El “Conventillo de los Ingleses” fue construido por el arquitecto suizo Christian Schindler; ahora un polo gastronómico revalorizó la zona
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La riqueza patrimonial y los secretos mejor guardados de la ciudad de Buenos Aires muchas veces se descubren con solo alzar la mirada. Cerca del parque Lezama y del Museo Histórico Nacional, oculto o disimulado entre el polo gastronómico del boulevard Caseros y el follaje de los árboles, hay un edificio que resalta por una característica que lo hace único a pesar de no ser una de las joyas arquitectónicas perdidas en la ciudad.
Con sus más de 100 metros de fachada el edificio De los Ingleses, o edificio Schindler, puede ser catalogado como el más largo de la ciudad. Aunque no existen registros oficiales que lo confirmen, tampoco hay evidencia que desmienta la creencia popular que ya lo etiquetó de esa forma. En el microcentro, principalmente la avenida De Mayo, y en otras zonas porteñas se pueden encontrar edificios de renta con la misma inspiración en la construcción, aunque ninguno con la magnitud del de Barracas.
El rescate de este edificio, también conocido como Conventillo de los Ingleses, suele aparecer en cuentas de Instagram que retratan los barrios porteños, como la de Martín “Tincho” Hernández, de @buenosaires.ar, con más de medio millón de seguidores, porque no abundan reseñas específicas de la historia del inmueble proyectado en 1910 por el arquitecto suizo Christian Schindler.
Por encargo de Alberto Anchorena, quien eran el propietario del lote donde se levantó, Schindler llevó adelante el proyecto que sería destinado a los directivos británicos de la empresa Ferrocarril del Sud y a parte de sus trabajadores. La construcción fue progresiva y las características principales aún perduran. Por ejemplo, en la planta baja los espacios están destinados para comercios, que en los primeros años muchos se utilizaron como talleres mecánicos.
El edificio De los Ingleses está en la avenida Caseros al 400, entre Defensa y Bolívar, y aunque la fachada tiene más de 100 metros de largo el ancho, en cada esquina, no supera los 30 metros. A simple vista se ve que entre los comercios hay cinco puertas para los residentes, de roble y bien conservadas, con incrustaciones de herraje negro. Cada uno de esos ingresos desemboca en ascensores jaula, como se ven en los edificios históricos de la ciudad, por ejemplo, en la Legislatura. Cada módulo tiene ocho o diez departamentos que suman 44 en total.
“La construcción responde a una impronta de la época en el mundo. Es de los edificios que pretendían armar un perfil urbano homogéneo a la manera de París o Viena, un estilo que utilizaban arquitectos de distinta nacionalidad en distintas ciudades del mundo. Se pueden encontrar similares en España, Hungría, Alemania, Brasil, México, y en Córdoba y Rosario en nuestro país. Después llegaron los edificios racionalistas”, cuenta Fabio Grementieri, arquitecto e historiador, miembro de la Comisión Nacional de Monumentos.
La inspiración de la arquitectura francesa impulsaba a los arquitectos de la época que después le daban una impronta más italiana o alemana, como en el caso del edificio de la avenida Caseros, una suerte de estilo internacional de la Belle Epoque. Basamento con comercios, pisos de departamentos con ventanas verticales y balcones, frentes de piedra París o imitación piedra París y último piso con mansarda de pizarras y lucarna o buhardilla son las características presentes en el proyecto de Schindler.
Los cinco cuerpos del edificio tienen cuatro pisos aunque los situados en las esquinas de Defensa y Bolívar poseen cinco que culminan con una mansarda de tejas oscuras, símbolo del academicismo francés. El arquitecto del proyecto combinó balcones frontales con ventanas mirador, además intercaló los diseños de las rejas de los balcones de acuerdo al piso donde se ubicaban. La construcción es señorial. En el interior de los departamentos y los espacios de uso común hay escaleras de mármol y pisos de pinotea; también balcones de hierro forjado y departamentos que cada vez cotizan más alto en el mercado inmobiliario.
“Se construyó en un momento en que Buenos Aires ofrecía una renta inmobiliaria entre las más altas del mundo. Era una de las ciudades donde más redituaba construir antes de la primera guerra mundial, entre 1900 y 1914, junto a Nueva York, Berlín, París, aunque ya se había desarrollado, y también Chicago. Es un edificio estándar construido en varios lotes fruto de la especulación inmobiliaria de esa época”, sintetiza Grementieri.
La avenida Caseros fue uno de los lugares más elegidos para vivir por la clase alta porteña y el edificio atrajo a artistas e intelectuales interesados en residir allí. El esplendor de comienzos del siglo XX comenzó a perderse con el correr de las décadas después hasta convertirse en una zona oscura y marginal hasta que en 2006 se inició un proceso de reconversión urbana que convirtió al espacio en un nuevo polo gastronómico.
Los locales desocupados se convirtieron en pizzerías, heladerías, cafés o casas de comida rápida, aunque en un taller y una bicicletería se conservan los viejos oficios. La gastronomía le cambió la impronta a ese sector de la avenida Caseros, aunque el esplendor del edificio De los Ingleses se mantiene inalterable.