Recomponer el orgullo ciudadano
La noticia de Buenos Aires como sede de Juegos Olímpicos de la Juventud es motivo de entusiasmo para la ciudad. En ese contexto ha sido un dato muy especial que la preparación y presentación del proyecto acontecieran en un clima de bajo perfil y baja preocupación ciudadana.
A la luz del tipo de acontecimiento que significa organizar estos Juegos, es importante relacionar la afinidad del plan elaborado por el gobierno de la ciudad con los méritos otorgados para la elección. Ocurre que este tipo de evento reconoce tan importante para la propuesta del ordenamiento territorial, la calidad de las instalaciones y su implantación y velocidad y tipo de recorrido, como su inserción con las zonas más dinámicas y de entrecruzamiento social y cultural de la ciudad. Se trata de un evento que trata de fomentar las relaciones de los deportistas con la comunidad y las costumbres locales.
Así la propuesta no valora tanto la inversión sobre nuevas instalaciones o notables transformaciones, sino el aprovechamiento de sus preexistencias urbanas, su calidad presente transportada a 2018 como zona de encuentro público para el acontecimiento deportivo.
Un territorio de gran dimensión, con buenas conectividades e infraestructura instalada y calidad ambiental en sus espacios públicos, hace sustentable la propuesta, sin plantear el aporte de recursos extraordinarios para su desarrollo o puesta a punto.
Este acontecimiento necesita un elemento fundamental para su completa calidad: el vínculo con la comunidad anfitriona, quien recibe y hace de ese evento un acto de calidad social.
Y este es un punto clave para que los juegos sean, luego, reconocidos como un hecho memorable. En un reciente congreso sobre urbanismo en Helsinki, Finlandia, su alcalde expuso las causas que vinculan a la ciudad con su ciudadanía: el deseo común de disponer una buena, inteligente y pacífica calidad de vida. En una ciudad donde gran parte del año por su riguroso clima, la vida, aun de día es nocturna y las temperaturas pueden llegar a 20 grados bajo cero, desear calidad de vida es casi una necesidad de supervivencia. Por lo tanto trabajan para ello y lo logran.
Buenos Aires hoy no convive con ese mismo destino. Existe un extraño clima de desajuste, incluso, entre lo normal y lógico y lo real. Y así el espacio público y privado se ha transformado paulatinamente en un ámbito sin regla, crispado y sin buena calidad de vida. Y la responsabilidad es de todos.
El arquitecto Norman Foster planteó al explicar su plan de transporte y orden urbano para el centro de Londres que, aún con el mejor plan, se necesita un insumo fundamental para su eficiencia: el orgullo cívico de sus ciudadanos por querer que su ciudad funcione bien. Una autoexigencia que permitiría que Buenos Aires no sólo sea más estética, sino fundamentalmente más ética.
Es por ello que los Juegos Olímpicos de la Juventud, aun con la mejor planificación y organización –que seguramente la tiene y la tendrá– necesitan, y más allá de los Juegos mismos, de una Buenos Aires que recomponga el orgullo del ciudadano por su ciudad. Ello nos permitirá cuidarla y tratarla mejor, lo cual para el estado actual no será poco, y a su vez pensando en el acontecimiento atlético de 2018 será el mejor ejercicio para todos sus ciudadanos.
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