El territorio comprendido entre las avenidas Scalabrini Ortiz, Juan B. Justo, Córdoba y Santa Fe es el epicentro del movimiento turístico que cambió la fisonomía de esta zona
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“Un orgasmo cada siete segundos, uno por cada bocado”, se escuchó decir a un turista estadounidense. “Por la textura, por la grasa intramuscular bien sabrosa, por el ancho del ojo de bife, por la grasa marmoleada en toda la pieza”, explica el encargado de Don Julio, que lo advirtió. En 2021 esta parrilla alcanzó el puesto número 13 en el ranking The World’s 50 Best Restaurants, y la tracción de turismo extranjero, sobre todo brasileño y estadounidense, fue inmediata. Hoy es el epicentro, junto con el bar Tres Monos y la “parrilla oriental” Niño Gordo —todos en el eje Guatemala/ Thames— del movimiento turístico que cambió la fisonomía y el costo de vida dentro de Palermo Soho.
Según dueños de bares, meseros, turistas, vecinos, kiosqueros y encargados de restaurantes y hoteles consultados por LA NACION dentro del territorio comprendido entre las avenidas Scalabrini Ortiz, Juan B. Justo, Córdoba y Santa Fe, el turista de Buenos Aires se maneja “con cash”; gasta un promedio de 70 dólares por almuerzo o cena; los brasileños refieren que en São Paulo y Brasilia pagan 200 dólares por la misma categoría de restaurante. Buenos Aires les da la posibilidad de vivenciar la experiencia del lujo.
Mario y Milenna Sampaio, de Brasilia, en la fila de dos horas para Don Julio, un mediodía, en la esquina de Guatemala 4691, están maravillados: “Palermo Soho, rúas tranquilas; parece o distrito de Pinheiros, em São Paulo”.
El fin de semana de sus elecciones presidenciales, los brasileños lideraban el ranking de las visitas a Don Julio. La mayoría quería que ganara Lula. “Ayer bebimos seis mojitos; ahora un ojo de bife —dice un excitado turista carioca en la cola de El Preferido, en Jorge Luis Borges 2108—. En Brasil tendrías que pagar mucho más por algo semejante. Obrigado, meu Argentina”.
Carlos Aguinsky, socio fundador del bar Tres Monos —que en solo un año se ubicó en la lista de los mejores 100 del mundo— cuenta que la organización que los elige tiene más de 600 votantes secretos, integrados por dueños de bares y bartenders, periodistas y bebedores comunes. Votan a siete bares en cualquier parte del mundo, con criterios amplios que abarcan al impacto en la comunidad. Aquí, se los consagró por “sabores bien argentinos y estímulo a los productores locales”, ya que les compran rica-rica, muña-muña y arca, entre otros yuyos, a productores de Jujuy, y con eso hacen cócteles.
Sorrel Moseley-Williams, periodista radicada en Buenos en Aires, sommelier y academy chair para la lista “Los 50 mejores bares del mundo”, elevó a la calle Thames entre las 10 más cool del mundo, para la revista Time Out de Londres. Los nombres de Niño Gordo (Thames 1810), Tres Monos (Guatemala 4899), Las Pizarras (Thames 2296) y La Carnicería (Thames 2317) inmediatamente empezaron a replicarse en cientos de páginas web y guías globales. El acarreo de turismo llegó a niveles impensados, que los sorprenden aun hoy.
Según cuenta el personal de los bares visitados, los turistas de Palermo Soho empiezan a beber muy temprano; almuerzan en Don Julio o El Preferido, y a las 14.30 (aproximado) ya están tomando tragos. “Sabemos que podríamos cobrarles más caro —reconoce Aguinsky— pero queremos que la puerta esté abierta; que no haya membresía ni dress code”.
El argentino, cuenta un aclamado bartender de la calle Guatemala, está más acostumbrado a picar algo. El extranjero toma cinco tragos y puede no comer ni una aceituna. Es una cuestión cultural. Y el público local tiene un paladar más dulce. El inglés y el norteamericano buscan que se sienta más el alcohol en un Old Fashioned, un Negroni o un Manhattan.
Personas viajadas
Sandra, la vendedora de Palermo Food Market (Thames 1732) revela que la mayoría de sus turistas son chilenos, estadounidenses y españoles, en ese orden. Es gente “que viene a los paseos de Plaza Serrano; les gusta llevarse vinos argentinos a excelente precio, para ellos”. Todo comenzó con el kiosquito y los vinos, y se fueron agregando rubros a pedido de la gente: carbón, pasta dental, talco, fideos, yerba, pan, azúcar, leche, “lo que necesites”, dice.
En la puerta del local, uno de sus clientes, Guillermo, científico mexicano, becario, dice: “No entiendo por qué este no es un país del primer mundo, teniendo tan sólido sistema de educación pública. ¡Y estos vinos! Me llama la atención el deterioro de los autos”.
¿Cómo se comporta el turista que llega a Buenos Aires? Personal de bares, cervecerías y hamburgueserías dicen que es bastante respetuoso, que viene con información. A La Carnicería, dice Manuela Toro, gerenta de operaciones de Grupo Thamesis, concurre un 90 por ciento de público extranjero. “A los dos meses de abrir, en 2015, fueron a comer unos chicos de The New York Times y sacaron una nota consagratoria. Esto explotó. Hoy los mismo dueños tienen cinco restaurantes sobre la calle Thames”.
En pocos días, anticipa Sorrel Moseley-Williams, se conocerá el anuncio de una nueva lista de los 50 mejores restaurantes del mundo (en un evento especial en Mérida, México) y seguramente habrá nuevas incorporaciones porteñas, lo cual gravitará en otra oleada turística aun más poderosa. “Llega a Buenos Aires una persona bastante viajada —describe Sorrel—, y se lleva la sorpresa de que es más económico de lo que imaginaba”.
Sebastián y Pilar, de Magia Libros (Thames 1619), reciben a turistas que se llevan de a cuatro o cinco títulos, comprando en cantidad porque en el resto de América Latina pagan impuestos y a cada ejemplar hay que sumarle 10 a 12 dólares. “Hay un turismo de consumo; eso está clarísimo”, dice Sebastián.
La pareja saca algunas conclusiones después de tanto escuchar a sus clientes de afuera: “La ropa les parece carísima; vienen con data de que no tienen que llevarse ropa de Buenos Aires. Les es baratísimo beber y comer, y comprar libros”.
¿Turista promedio que compra libros? “Tiene de 45 a 55; es mujer, con buen trabajo; cabeza de familia, o digital nomad, que por ahí gana 2500 dólares en los Estados Unidos y se viene a vivir por un período largo a un genial Airbnb, y se da la gran vida”, coincide la pareja de libreros.
Malos entendidos
En el local de Niño Gordo, cuentan que el que llega es un turismo de clase media y media alta. “El cliente argentino viene entre semana, de martes a jueves. Entre el staff hay un solo argentino; el resto es de Venezuela, Perú, Ecuador, Colombia y Haití. Eso ayuda a la comunicación con el turista”, cuenta el segundo chef.
Desde Brasil, a donde fue invitada por la Secretaría de Turismo de São Paulo, en visita a la feria gastronómica MESA, Sorrel Moseley-Williams anuncia que acaba de consagrar en Time Out a Chacarita entre los 51 distintos más cool del mundo, lo cual derivará en un mapa más amplio para el turismo. “Intento aportar mi grano a la región”, dice, humilde.
Hace muy poco, Sorrel consagró también a El Preferido en el puesto 4º del ranking de Fodor’s sobre “buena comida barata en todo el mundo”. La multitud que dobla la esquina borgeana luce, desde entonces, más abigarrada. Esperan hasta tres horas por una mesa. Responden inmediatamente a los rankings.
Entre los que esperan, el carioca Julio Castro dice que le encanta Palermo Soho y que por eso espera desde hace dos horas junto con su pareja, Walter. Confiesa que ya visitaron 16 bares y restaurantes en las primeras 48 horas en suelo porteño.
En puerta de una popular cervecería, las meseras describen a la concurrencia: “Un montón de yanquis que toman de a seis pintas por noche; son unos caraduras; hablan un espantoso spanglish”. En Palermo Soho, se corre el riesgo de quedar, siendo turista, reducido al contorno de una burbuja que no deja ver qué hay más allá. Una escritora, joven, de Brasil, cuentan los de Magia Libros, dijo hace poco que le llamaba la atención la poca diversidad social de Buenos Aires. Pero no había salido de los límites de Palermo Soho. “Internet es perversa —describe Pilar—: los envía a Palermo. Al mejor bar de Palermo. No es turismo de recorrido; es un turismo de puntos”.