Pablo Siquier, el artista del movimiento
Sus murales se ven en las calles y en el subte; dice que el desafío es que funcionen, aunque la gente no se detenga a mirarlos
Si los artistas tuvieran antenas, las de Pablo Siquier captarían el lenguaje secreto de las calles, las formas y los colores de Buenos Aires. A través de una obra de inspiración geométrica, al mismo tiempo monumental y minimalista, este porteño nacido en 1961 en Villa Urquiza se ha convertido en la sombra creadora detrás de una notable serie de murales e instalaciones de gran tamaño que ya forman parte del espacio público local. En la estación Carlos Pellegrini de la línea B del subte, en la Rural, en Puerto Madero o en el Centro Cultural General San Martín, los trabajos de Siquier enriquecen y reinventan el paisaje urbano. Dibujan la escenografía imaginaria de un Buenos Aires posible. Le dan forma a los sueños de los porteños a partir de finísimos trazos hipnóticos. Y demuestran que, aunque no lo parezca a simple vista, los artistas tienen antenas.
-Para contar tu formación, alguna vez escribiste: "Estudié poco y nada -dos años en la Prilidiano Pueyrredón, uno en el taller de Pablo Bobbio y otro en el de Araceli Vázquez Málaga- y viajé mucho en colectivo". ¿Hasta qué punto el ómnibus fue una escuela para vos?
-Bueno, yo creo que todo el arte contemporáneo es comentarista de la ciudad. "La gran ciudad" es uno de los mayores inventos del siglo XX, y los artistas hacemos un recorte personal de ese monstruo para convertirlo en nuestro comentario. La ciudad no empieza y termina en los edificios y las calles; también incluye los signos, la información, la gente y la mezcla de todo eso. Y el resultado, para cualquier persona que vive en la ciudad, es inabordable. Con esa cantidad de signos, cada uno de nosotros hace lo que puede. En mi caso, esa síntesis que hacen todas las personas se convirtió en una obra. Y es verdad: en algún momento habría que estudiar la influencia del bondi en el arte argentino. Mi repertorio de formas y diseños nace de la observación de las fachadas y la combinación de ornamentos que vi durante años desde las ventanas de los colectivos.
-¿Buenos Aires es tu mayor influencia artística?
-Sin duda. La de los músicos minimalistas como Steve Reich se nota en algunos aspectos formales, y en cierta radicalidad a la hora de tomar decisiones. La de la literatura clásica es una influencia aún más lejana, y sobre todo tiene que ver con la rigurosidad. Pero de la ciudad extraigo mi elenco de formas y situaciones.
-¿Qué sentís cuando ves que parte de tu obra forma parte del espacio público?
-Es algo que yo nunca me había propuesto. Primero me invitaron a hacer el mural del Sanatorio Güemes, y luego llegaron los otros pedidos. Afectivamente, la obra más querida para mí fue la del vestíbulo de la estación Carlos Pellegrini, en la línea B de subtes. Resultó un gran desafío, porque mi idea era que la obra acompañara el movimiento de la gente.
-¿Cómo lograste ese efecto?
-Por un lado, intenté que las formas elegidas fueran fluidas y dinámicas. Y por el otro, traté de estimular una lectura física, corporal de la obra. En general, la gente se para delante de la obra, y con los ojos recorre la superficie de la tela como si fueran las páginas de un libro. Pero en situaciones más grandes, como murales o instalaciones, el tamaño impide esa lectura. La gente está envuelta por la situación plástica y por eso la experiencia resulta corporal, va más allá de lo que dicen la mente o la mirada. En el espacio público yo siempre trato que la escala sea lo suficientemente dominante como para que la obra funcione aún cuando la gente no se detenga a mirarla.
-¿Qué esperás de la persona que vive la "situación plástica" que proponen tus obras en el espacio público?
-Cuando uno expone en una galería o en un museo, espera gente que conoce la obra previa, o la historia del arte. En cambio, en la vía pública, quienes ven el mural pueden o no estar interesados en el arte. Las expectativas en el espacio público son diferentes, y me gusta que sea así porque me abre a un mundo abierto e impredecible.
-¿Esa diferencia en las expectativas cambia tu objetivo artístico?
-No, mi objetivo es siempre el mismo: lograr que mi trabajo sea atractivo aunque no tenga ningún elemento de seducción. Hacer una obra dura y seca, pero que al mismo tiempo resulte atractiva. Es un reto enorme, porque la vida en la ciudad ya es lo suficientemente difícil como para, además, imponerle a la gente contenidos dramáticos o duros.
-¿En qué proyecto trabajás actualmente? -La semana próxima empiezo a trabajar en un mural, de 25 x 15, en la parte exterior de un pabellón de Tecnópolis. Y también estamos buscando un lugar idóneo para la estructura que acaba de comprar el gobierno de la ciudad. No es fácil encontrar un lugar que necesite un mural o una escultura. Muchas veces se pone una obra por poner, sin tener en cuenta lo que un sitio exige. Un ejemplo es la plaza de enfrente de la Biblioteca Nacional, en avenida del Libertador, que con el edificio-escultura de Clorindo Testa ya estaba perfectamente, y sin embargo luego le sumaron las esculturas de Juan Pablo II y la de Evita. Ahí quedó todo apretado, cuando hay muchísimas plazas que requerirían una obra de arte como por ejemplo la de Evita. Nosotros ahora estamos en esa búsqueda, la de una locación idónea para una instalación tan grande como la que adquirió la Ciudad.