigua propietaria había abandonado el lugar, hicieron crecer en el barrio la leyenda de la Torre del Fantasma, un mito que fue agigantándose como parte del acervo cultural del barrio.
Hasta aquí, la leyenda. Lo concreto es que el edificio ubicado en la triple esquina formada por Wenceslado Villafañe, Benito Pérez Galdós y Almirante Brown fue una de las construcciones de vanguardia que se asentaron en La Boca en una época de pujanza y riqueza económica de la zona portuaria. Se trata de una pieza que responde a las características del modernismo catalán, que comenzó a sentar presencia en el Río de la Plata durante la primera década del siglo XX.
Entre conventillos y a pocas cuadras de la cancha de Boca, el particular edificio asoma como una punta de flecha en una manzana pequeña, triangular, con dos plantas de unidades funcionales y una torre en la esquina que bien podría formar parte de un castillo. La historia cuenta que María Luisa Auvert Aurnaud, la catalana que llegó desde España “con los duendes”, se lo encargó al arquitecto Guillermo Álvarez, un profesional prolífico que realizó varias obras en Buenos Aires, principalmente edificios de renta y otros inmuebles sin tanta relevancia, aunque con el sello catalán.
El edificio tiene características art nouveau, con un valor patrimonial en un barrio caracterizado por su diversidad arquitectónica. Se comenzó a proyectar en 1915 y se terminó de construir en 1923, en ese terreno de dimensiones atípicas. “En esa época toda la riqueza se concentraba en el puerto y en La Boca. Aparecen construcciones relevantes de arquitectos italianos entre los años 1890 y 1930″, cuenta Víctor Fernández, director del museo Quinquela Martín y residente en La Boca desde hace 40 años.
“El barrio había explotado demográficamente: era de muchos contrastes, con viviendas de obreros, de conventillos, pero con una cantidad gran de edificios suntuosos. Cerca de ese edificio está la mansión de los Cichero, que fue también sede de Boca Juniors, un palacio demolido en los años 70. En pocas cuadras había una gran cantidad de construcciones diversas. Estaba completo el repertorio arquitectónico de la época”, agrega Fernández.
Eran tiempos de bonanza en La Boca con la instalación de una gran cantidad de astilleros y familias de constructores navales que concentraban una gran riqueza económica. Muchos adelantos tecnológicos de la ciudad comenzaron a verse allí: la primera fábrica de Ford se ubicaba cerca del edificio de la Torre del Fantasma y grandes extensiones de tierras pertenecían a pocos propietarios.
En ese contexto social y económico aparecían personajes como Auvert Aurnaud con sus proyectos fastuosos en mente que fueron desarrollados por prestigiosos arquitectos. En el libro Españoles en la arquitectura rioplatense, Siglos XIX y XX, el texto “Modernisno catalán. El gesto hispánico en Buenos Aires”, de la arquitecta Patricia Méndez, hace referencia a La Torre del Fantasma y a las principales características de su creador.
“Prevalecen en nuestro ambiente las propuestas del arquitecto Guillermo Álvarez por la particular impronta estética que otorgó a sus obras, mayormente en la tipología destinada a casas de renta que aún se mantienen en pie. La más singular y reconocida es sobre la esquina de Villafañe y Benito Pérez Galdós. Resuelto en dos plantas y con una torreta que despierta intrigas a los transeúntes, pero solo esconde el tanque de provisión de agua del edificio, este conjunto, al igual que el lote vecino sobre Villafañe y otro de su autoría, si bien no aporta mayores modificaciones a la distribución funcional tradicional de la época, acuña en ellos los signos que están presentes en toda la producción profesional de Álvarez”, dice el texto.
“Su estilo lo indica el juego de planos dentados y festones en las fachadas. Es de destacar el acceso con geometrías curvas, hastiales o torretas. Una suerte de pilastras con capitales papiroformes invertidos dan ritmo a carpinterías tradicionales, los trabajos de lacería los aplica a las cornisas aunque su sello se marca en los parapetos con balaustres de geometría particular. Un esquema que Álvarez repite en las obras de Perú al 700, avenida Belgrano 1755 y 1934, y sobre la calle Zabala en Belgrano”, agrega.
El mismo arquitecto también realizó la vivienda colectiva Hotel Delicias, de Solís 1461, el Colegio Nacional Sarmiento, en Libertad 1255, y distintos edificios sobre las calles Salta, México, Carlos Calvo, Moreno, Alsina, avenida Rivadavia, Chile y Entre Ríos. Ninguna de sus otras obras estuvo marcada por historias fantasmales y leyendas urbanas.
“En el barrio nadie quiere decir si pasan cosas, nadie se quiere meter ahí”, suelta Víctor Coviello, coautor con Guillermo Barrantes del libro Buenos Aires es leyenda (Planeta). “La Torre del Fantasma es un referente de la parte mítica de La Boca. Está relacionado con algo sobrenatural, paranormal, que se destaca en un edificio que está en buenas condiciones, que se puede ver, está intacto. En algunos de estos edificios se dice que se escuchan ruidos, hay personas que dicen que son fantasmas, pero eso quedará en el imaginario popular”, agrega.
En el barrio al menos hay cierto desconocimiento de la leyenda y del edificio que es visto como uno más por los cientos de peatones que pasan por allí todos los días. La esquina donde se ubica tiene un constante movimiento de colectivos, autos particulares y personas que caminan a pasos acelerados sin detenerse a mirar lo que hay por delante. Sin embargo la atracción de la historia y los rasgos arquitectónicos lo vuelven un blanco deseado por usuarios de redes sociales que retratan la ciudad.
“Siempre hay que mirar para arriba”, recomienda Pablo Fernández (@pablofe70 en Instagram). “La gente del barrio ya tiene incorporada en su vida cotidiana a la Torre del Fantasma y quizás no le da tanta importancia, aunque para nosotros es algo fuera de lo común. Esta historia tiene la particularidad de la leyenda que le agrega un plus a todo el valor arquitectónico de la construcción”, opina.
En el barrio “hay quienes aborrecían las historias relacionadas con los duendes”, según Víctor Fernández, sobre todo aquellos vecinos históricos. “La leyenda apareció en los años 90 porque antes no se escuchaba hablar de eso. Hace 40 años que vivo cerca del edificio y antes nunca la había escuchado. El edificio es un vestigio de la riqueza económica, cultural, artística que tuvo el barrio, era como la puerta de entrada al puerto de la Boca. Los duendes y los fantasmas suenan como un invento turístico por la impronta de castillo misterioso”, cierra el titular del museo Quinquela Martín.