Se hizo museo una colección de 300 muñecas antiguas
Pueden verse en la Casa Fernández Blanco; las donaron dos hermanas
Parecen salidas de un cuento, incluso podrían confundirse con una de las 300 muñecas que las rodean, pero ellas son de este mundo. Mabel y María Castellano Fotheringham, una de 91 y la otro de poco más de 80 años, tienen el pelo blanco, blanquísimo, y los ojos pequeños y marrones. Desde chicas comenzó su pasión por las muñecas, que fue aumentando con los años y así fue que, sin proponérselo, llegaron a tener una de las colecciones más importantes del país. Después de mucho atesorarla, decidieron donarla a la ciudad de Buenos Aires, donde a partir de hoy serán exhibidas en la sede Casa Fernández Blanco, en Hipólito Yrigoyen 1420.
Entre paredes violetas –color característico de la época victoriana de la que ellas son hijas– tres salas iluminadas por una luz tenue, con casitas pobladas de gatos en los tejados y relojes con números romanos, las muñecas posan como si supieran que las están mirando.
La colección, que va desde 1870 a 1940, incluye muñecas maniquí de Gaultier, autómatas, modelos de tres caras, muñecas mecánicas de Steiner, Bebes de Jumeau con ojos fijos de sulfuro y boquitas pequeñas y cerradas. También la Shirley Temple de los años treinta y la mítica Marilú argentina, creada por Alicia Larguía en 1932. Juegos de camas, té, cocinitas y roperos espejados, donde más de una se refleja, son parte de este mundo de ensueño que puede visitarse.
"Siempre fueron algo más que juguetes para nosotras", dice María, mientras asegura que no recuerda su infancia sin estar acunando a una.
Mabel confiesa que su pasión comenzó cuando su hermana la llevó a un ropero que compartían y sacó dos muñecas que la dejaron fascinada. "Cuando las vi me quedé muda y supe que quería coleccionarlas."
Las primeras que tuvieron fueron traídas desde Río Cuarto, donde vivieron durante su infancia, y luego, ya más grandes, empezaron a frecuentar remates y recorrer anticuarios en busca de ejemplares. "En todos los lugares que visitábamos, buscábamos una muñeca, era una manía", susurra María mientras le da cuerda a una cajita musical con muñequitos que se mueven con gracia.
Luego de conservarlas durante varias décadas en una habitación de su casa, y a pesar de haber recibido dos ofertas de los Estados Unidos y de Brasil para venderlas, decidieron que lo mejor era donarlas. "Ellas no tienen precio, cómo íbamos a hacerlo. Lo mejor es que estén acá y que todos puedan disfrutarlas", dice Mabel junto a una Fashion doll con cuerpo de cabritilla y carita de porcelana.
Pero no sólo dedicaron su tiempo a visitar tiendas y relicarios, las hermanas también pasaron su vida restaurándolas, arreglando sus atuendos y cuerpos desgastados por el paso de los años. "Usamos puntillas y telas antiguas. Algunas nuestras, otras de amigas, no podíamos ponerles cualquier cosa, había que respetar los modelos de cada época", dice con convicción María mientras acomoda el vestido color crema que lleva Emilie, su Bebe Jumeau preferida, del año 1880.
"¡María, vení, vení!", llama Mabel desde la tercera sala para mostrarle cómo una casita se ilumina y una muñeca abre la puerta como invitando a pasar. "Vamos a extrañar a las niñas", dice nostálgica la menor, al tiempo que la otra la corrige: "Tranquila, que están en buenas manos, en manos de todos", concluye.