Los que luchan para recuperar sus vidas
Soñaban con terminar sus estudios, viajar, construir una casa o progresar en el trabajo; todas estas intenciones quedaron suspendidas hace poco más de dos años; las historias de tres heridos en el accidente y que sólo esperan que se haga justicia
Natalia Meza: los días pasan entre operaciones y el hospital
El tiempo pasa a otra velocidad para Natalia Meza y su familia. Ahora se mide enteramente en términos de su terapia, las operaciones pasadas –y las que faltan–, el éxito de los injertos y la velocidad de adaptación de los clavos que tiene en las piernas.
Mientras tanto, todos los otros eventos de su vida, sus planes de terminar el secundario y empezar a estudiar veterinaria, las ganas de conocer Entre Ríos, la construcción de su propia casa sobre la de sus padres, todo está suspendido desde hace dos años, cuando quedó comprimida entre un asiento destrozado y el cuerpo de una persona muerta durante casi cinco horas hasta que la pudieron rescatar.
Natalia, que en el momento del choque tenía 28 años, casi pierde ambas piernas. Sin embargo, a pesar de haber sufrido una fractura expuesta en la pierna izquierda y de haber perdido por completo el talón y el tobillo de la derecha, logró salir del hospital con la promesa de que volvería a caminar.
Hoy, dos días antes de que comience el juicio penal por el fatal choque que se cobró la vida de 51 personas y dejó a otras 789 con heridas y recuerdos imborrables, Natalia ya puede caminar con ayuda de una muleta. Pero todavía tiene que ir todos los días a la clínica Fitz Roy a ver a sus médicos, hacer ejercicios de kinesiología o ver a su psiquiatra. Atrapada por esta agenda, además tiene que encontrar la fuerza para lidiar con una cicatriz aún más profunda que las que lleva en las piernas, la que le dejó el miedo.
"Extraño ir a trabajar, ver a mis compañeros, salir. Los médicos me dicen que ya puedo hacer programas, pero me da miedo. Me imagino que alguien me va a empujar o que me van a empezar a doler las piernas y al final no me animo", contó.
Sus amigos la invitaron a pasar Año Nuevo con ellos y a ir a las termas durante un fin de semana largo, pero estos últimos dos años se los pasó enteramente entre su casa y la clínica.
"Escuchás tantos casos que quedan en la nada, y aunque agarren a los culpables, son personas que van a pagar para salir libres. No pienso demasiado en el juicio porque me da bronca, porque no tengo muchas esperanzas y porque a nosotros ya nos arruinaron", relató Natalia.
José Pasapena: noches de insomnio y una visión borrosa
Hace dos años que no puede dormir una noche entera de corrido. Se despierta antes de que salga el sol, agitado, transpirado, ahogado por sus sueños en los que se mezclan las imágenes punzantes del 22 de febrero de 2012, cuando quedó atrapado entre los hierros y los cuerpos comprimidos del primer vagón del chapa 16. Sueña situaciones creadas por su propio inconsciente en las que ve a sus tres hijos y a su mujer arrasados por fuegos y explosiones insoportablemente verídicos.
José Pasapena tenía sólo 26 años cuando se subió a ese tren. Y la tragedia de Once le dejó un horizonte de incontables noches sin descanso.
Lo peor para José sigue siendo la vigilia. En el momento del choque, alguien le pegó un codazo en el ojo izquierdo que le provocó un desprendimiento de retina que le redujo la visión. El mundo que antes del 22 de febrero era claro y nítido ahora está casi constantemente fuera de foco, turbio.
Se había venido desde Perú hacía siete años con su mujer y tenía dos hijos, uno de seis y otro de tres. Lo que más le gustaba hacer en su tiempo libre era jugar al fútbol y entrenarse, y eso también lo perdió.
"No me queda nada, sólo ir a trabajar y tratar de cansarme lo más posible para poder dormir" describe.
Y este cambio de vida lo cambió a él. Pocos días después del choque, empezó a notar que se enojaba por cualquier cosa. No quería jugar con sus hijos, les gritaba a sus compañeros de trabajo, peleaba con su mujer. Dos años más tarde, aún no logra controlar su estado de ánimo cambiante. Ni siquiera el nacimiento de su hijo más chico, hace sólo un año, logró aplacar del todo esa sensación casi constante que él describe como "alteración" y que sabe que puede terminar con su familia.
José trabajaba en el momento del accidente como encargado en un lavadero. Estaba en negro y por eso no tenía ART que cubriera los gastos médicos. Asegura que al principio no le interesaba saber nada sobre el juicio. Pero que su manera de pensar cambió durante el último año cuando se contactó con otros sobrevivientes y empezó a participar de los actos. "La justicia tarda, pero al final llega. Ahora tengo esperanza."
Norma Barrientos: una madre que, ahora, baila sola
Karina era pura energía. Coqueta, amiguera, charlatana y bailarina. Le faltaban solo dos meses para cumplir 15 años. Poco tiempo antes le había presentado su primer novio a su mamá, y había decidido, después de dar muchas vueltas, que quería hacer una fiesta.
Ese 22 de febrero estaba de vacaciones, y se ofreció como tantas otras veces, a acompañar a su mamá, Norma Barrientos, a la casa de familia donde trabajaba. Las dos subieron al primer vagón del chapa 16 porque estaban primeras en la fila en el andén y la fuerza de la gente que empujaba para entrar las arrastró.
Cuando el tren chocó contra el andén en la estación de Once, Norma que viajaba parada, quedó enterrada bajo una montaña de cuerpos. Completamente inmovilizada y casi sin aire, esperó durante casi dos horas a que la sacaran, solo para recibir la peor noticias: Karina no había sobrevivido.
"Todavía, cuando veo pasar un grupo de chicas, por un segundo creo que la veo. Cuando suena mi teléfono me imagino que debe ser un mensaje de ella preguntándome si pone la pava para el mate", relata hoy Norma.
Dos años después, esa madre encuentra algo de consuelo cuando vuelve a ir a su trabajo y repite un recorrido que tantas veces hizo con Karina, aunque ya no utiliza el tren cuando puede evitarlo. Es una manera de revivirla, y la ayuda a pasar el día a día.
"En mi casa siempre escuchamos mucha música y bailábamos todo el tiempo. Yo le enseñé a ella bailar el rock, y ella me hacía dar vueltas con el cuarteto. Ahora cuando la extraño mucho, pongo la música y bailo sola", cuenta.
Norma está activamente involucrada en todo lo que organizan los familiares de las víctimas del accidente, y encontró en María Luján Rey y Paolo Menghini, los padres del fallecido Lucas, una segunda familia, con la que no siente que tiene que fingir que está bien. Ahora espera con ansias el comienzo del juicio, y está convencida de que va a llegar el día en que se haga justicia por su hija.
"Lloraré y sufriré, pero quiero estar en el juicio. Yo le rezo a ella y tengo fe, vamos a tener justicia."
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