Michelangelo, el mítico local del tango porteño de San Telmo, vuelve a abrir sus puertas después de más de una década
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Un viejo lobo porteño disfraza sus lágrimas detrás del vidrio empañado de su vaso de whisky: es una noche ideal para melancolizarse, por la rentreé de un clásico porteño que nació como boîte para entendidos y hoy se relanza como restaurant y cena show a precio dólar, con destino principal en el turismo que baja de aviones y cruceros a la Ciudad. Es domingo, hace frío; San Telmo está desértico; pero sobre esta cuadra de adoquines se acumulan las corbatas a rayas y los zapatos negros brillosos; amigos y familia para un evento que anticipa la inauguración oficial de Michelangelo, ahí en Balcarce 433 para celebrar la nueva etapa a cargo de Luis Machi y familia, también propietarios del contiguo boliche tanguero La Ventana.
Ante los presentes, surgen postales argentinas de un show del género “turista”—como lo denominan—, con Horacio Romo y Pablo Agri; músicos de las orquestas de Leopoldo Federico y el Sexteto Mayor; “la presencia estelar” de Néstor Fabián y María Pisoni; y un homenaje a Mariano Mores interpretado por Mateo Crespi, junto a bailarines de caminata y gancho enfático, que hacen del virtuosismo una obviedad; alimentan el “Bravo” y el “Viva”, en este mismo sitio en el que –dice el mito—, en 1969 Amelita Baltar obtuvo su mayor ovación de pie. Pese al ambiente íntimo (exclusivo) aquí los ánimos están crispados por el whisky, los puros, la comida, la melodía y el canto. Astor Piazzolla, Juan D’Arienzo, Raul Lavié, Hugo Marcel, Osvaldo Pugliese, María Graña, Chiqui Pereyra, Néstor Fabián —que sigue liderando el staff— dieron y dan forma al show “de pista”.
A diferencia de la sala original, asentada en antiguos terrenos de la Orden de Santo Domingo, con un túnel que da cuenta de la actividad del contrabando en el siglo XIX, en esta versión 2022 de Michelangelo, el escenario acompaña la estructura abovedada. “Las bóvedas se separan por muros verticales de mampostería que sirven como apoyo del piso superior, y son únicos por carecer del sistema portante de viga, como otros edificios construidos por el arquitecto inglés Edward Taylor, la Aduana Nueva y el Anexo de la Aduana”, escribió Daniel Schavelzon, en Excavaciones en Michelangelo, publicado en 1998.
Tras los hallazgos de las excavaciones de Schavelzon de 1996, se supo que las piezas de cerámica, encontradas en lo que había sido un antiguo almacén de ramos generales, correspondían a “un sitio de cocina y comida para un grupo de pocos recursos económicos y otro para un convento de religiosos. No estaban tan lejos los unos de los otros: ¿eran los efectos de la Revolución Industrial?”, se pregunta el arqueólogo urbano.
ADN tanguero
Seguir el derrotero cultural de Michelangelo significa, también, hacer una arqueología del recorrido dentro y fuera del país que ha tenido el género musical del tango. Abrió por primera vez, como tanguería, en 1967, cuenta Luis Machi. Tuvo varios cierres y reaperturas, las últimas en 1999 y 2005. Hasta la de hoy, permaneció cerrada más de diez años. En algún momento fue M Buenos Aires, luego se reconvirtió en Samsung Studios. Astor Piazzolla le dedicó el tema “Michelangelo 70″, en su disco Adiós Nonino. “Ojalá hubiera escuchado a Astor Piazzolla en Michelangelo —sigue Machi—. Pero no llegué a tiempo. Curiosamente, quedé flasheado por Michelangelo en una noche no tanguera, hace ya mucho tiempo, durante un concierto de Rubén Blades”.
En 1967, cuando abrió por primera vez, asolaba al país la dictadura de Juan Carlos Onganía. Entre los presentes, Hugo Sánchez estuvo al frente de la Casa de 1982 a 1992, comenzando el propio 2 de abril, con la atención pública centrada en la invasión inglesa a las Malvinas. “La casa explotaba. Nos visitaban militares de países vecinos que llegaban a la Argentina para ver qué pasaba con la guerra. Nos fue magníficamente bien”, recuerda.
Anteriormente, habían estado a cargo las familias fundadoras de Michelangelo: los Rodríguez Redonda y los Donadío, “dueños originales que hicieron la casa, empresarios muy poderosos con innumerables actividades económicas, como una fábrica de pomos para dentífricos, barcos, una isla en el Tigre. Tenían un séquito con el que se reunían todas las noches en diversos restaurantes hasta que dijeron: ‘Vamos a recibirlos en nuestra casa’. Primero fue restaurante, y años después comienza el show”.
A su lado, la bailarina folclórica, del Ballet Salta y Los Huachipampas, Marian Ramírez acota: “Yo estuve actuando acá en el año 74. Donadío nos trajo de uno de sus viajes un regalo para las bailarinas”. Es noche de tono confesional, que se mezcla con la ansiedad por cazar un bocadito de camarones, pero luego no hace falta porque el bandejeo apabulla.
Durante la gestión de Hugo Sánchez, el escenario ocupaba una posición en el fondo del salón, pero hoy que Luis Machi tomó la posta vuelve a su lugar original en el frente. “Luisito arrancó con La Ventana (otro complejo tanguero, contiguo a Michelangelo) cuando yo estaba en Michelangelo —dice Hugo—. En los 80, él agarraba el rebote nuestro. Las dos casas importantes eran El Viejo Almacén, en la Avenida Independencia, y Michelangelo: cinco tenedores, vieja cocina francesa. Mozos con guante de alpaca. Langosta, caviar ruso e iraní, ostras, un bife de lomo de 8 a 10 centímetros”.
Tras la cena y el show, la opción es acercarse a la barra principal del lugar, el Dante Bar, a cargo de Mateo Castro que, junto con Matías Granata, conducen una amplia carta de cócteles de autor, algunos inspirados en las diferentes regiones de la Argentina, como el trago riojano con base de Aperol, almíbar de damasco y vino torrontés; lo escolta un whisky ahumado con madera de manzano. En el restaurante de la planta baja, donde la cita para cenar es unas dos horas antes del show —a las 19.30—, el cocinero Pepe Molina dice que va a respetar “lo que quiere la gente: carne, mucha carne. Pero hoy hicimos charqui con crema y papas, y un niguiri de bife de chorizo. Cosas buenas y nuevas: cocina fusión. Cocina so beat, con cuatro a cinco horas a fuego muy lento. Y un domo de fuegos, con humo y un montón de cosas. Va a tener una tendencia francesa, aplicada a las carnes. Esto es un monstruo muy hermoso”.
Usted acaba de entrar en Michelangelo. Rumorosa, la noche va ganando lentamente el derecho a su reinado, decía el eslogan de aquel originario folleto de 1967 colmado de fotos de señoras con peinado batido, vestido de colores y cartera de mano, y señores sentados en enormes poltronas cuadradas a la moda de los 60 y los 70. Era la Meca de la noche porteña: la boîte, y los shows se desplegaban, para unos pocos seguidores y conocedores, en los propios túneles del espacio histórico.
“En ese entonces —acota Hugo Sánchez―, la entrada con cena costaba 10 dólares. Hoy vale 100. El mundo se dio cuenta de que esto no tiene nada que envidiarle al Lido de París”.