Palermo New: crece un polo gastronómico con pequeños restó
Cerca de diez locales temáticos captan a numerosos comensales; algunos cenan parados en la vereda
Es parte de Palermo, pero sin el glamour del Soho ni el brillo del Hollywood. En unas pocas cuadras delimitadas por las avenidas Córdoba y Scalabrini Ortiz y su vértice con Gascón, la oferta gastronómica se está adueñando de esta zona de casas bajas y antiguas. Algunos lo llaman Palermo New. Por aquí, locales pequeños, con pocas mesas pero con gran personalidad, se van abriendo paso desde hace poco tiempo, intentando quizá competir con su zona prima hermana, el Soho, a tan solo un par de cuadras de distancia.
En un radio de unas diez manzanas es posible hallar casi una decena de reductos casi ocultos, a los que se accede en muchos casos por recomendación. Uno de los pioneros fue A Nos Amours, en Gorriti 4488, un sitio con impronta parisina a cargo de Constant Anné, que supo trasladar sabores típicos de su tierra y adaptarlos a los paladares locales. Platos caseros, de producción íntegramente orgánica, componen la carta de diez opciones, entre los que se destacan los portobellos asados con fondue de queso y el tradicional conejo a la mostaza, en un ambiente elegante y simple para 50 comensales. Por $ 400 por pareja, París se traslada a Palermo con gran nivel.
A escasos 100 metros, casi en la esquina con Julián Álvarez, está la que probablemente sea la vedette principal del flamante polo: Nola, restó pub ideado por Lisa, una oriunda de Nueva Orleans -de allí el nombre del lugar-, que trajo a la zona la comida cajún, típica del sur norteamericano. Pollo frito, estofados tradicionales, mollejas crocantes y mucho picante protagonizan el menú, bien regado por cerveza artesanal. No hay servicio de mesa; los comensales piden en la barra y, campana mediante, retiran el pedido y se sientan a gusto. Un público joven, relajado, nutrido por los hostels de la zona llena el lugar cada noche, al ritmo de la música y la charla. Todo es fabricado in situ y por $ 150 se sale satisfecho.
En la misma onda sajona se inspiró El Tejano (Honduras 4416), restó que desde hace dos años ofrece unas costillitas de cerdo ahumadas que son famosas en las guías de viajero. Larry Rogers, su alma máter tejano, charla cada noche con los comensales, que llegan de todas partes del mundo y se sientan en las mesas comunitarias. Un asador holandés y un chef dominicano completan el equipo, que no da abasto sacando alitas de pollo y papas fritas. "La gente viene por las costillitas; si no tenemos se van", confiesa Amanda, moza caraqueña. Por $ 195 cash el combo con bebida es imperdible.
Quizá sea el atractivo de lo exclusivo, lo pequeño, o el afán de alejarse del bullicio palermitano, pero las noches de esta zona de la ciudad atraen a un público que sabe disfrutar de la buena gastronomía con un valor agregado, que puede ser lo novedoso, lo orgánico, lo impensado.
Juan León es un venezolano que hace dos años abrió junto a su mujer, Monzú, una pizzería que probablemente agote las reservas cada noche gracias a una particularidad: sus pizzas traen bordes rellenos. Ricota, queso chedar, chorizo o pasta de aceituna son algunos de los sabores que acompañan pedidos de albóndigas, panceta, salchichas... Pero la que se lleva todos los aplausos es la La Negra, elaborada con tinta de calamar y mariscos. El relleno no desentona: ricota a la gremolata y limón, a $ 340 las ocho porciones. Los primeros en sumarse a esta mezcla de sabores fueron los paladares europeos y americanos, aunque actualmente la mayoría son curiosos locales.
Para llegar a Gran Dabbang hay que prestar atención al circular por Scalabrini Ortiz. Casi llegando al cruce con Honduras, entre los típicos negocios de venta de artículos de Oriente, un pequeñísimo local ofrece una de las mejores opciones de la cocina del sudeste asiático y la India de la ciudad. Con un menú en el que predomina lo vegetariano, por $ 200 con bebida se puede cenar pakuras de acelga, mote de queso de cabra, choclo, tomate y tahina o pan de maíz y "provola" ahumada, tomate, huevo y alcaparritas. No hacen reservas, por lo que se sugiere ir con tiempo porque se llena.
No es para desprevenidos. Un portón sin identificación visible puede hacer desistir a quien no llegó hasta allí exclusivamente, previa secreta entrega de coordenadas. Y ni así se asegura el ingreso; todo depende de si el dueño da el visto bueno o no. Aclaración mediante, quien logra hacer su ingreso a Los Divinos se encontrará en un lugar donde el protagonista es el vino. A partir de él, la experiencia resulta encantadora: una bodega con atención personalizada, decorada al detalle en madera y hierro. El acompañamiento: comida casera, patés artesanales, tablas de quesos y fiambres, portobellos al pesto. Si la idea es celebrar con los íntimos, se cierra para exclusividad. Amerita la visita... si se logra llegar.
A paso lento pero firme, abriéndose camino sin competir abiertamente con su vecina fashion, el triángulo palermitano va nutriendo la agenda gastronómica.
200
pesos
Es el precio promedio, por persona, para cenar en los restaurantes de la zona. Incluye, además, una bebida con alcohol.