Menos en la Argentina, todos los modelos han ido evolucionando
Desde que se fundaron, los zoológicos del mundo (como la Casa Imperial de Fieras de Viena, en 1752; el Jardin des Plantes de París, en 1795, y el de Londres, en 1828) han evolucionado. Sin embargo, resulta evidente que no todos lo han hecho. Y en la Argentina, ninguno.
El Zoo de Buenos Aires, fundado en 1875, surgió en una época en la que el país necesitaba que sus ciudadanos conocieran la fauna de una nación que no había celebrado su primer centenario de vida. Además, la situación ambiental no configuraba el nivel de crisis actual. Aquella institución, pensada a lo grande por Domingo F. Sarmiento, tuvo dos personalidades brillantes como primeros directores: Eduardo L. Holmberg y Clemente Onelli. Ellos fueron los mejores gestores con los que contó, los responsables de su maravillosa concepción arquitectónica y de haberlo desarrollado como el paseo más popular.
Con el paso del tiempo, la crisis ambiental se agudizó a lo largo del siglo XX. Y nuestro zoológico quedó estancado sin tomar nota de ello. El cuarto de siglo de concesión a cargo de empresas privadas murió y la autopsia confirmó que fue un fracaso. Así llegó al siglo XXI, con formato y contenidos obsoletos, edificios espectaculares, pero más cerca de la arqueología que de la biología de la conservación; precarias condiciones de bienestar animal; miserables inversiones para salvar especies y ecosistemas amenazados, escasos proyectos y buenas intenciones educativas.
En contrapartida, los empresarios han sabido orientar sus inversiones hacia un único desvelo: vender entradas. Todos estos rasgos son los que definen una gestión privada inmoral del patrimonio público.
La acertada decisión del jefe de gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, de interrumpir la concesión y tomar las riendas de la institución era necesaria. Es importante que su anuncio sea acompañado por gente noble, bien formada y con coraje. También, por las instituciones más prestigiosas y serias con las que cuenta el país.
Lo más fácil y rápido es cerrar el Zoo, pero la naturaleza argentina no puede darse el lujo de perder ninguna institución. En vez de cerrarlo hay que transformarlo, como lo hicieron en otros países. Y estudiar a los que trabajan bien, como la Wildlife Conservation Society, que impulsa cerca de 500 proyectos de conservación desde sus zoológicos del Bronx, Central Park, Prospect Park y Queens, además del Aquarium de Nueva York.
No es necesario hacer una tormenta de ideas entre vecinos, sino una convocatoria a especialistas dedicados por completo a la ciencia o a la conservación, revisando bibliografía y analizando los casos que han funcionado en otros países o en el nuestro, como Güirá Oga, en Misiones. Ésta es la única esperanza: que podamos contar con guías que inspiren valor por la naturaleza.
Naturalista y museólogo