Resignados a convivir con la inundación
Los comerciantes se unen para mitigarlos daños
Asomadas al improvisado balcón que habían armado en la puerta de su local con barreras de metal, Belén Céspedes y su madre, Imelda, esperaban la llegada del caudal de agua que, con cada tormenta, suele inundar la esquina de Cabildo y Blanco Encalada. "La vez pasada -por el temporal del 30 de octubre- tuvimos que vender la ropa al precio de costo, pero por suerte esta vez estamos acá y podemos evitar que el daño sea mayor. Los muebles del local, en cambio, ya quedaron arruinados", contaron.
Al igual que ellas, la mayoría de sus vecinos había levantado compuertas para frenar la avanzada del agua; otros optaron por bajar las persianas. "Muchos cerraron por miedo a que se les vuelvan a inundar los locales. Nosotros, por ahora, no vamos a cerrar. Hay que esperar a ver si viene el agua o no."
Bastó con que Ezequiel, el vendedor de un local de zapatos sobre Blanco Encalada, terminase de pronunciar la frase, para que la corriente bajase con la furia de un río desde el otro lado de Cabildo. En pocos minutos, la esquina se convirtió en un caos: con gente con el agua hasta las rodillas.
En la mano de enfrente de Cabildo, vendedores de una galería explicaban que el problema no era el avance del agua, sino el oleaje generado por el paso de colectivos. "El agua rebota y rompe vidrios", explicó Gerardo Fajnin, un comerciante de la zona.
Un hombre descalzo, semidesnudo y con una maza en la mano intentaba impedir, en plena avenida y al grito de "¡por acá no pasen más!", el avance de un colectivo de la línea 60. Belén Céspedes se puso a cargo de la operación en la mano contraria. Vestida con botas de lluvia, un short deportivo y un piloto, se interponía en el camino de automovilistas y motociclistas y los obligaba a volver por donde habían venido.
Con la ayuda de otros vecinos, mientras tanto, la madre de Belén desplegó de un lado a otro de Cabildo una improvisaba barrera hecha con tanza y retazos de tela que, aunque rústica, cumplió con su objetivo. Durante el lapso de tiempo que duró el pico de la inundación, dos colectivos de la línea 67 quedaron varados en el cruce de la avenida con todos sus pasajeros a bordo, en tanto que para los autos y motos fue imposible siquiera atinar a seguir avanzando. Los peatones, por su parte, iban de un lado a otro de la calle con los pantalones arremangados, los zapatos en la mano y asistidos por personal de Emergencias del gobierno de la ciudad.
Ayer, a la clásica postal de la inundación se sumó el hecho de que todavía quedaban residuos sin recolectar en la zona. "Hoy a la mañana se estaban llevando lo último que quedaba, pero levantaron lo que pudieron: todavía queda basura en la zona, y mucha", sentenció Eduardo Cruz.