Cuando era chico, Oscar María Carreras Saavedra ataba su petiso Shetland en el ombú que estaba frente a la casa de su abuela. "El árbol era parte del terreno. No existía la 9 de Julio, ni los hoteles y mucho menos la autopista", asegura con el recuerdo intacto y la añoranza a mano. Tiene casi ochenta años y es bisnieto de Luis María Saavedra Medrano y de Dámasa Zelaya Salas, los antiguos dueños de la gran casona de Retiro que hoy es sede del Instituto de Enseñanza Superior en Lenguas Vivas "Juan Ramón Fernández".
"Nací en 1939 y pasé buena parte de mi infancia en esa casa. Recuerdo muy bien el jardín con palmeras, la majestuosidad de los muebles, el ejército de mucamos y que había un portero permanente", apunta el nieto de una de las hijas del matrimonio, María Luisa Saavedra y Zelaya.
"Antes de venderla, donaron reliquias a la obra Don Orione. De hecho mi bisabuelo está enterrado en la Basílica de Santo Domingo bajo una lápida que dice: ‘Derramó sus bienes a manos llenas entre los pobres’. Su tumba está junto a la de Dámasa", asegura Oscar del otro lado del teléfono, mientras se enorgullece de haber dedicado su vida al campo, al igual que su bisabuelo prócer.
Cuando habla del ombú, se refiere a aquel que todavía hoy permanece en pie, entre la calle Carlos Pellegrini y el comienzo de la autopista Illia. Cuando nombra la casa de su abuela, evoca la magnifica residencia que los Saavedra Zelaya mandaron a construir en los albores del siglo XX por el arquitecto Guillermo J. Weeler, según consta en los planos sanitarios que se conservan en el archivo de Aysa. Casa que tenía su entrada principal en el 1455 de la calle Las Artes, hoy Carlos Pellegrini, y que en la actualidad está clausurada por cuestiones de mantenimiento. Todo a pesar de que en la vereda hay una placa de 1995 –mal escrita: Zelaya está con "c"– que lo declara "edificio protegido" para conmemorar los cien años del Instituto Lenguas Vivas (que originalmente funcionaba en Esmeralda y Sarmiento).
LA BELLEZA HECHA ARQUITECTURA
Dentro del edificio, ingresando por el anexo que está a la izquierda, la historiadora Mariana Arce está dispuesta a repasar detalles de la mansión Saavedra Zelaya, dónde hoy funcionan el profesorado y traductorado más prestigioso de nuestro país. En el edificio nuevo (de 1993), se cursa el primario y el secundario. Junto a María Alicia Río, una ex empleada del instituto, Mariana armó el Fondo Documental que recopila la historia del Lenguas Vivas.
Al recorrer los pasillos de una de las casonas más visitadas por la alta sociedad en la época más prospera de nuestro país, la historiadora brinda detalles de la vida de Luis María Saavedra Medrano (1831 -1900). "Era sobrino de Cornelio y se dedicaba a los negocios agropecuarios. Tenía varios campos, propiedades y chacras, la mayoría en el barrio de Saavedra, dónde hoy funciona el museo", asegura. Según consta en el libro Buenos Ayres, las quintas desde Retiro a Recoleta (Olmo Ediciones), de Maxine Hanon, en 1865 Luis María le compró el terreno a la familia Velazco dónde luego construiría esta casa típica de la Belle Epoque porteña que, según consta en la escritura, tenía 60 metros de frente y una superficie total de 3.512 metros cuadrados.
Con Damasa se había casado en 1876 y juntos habían tenido seis hijas mujeres y un varón: María Marta Tomasa, Damasa Francisca, María Luisa de las Nieves, María Mercedes Eloísa, Estela Petrona, Tomasa Petrona y Luis María, que murió joven. En su honor así se llama la estación del barrio homónimo, después de que la familia cediera los terrenos al Estado. Pero además, Luis María Saavedra Medrano tenía dos –algunos dicen más– hijos extramatrimoniales.
"Aquí funcionaba el comedor principal", apunta Mariana sobre la actual sala de conferencias y señala un notorio desnivel. "Los Saavedra y Zelaya tuvieron que mandar a levantar el techo –así como el piso de arriba– para colgar un tapiz que era más grande de lo que pensaron cuando lo compraron en uno de sus viajes a Europa", revela la historiadora.
Mientras docentes y alumnos del terciario circulan por la edificación que supo estar repleta de mucamos, jardineros, cocineros y hasta costureros, Mariana nos lleva a la antigua capilla del segundo piso, dónde hoy funciona el laboratorio. "El cura vivía al lado, en lo que hoy es la sala de profesores", apunta y agrega –en consonancia con Oscar María Carreras Saavedra– que muchos de los muebles y tesoros de la capilla fueron donados al Cottolengo Don Orione, ubicado justo al lado.
"Eran una familia muy ligada a la Iglesia Católica, como buena parte de la aristocracia argentina. De hecho, cuando en Buenos Aires se celebró el Congreso Eucarístico de 1934, los Saavedra y Zelaya recibieron en esta casa al Cardenal Eugenio Paccelli, que cinco años más tarde sería nombrado papa Pío XII", revela la historiadora. Y se divierte al compartir una anécdota sobre las excentricidades de la época. "La familia tenían un cachorro de puma como mascota. Parece que una vuelta, el cardenal estaba listo con su sotana para salir al Congreso cuando, en tren de juego, el puma le rasgó las vestiduras, en el más literal de los sentidos. Las costureras tuvieron que trabajar contra reloj para remendar el daño", relata Arce.
DE OPULENCIA Y DOLOR
Según los archivos del Fondo Documental del Lenguas Vivas, cuando murió Dámasa, en 1929, la casa entró en una sucesión que resultó larga y conflictiva. "La terminaron vendiendo en subasta judicial en 1948 y la adquirió el Estado por 2 millones 700 mil pesos", asegura Mónica Herrero, secretaria académica del Lenguas Vivas. Y el hall principal, al pie de la escalera central de madera antigua y bronce ornamentado, agrega: "Durante muchos años el gobierno de Perón la usó como mesa de entradas del Ministerio de Educación y Justicia. Hasta que en 1963, cuando se derrumbó el histórico edificio del Lenguas Vivas en Esmeralda y Sarmiento, la institución se mudó para acá. Cuidamos el edificio lo más que pudimos, pero antes ya habían sacado los baños originales, por ejemplo. Una pena. Algunos dicen que hasta había incrustaciones de oro en las paredes".
Desde las galerías de que dan al jardín, se ve lo que fueron las casas del personal de servicio –hoy, convertidas en aulas–. Además, están las antiguas caballerizas que ahora son sede del centro de estudiantes. Porque en lo de Saavedra y Zelaya además de un jardín con barranco había una entrada para carruajes. Los marcos de las ventanas y barandas se observan deterioradas, mientras en un aula cualquiera –una de las tantas– todavía permanece en el cielo raso un fresco del italiano Carlos Barberis, que data de fines del siglo XIX.
Entonces, con pesar en el tono, Mariana recuerda que no sólo el tiempo castigó la mansión, sino además el atentado a la Embajada de Israel de 1992. "Cuando explotó la bomba yo estaba en tercer grado y hacía educación física en el patio. El edificio nuevo estaba en construcción. Primero se escuchó la explosión, después vi el hongo de polvo, y al toque empezó a temblar todo y se rompieron los vidrios. No existía la autopista y el Four Seasons era el Hyatt. Nos evacuaron hasta la barranca del hotel y estuvimos dos meses sin clases", revela la ex alumna del colegio.
Actualmente, en la mansión Saavedra Zelaya, un área está clausurada por peligro de derrumbe. Entonces Mónica, que ama esta casa que supo de avatares y tragedias, se lamenta por los vidrios sin reparar, los apliques de bronce dañados y las molduras que ensucian las palomas. "Acá no tenemos fondos para nada. La estructura se está dañando. Por acá pasan más de 1.400 personas, entre alumnos, docentes y personal. Tenemos una escalera clausurada hace tres años, a pesar de nuestros constantes reclamos", asegura Herrero.
Y sintetiza: "Queremos tener el edifico en condiciones y poder ingresar por la entrada principal. Sólo estamos pidiendo una puesta en valor. Creo que la mansión Saavedra y Zelaya se lo merece por su belleza arquitectónica. Así como el Instituto Lenguas Vivas, por lo que representa para nuestra educación nacional".