Rosas Iceberg: El rincón de la ciudad de Buenos Aires más elegido para las fotos de bodas
Hay que tomar precauciones, durante la toma fotográfica, para que el vestido blanco de la novia no sature contra el fondo blanco de las flores. Y para que el sol rajante de enero y las rosas blancas no terminen de quemar el plano. Pero, si todo eso se conjuga, el resultado es la foto de boda más practicada y lograda por las nupcias porteñas, y algunas de países limítrofes. Ese lugar es junto a la rosa Iceberg, del Paseo El Rosedal del Parque Tres de Febrero. Estratégicamente ubicada en cuatro canteros en el corazón del sendero principal, enmarcada por el tono violeta intenso de las salvias —que acentúan el ambiente bucólico— la Iceberg es el fondo obligatorio para cualquier experimentado fotógrafo de bodas, como parte o fuera de una de las 111 ceremonias realizadas en El Rosedal en 2019, que lo convirtieron en el espacio público de Buenos Aires más elegido para casarse.
Desde la cuarentena estricta, solo 15 novios pudieron acceder al beneficio de afirmar legalmente el amor en la naturaleza, pero debió ser en El Rosedal del Parque Chacabuco, que no es lo mismo (se verá). El del Tres de febrero se mantiene, por ahora, abierto solo para paseantes. Pero la Iceberg, blanca hielo, sigue ahí con su perfume muy ligero, que casi no se siente. “Es sana, fuerte, noble”, la halaga el jardinero. “Rústica, chiquita, duradera”, la define. “Poca espina; hay que mirarla —o mimarla, no se entiende bien—; y fumigarla, estarle encima”.
No siempre sucede
Desarrollada en Alemania en 1958, se hizo funcional a la llanura braceada del verano austral. El paisajista Adrián Stanganelli, del estudio Puro Paisajismo, que diseña jardines, distingue entre “una Iceberg de pie alto y una Iceberg trepadora. Esta última necesita una estructura para agarrarse y tiene mucha cantidad de flores. Eso se valora muchísimo en la foto de bodas”.
La trepadora supera los tres o cuatro metros, lo que genera una mayor superficie cubierta, ideal para ser usada como fondo. Durante su ceremonia en El Rosedal, Carolina y Patricio le pidieron al fotógrafo Luis Pérez Crespo que las Iceberg tuvieran un lugar primordial en el plano. “Hubo que ir a buscarlas —dice el retratista—. Nunca llegó a ser una pared de rosas sino arbustos por debajo de la línea de la cabeza. Y así pude focalizar en las personas”.
La experiencia de Gustavo Táliz, fotógrafo venezolano radicado en la Argentina, fue retratar a una pareja brasileña de paso por Buenos Aires que amaba a El Rosedal. “Estaba en su máxima expresión la rosa”, recuerda. Era la primavera de 2019, y él quería superar “el típico cliché de la rosita”.
“Tenía que poder seducir a esa pareja; no siempre sucede. Sobre todo por la parte masculina, que a veces es muy reacia. ‘Muérdele la oreja’, le pedía; ‘házla reír; cárgala’. Y la parte masculina, al final, me dijo: ‘¡Faltó esta! ¿Qué te parece esta otra?’ Una o dos cervecitas, como máximo, y le empezaba a agarrar el saborcito”.
En El Rosedal, se admira con fe ciega a Benito Carrasco, el director de Paseos de la Municipalidad que lo fundó en 1914, a sus 37 años. “Logró una simetría increíble —aduce Federico Serraíno, ingeniero agrónomo a cargo del mantenimiento del lugar—. Fue una mente brillante”. En honor a ese mito, los nueve jardineros que ejercen actualmente se plantean el cuidado de la planta con mucha seriedad. “Las hojas no tienen manchas —muestra el encargado Enrique Gamon—; las flores están impecables”.
Resiste a casi todo
El año de su nacimiento, 1958, la Iceberg fue galardonada con una medalla de oro de la británica Sociedad Real Nacional de Rosas. Y en 1983, la Federación Mundial de Sociedades de Rosas la distinguió incluyéndola en su Salón de la Fama. Pero ahí se acabó su gloria. Quedó opacada. “Las rosas que obtienen más premios son las aromáticas”, admite Gamon. La más aclamada es la Caprice de Meilland, una hybrida de té de rosa intenso con sobreactuación de aroma a rosa.
El tour odorífero de El Rosedal se complica en presencia del tapaboca. Pero el aroma a rosa literalmente explota ante la Frederic Mistral, que además es aterciopelada. Hay gente aquí presente que viene —lo admite— a ejercitar el olfato post-Coronavirus; otros, por el mero placer de “irse” en el aroma a té o a bombones de una tía o una abuela cualquiera.
Otro panorama completamente distinto espera junto a Ramón (pide figurar así), del sector Mantenimiento del Parque Chacabuco. Allí también hay un Paseo El Rosedal, próximo al cruce de las avenidas Eva Perón y Emilio Mitre, contiguo a la Autopista 25 de mayo, y está cerrado desde marzo de 2020. Pese a que en el último bimestre del año pasado se concretaron ahí 15 casamientos (los martes y jueves, de 8 a 12), no se permite el ingreso de paseantes comunes. No hay señalización ni un mapa que lo visibilice. “Mucha gente piensa que esto no existe”, se lamenta Ramón.
Y concluye: “Antes había un guardián por turno pero es ‘persona de riesgo’, y tuvo que dejar de venir. Sí, puede ser: las rosas se ven un poco marchitas. Pero no están muertas”.