Qué le dice la gente a Rodríguez Larreta cuando camina por Once
Tras ordenar el desalojo de los manteros en el barrio, el jefe de gobierno porteño aseguró que "no van a volver a trabajar en el lugar"; los comerciantes se toman selfies con el funcionario y una mantera le reclamó volver a trabajar en la calle
"Jefe, una foto por favor. Muy bueno que sacaron a los manteros, pero el tema de la inseguridad sigue siendo un problema". Horacio Rodríguez Larreta parece invadido de pedidos y reclamos que atiende uno por uno. Está en la esquina de Sarmiento y Paso, en el corazón de Once, cuando los vecinos lo rodean. Lo saludan. Lo interrogan. Es mediodía del miércoles; el tránsito colapsado y la muchedumbre marcan un pulso vertiginoso. El pulso del centro porteño. Un puñado de manteros custodiados por el triple de policías hacen una protesta en plaza Miserere cuando el jefe de gobierno decide emprender una caminata por las calles del barrio, desde hace poco más de dos meses sin vendedores ambulantes y donde también arrancaron las obras de nuevas veredas y ensanches de esquinas. Once está custodiada hoy por 50 policías por turno y 12 inspectores, muchos de ellos de civil.
Larreta tarda 10 minutos en hacer cada cuadra. Lo acompañan dos funcionarios y dos apuntadoras que toman nota de los pedidos de la gente: el problema, el nombre y apellido y el teléfono de contacto. Le llegan reclamos de todo tipo, incluso de los que Larreta no tiene alcance, como la recesión del país. "Antes Once era una mina de oro, y ahora mirá, no hay tanta gente", le dice una vecina. "Yo veo mucha gente caminando", retruca Larreta. La mujer le responde: "Pero no entra nadie a los negocios; caminan, sí, pero nadie compra. Decile eso a Macri".
Probablemente esto nunca le llegue al Presidente, pero lo que sí es seguro es que los pedidos por mejoras en cuestiones de la ciudad se apilan en su despacho como hojas secas. "Reparen las veredas, son un desastre". "Están levantado las persianas a la madrugada para robar en los negocios". "Hay una casa usurpada, acá, a media cuadra, donde venden droga". "Hacé algo por el tránsito que es un lío, basta de ciclovías". "Soy jubilada y la tablet que regalan nunca me llegó. La pedí, pero no me dan bolilla". "Pago el doble de ABL que un amigo que tiene el doble de mi departamento y vive en Recoleta". "¿Le puedo dejar un curriculum? Soy diseñadora gráfica". Le piden de todo, menos sobre el tema candente de la última semana: los piquetes.
Larreta se mueve en Once, un territorio que hoy lo tiene a su favor, como un político en campaña. Saluda primero a los vecinos, les pregunta "¿cómo andás?" y sonríe permanentemente. Allí, en la zona donde corrió a los manteros, los empleados de los comercios salen para pedirle una foto. En la calle Paso, entre Perón y Sarmiento, acepta tomarse 32 selfies con teléfonos celulares. Todo es risas hasta que en la avenida Pueyrredón, casi esquina Corrientes, se cruza con una mantera desalojada. Pura casualidad. "Larreta, por qué nos perseguís", le dice la mujer, de imponente contextura física.. "¿Perseguir? ¡No! Si les dimos un lugar en un galpón para que puedan vender", responde. La señora, que no quiso revelar su nombre, retruca. "Vos sabés que ahí no vamos a ir; ahí no se vende nada. Queremos estar en la calle. Los inspectores nos sacaron a patadas. Hay una gran persecución". El jefe de gobierno repitió su primera respuesta, le palmeó el hombro, da media vuelta y se va.
La última parada es en un bar sobre Pueyrredón. Larreta, que pide un cortado chico, parece expectante cuando se lo consulta sobre qué sucederá cuando en pocos días los manteros de Once terminen la capacitación en la CAME (por la que cobran 14.000 pesos mensuales) y quieran volver a los puestos de trabajo. "No sé qué harán... Lo que sí es seguro es que a vender en la calle no van a volver. Está prohibido y los vecinos no quieren que vuelvan".
Por la plaza Miserere, donde estaban protestando 20 manteros con pancartas y un megáfono, no pasó.