Tabaquerías: el último refugio social de los fumadores
Son los únicos reductos exceptuados de la prohibición que rige en locales cerrados; acuden profesionales, empresarios y jóvenes
El humo está en el aire, pero no es invasivo. No es el humo denso de un cigarrillo, capaz de impregnarse. El humo del puro, del habano, es distinto. Acá el olor es sutil; más que un olor, es un aroma. Acá es Puro Bistró, un cigar bar en Palermo. Es uno de los diez sitios de Buenos Aires en los que está permitido fumar dentro de todo el local: el artículo 20 de la ley porteña 1799 exceptúa a los clubes de tabaco de la prohibición que rige en espacios cerrados. También el artículo 24 de la ley nacional 26.687 los libera del veto.
Son los últimos refugios sociales de las personas fumadoras, que podrían enfrentar una nueva restricción si avanzaran en la Legislatura dos proyectos que buscan limitar el cigarrillo también en plazas y parques.
Puro Bistró se asemeja a la sala de estar de una casona antigua. Es un lugar delicado con arañas enormes colgando del techo, sillones con orejeras y música de jazz. Abre a las 15 y cierra a las 2, mientras que los sábados el horario se extiende hasta las 4. Christian Pereyra, el dueño, adquirió el espacio en 2015 y no tuvo que transformarlo. Lo compró así, como estaba. "Yo acá soy uno más", dice. Suele sentarse a fumar con los más habitúes: antes la mitad de los compradores eran turistas, pero ahora en su mayoría son porteños. Se venden 50 marcas de habanos -incluidas las cubanas de primera línea- y ofrecen alrededor de 100 variedades de whisky, vino y ron. Para Pereyra no hay un perfil determinado de cliente: "Son políticos, empresarios de primera línea, hombres de negocios y algunos jóvenes", especifica.
En cambio, Vuelta Abajo Social Club, a dos cuadras del cementerio de la Recoleta, es el refinado living de la mansión de un millonario. "Es un sitio íntimo para gente que no necesita estar a la vista", dice Nicolás Weil, el CEO de la marca que arrancó en 2005 en Belgrano con un local de 1,40 m por 1,40 m y ahora, además de contar con esos dos espacios, prepara la apertura del tercero: un rooftop en Corrientes y Alem con vista al río. "Esto es un club de hombres fumadores, de bon vivants", describe Weil. Entre paredes de madera maciza negra, con decoración en art nouveau, Vuelta Abajo tiene 4000 socios. Las membresías no se pagan, se dan por afinidad o recomendación: "Eso habla de una exclusividad. Nosotros vendemos experiencia y pertenencia", explica.
Vuelta Abajo abre de 10 a 21, y es el salón elegido por dueños y gerentes de compañías para cerrar negocios. Su atmósfera serena lo permite. También hay gente que va a diario, casi religiosamente. Weil mantiene dos sillones y varias sillas reservadas para un grupo de jueces, empresarios y médicos que eligen el lugar por, precisamente, la discreción. "Está a la altura de París y Nueva York", dice Marcelo, que pide resguardar su apellido. "Tenés calidad, servicio, los mejores habanos", agrega Felipe, que se niega a dar su apellido. La reserva de identidad es un código tácito de los cigar bars. Los dueños protegen los nombres de sus clientes como si ese amparo fuese sagrado.
Una cultura diferente
"Esto es para un público que tenga una cultura acorde con el lugar, que sepa apreciar la buena comida, la buena bebida y los buenos puros. Por lo general son empresarios, banqueros", dice Gabriel Estrada, de 54 años y 30 de trabajo en el rubro. Es el dueño de Davidoff y, en julio, abrió uno de los diez Cohiba Atmosphere del mundo, un local inmenso y sofisticado en el Palacio Raggio, a metros de la Plaza de Mayo. Parece un hotel cinco estrellas: cuenta con un restaurante cuyo jefe de cocina era chef de Tegui y un espacio para fumar con sillones de cuero opaco hechos a medida para que, al apoyar el codo, el puro quede a la altura de los labios. El recinto mantiene los techos de principios del siglo pasado. Funciona principalmente al mediodía, pero de martes a sábados está abierto hasta la una. Las luces bajas y la ausencia de ruidos de la calle convierten el sitio en una especie de elegante cámara abstraída del ritmo frenético de la ciudad.
"Es que los cigar bars son la extensión del living del cliente", opina Moe Cánepa. Moe recibe con un beso a cada uno que entra a Puro Bistró. Maneja el lugar como si fuera propio: "Soy ese amigo que te dice qué tenés que tomar y te recomienda qué fumar", señala el anfitrión. "El cliente viene acá a relajarse", cuenta. "El tiempo que le das al habano es tiempo que te das a vos mismo", suma Pereyra. "El puro es el premio del día", coincide Weil.
En Vuelta Abajo, la bodega está abierta a los clientes. Cualquiera puede entrar a una habitación de 40 m2 aclimatada en 17 grados y 75% de humedad para elegir el puro que van a disfrutar. En Puro Bistró, Moe funciona como un guía que recorre el circuito completo: abre la cava, agarra el cigarro, lo presta para que el comprador lo huela, lo enciende y recomienda con qué bebida maridarlo. En Cohiba Atmosphere, solamente tres personas tienen acceso al ambiente donde, además de encontrarse con todas las marcas de habanos producidos en Cuba, hay 54 lockers para que los clientes más fieles guarden sus botellas y cigarros.
La oferta de clubes de tabaco se completa en distintos barrios con La Casa del Habano (Palermo); Tabaquería Inglesa, Cigar Point, Davidoff y Francisco de Miranda (Retiro); Prado y Neptuno (Recoleta), y Casa Lotar (San Nicolás).
Un mercado chico, pero con buena demanda
Favio Palazzi viaja tres veces por año a Cuba. En su vida, cuenta, fue 18 o 19 veces a la isla. Es el CEO de Puro Tabaco, la principal importadora de habanos de la Argentina, Chile y Uruguay. Tienen la licencia para traer las 35 marcas cubanas al país. De los 1,2 millones de cigarros que se venden por año en el mercado nacional, su compañía maneja 800.000, casi el 70%. La facturación retail es de aproximadamente $ 125.000.000 anuales con los impuestos incluidos. De ese total, el 50% está concentrado en Buenos Aires.
Los porteños son consumidores, pero los turistas aportan su cuota a la estadística: "Además de los cigar bars, hay cada vez más hoteles que empiezan a armar sus espacios para fumadores y a ofrecer habanos de primer nivel, porque los turistas lo piden cada vez más", explica.
"El mercado es chico, está concentrado en diez clientes top. Con ellos tenemos una relación win-win. Hay una buena demanda del público en general", señala Palazzi. A su entender, el público no es elitista, sino que es amplio porque el precio así lo permite: "Los productos van desde los $ 40 hasta los $ 1000. El rango es muy abierto", dice.