Secretos de la ciudad: Todo lo que no sabías del tadarida brasiliensis, el amo de los cielos porteños
Este murciélago, también conocido como cola de ratón, es muy veloz y prefiere sitios oscuros y tan altos como a partir del séptimo piso de un edificio
- 5 minutos de lectura'
El murciélago más porteño, coinciden los biólogos, es el Tadarida brasiliensis, alias cola de ratón, pequeño mamífero de vuelo acrobático que caza en las alturas utilizando ondas sonoras y el eco para determinar la ubicación de sus presas. La membrana que conforma sus alas —el patagio—, su tamaño y su contextura lo vuelven inmensamente veloz. Prefiere los sitios altos, oscuros.
“A partir del séptimo piso, encuentra otra dinámica del aire; hay polillas y saltamontes levantados por el viento, y el murciélago busca su alimento”, describe Milena De Benito, bióloga del equipo de las Reservas Ecológicas porteñas.
Son migrantes: de norte a sur y de sur a norte escapan de los fríos. Llegaron a esta Ciudad, por última vez ―se sabe―, en septiembre del 2020; se quedan hasta finales de marzo. Por lo general, la colonia completa se marcha hacia la calidez del verano boreal, pero siempre quedan algunos rezagados: esos pasarán el invierno en estado de aletargamiento, bajando el metabolismo y saliendo de caza solo los días cálidos.
“Las hembras que vuelvan tendrán aquí a sus crías; el parto será cabeza abajo, contra la gravedad —describe Susana Rozas, exmiembro de la Fundación Programa de Conservación de los Murciélagos de Argentina (PCMA)—. Tiene su fisiología y su anatomía adaptadas para vivir cabeza abajo. La evolución lo condujo a eso”.
Ella desarrolló un vínculo afectivo con un ejemplar, al que le puso un nombre: en el año 2000, encontró a uno pequeño a quien llamó Baby Bat. “Lo rehabilité y tiempo después lo solté. Era un juvenil, de ninguna manera un bebé. Coincidió con las fiestas; no daba con nadie que me asesorara. Lo alimenté con frutas y con carne. Me las arreglé como pude; yo no sabía cómo cuidarlo. Lo hacía volar encima de la cama, y se caía: no levantan vuelo desde el piso. Lo sentí suave, el pelito sedoso; vi algo que la gente no suele ver”.
Monitoreo y candidatura
En el entorno urbano, el Tadarida utiliza estructuras similares a las cuevas y recovecos que encuentra en la naturaleza. Taparrollos de edificios antiguos o los huecos de alguna pared rocosa. O las copas de los árboles. En la Reserva de Costanera Sur, no es mayoritario, como sí sucede en los núcleos urbanos. “En la ciudad, encontramos menos especies y domina el Tadarida porque las condiciones son más homogéneas. En cambio, en la Reserva no encontramos predominancia sino mucha diversidad”, asegura la bióloga De Benito.
Existe el proyecto de que la Reserva sea declarada Área de Importancia para la Conservación de los Murciélagos (AICOM), en sintonía con el reconocimiento que obtuvo la Reserva El renacer de la laguna, del predio de la Facultad de Veterinaria de la UBA, como Sitio de Importancia (SICOM, en 2018), por funcionar como refugio de murciélagos.
Cuando cae la noche en la Costanera Sur, se empieza a escuchar chirridos en los caminos iluminados: delatan que comenzó la búsqueda de insectos. Hoy se está investigando si hubo un cambio en la población de murciélagos mientras el lugar estuvo cerrado. El último muestreo fue anterior a la cuarentena estricta de marzo de 2020. En septiembre, debería haber llegado la camada partida en marzo de 2020: no toleran el frío y, en esa fecha, necesitan movilizarse hacia el sur. ¿Llegaron? ¿Nunca se habían ido?
Ante ese futuro y posible reconocimiento que le daría la RELCOM (Red Latinoamericana y del Caribe para la Conservación de los Murciélagos) Andrés Palmerio, biólogo, investigador y docente de UBA, e integrante del PCMA, cuenta: “El muestreo realizado en la Costanera Sur [cuyos resultados permanecen inéditos] seguramente va a posibilitar que la Reserva sea declarada AICOM, pero necesitamos trabajar un poco más para que eso suceda”.
Si bien el Tadarida es el murciélago característico de la ciudad, el muestreo, hasta el momento, no lo ha detectado en la Reserva. “Los insectívoros vuelan demasiado alto, y por eso las redes de niebla, y otros elementos, no nos ayudan. Hasta ahora cayeron tres familias distintas, pero justo ese no”, sigue Palmerio.
Si la reserva es declarada Área de Importancia, seguirá sumando lauros relevantes asociados a su ambiente. “Y se podrá generar una herramienta de comunicación que permita cambiar la manera de pensar de la gente con respecto a los murciélagos”, sintetiza.
Y hace una aclaración: “Desde el PCMA, no recomendamos la rehabilitación de murciélagos si no está llevada adelante por veterinarios o centros de rescate de fauna silvestre. Los murciélagos no deberían ser tomados como mascotas”.
Belleza no hegemónica
A los 16, Silvia Strasser, técnica en Gestión, Manejo y Conservación de Biodiversidad y presidenta de la Fundación Murciélagos Argentinos y sus Ambientes, vio por primera vez un murciélago; corrió hacia una ventana, estiró el brazo, se cruzó con su mirada, señaló con su índice el cielo y dijo: ‘Hacia allá’.
“Salió volando; así fue mi primer encuentro con un murciélago”, cuenta Strasser. “Que muchas personas crean que el otro, porque es oscuro, distinto o no te gusta, te da derecho a matarlo, eso es la barbarie. Hay algunos que son parecidos a ositos, otros a gárgolas; un Tadarida brasiliensis juvenil y sanito tiene un pelaje parecido al terciopelo. Los murciélagos están protegidos por varias leyes en CABA y en la Argentina; son fauna silvestre nativa y es delito lesionarlos, matarlos y causarles sufrimientos. El índice de rabia es de 0 a 1% en la población natural de murciélagos, por lo que por responsabilidad y salud pública las personas que manipulen quirópteros deben estar vacunados y capacitados”.
Para tranquilidad de la población, todas las especies presentes en la ciudad de Buenos Aires y sus reservas son insectívoras —ni frugívoras, ni hematófagas (vampiros)—. Y, entre ellas, surca los cielos de Buenos Aires el Tadarida brasiliensis, más parecido a un cachorro que a una rata, coinciden los biólogos. Su vuelo es el más rápido del reino animal.
“Es una máquina preparada para volar —lo describe Silvia Strasser—. Es una belleza no hegemónica”.