Los cuidacoches hacen su agosto durante las vacaciones de julio
En el receso escolar proliferan los "trapitos" en sitios visitados por familias con sus hijos, como el Zoo, la Rural de Palermo o Buenos Aires Polo Circo; nadie se responsabiliza por su accionar
¿Cuántos artículos periodísticos se han escrito sobre el tema? ¿Cuántas fotos se publicaron sobre cuidacoches en la vía pública? Muchas. Sin embargo, la mafia de los "trapitos" se reinventa y prolifera en distintos lugares, siempre con absoluta impunidad.
En plenas vacaciones de invierno, controlan el estacionamiento en lugares públicos de nutrida afluencia familiar. Así, se los puede ver organizados sobre la avenida Sarmiento y cerca del hipódromo de Palermo, o en soledad en el Rosedal, el museo Malba o el Polo Circo, en Parque Patricios.
Ni la Policía Metropolitana ni la Policía Federal se hacen cargo; el gobierno porteño se desentiende de la responsabilidad de controlarlos, y la Fiscalía Pública de la Ciudad aglutina denuncias contravencionales año tras año. Mientras tanto, los cuidacoches se reparten un jugoso botín, que en realidad es dinero que sale de los bolsillos de los porteños por estacionar en espacio público.
¿Federal o Metropolitana?
El Ministerio Público Fiscal recibe las denuncias. En 2009 ingresaron 4195; en 2010, 4462; en 2011, 3058, y en 2012, 3814. Una vez hechas las denuncias, las fuerzas de seguridad tienen la obligación de controlar que esa actividad no se realice, de acuerdo con el artículo 16 de la ley de procedimiento contravencional.
Así lo indica el artículo 79: "Quien exige retribución por el estacionamiento o cuidado de vehículos en la vía pública sin autorización legal es sancionado/a con uno a dos días de trabajo de utilidad pública o multa de $ 200 a $ 400. Cuando exista previa organización, la sanción se eleva al doble para el organizador".
En diciembre de 2011, en la Legislatura, se había aprobado una reforma de ese artículo para limitar aún más la actividad de los cuidacoches. Pero luego fue vetada por el jefe porteño Mauricio Macri (ver aparte).
Entonces, ¿cómo se los controla? "El Código de Contravención es de la ciudad de Buenos Aires, y el gobierno porteño tiene su propia fuerza de seguridad", argumentaron desde la Federal. "Los legisladores deberían cambiar el Código, porque como está ahora sólo se puede accionar cuando el damnificado hace la denuncia y manifiesta que fue obligado a pagar", explicó un experimentado comisario de la fuerza.
Desde la Metropolitana responden que en las comunas donde tiene jurisdicción (4, 12 y 15) "no hay gran cantidad de trapitos, salvo en La Boca y Barracas cuando hay partidos de fútbol". En esos casos, contaron los voceros, "lo único que se puede hacer es identificar a las personas y pedirles que dejen de hacer esa actividad".
Mientras no haya acuerdo para controlarlos se seguirá cayendo en un agujero que, en la práctica, les da vía libre a quienes actúan como dueños del estacionamiento público.
En la segunda semana de vacaciones, LA NACION comprobó que los cuidacoches ganaron espacios en sitios concurridos por familias con hijos en edad escolar. La avenida Sarmiento, que separa el Zoo y la Rural, es un ejemplo. Durante estos días, los conductores estacionan sin control a pesar de los carteles que prohíben esa acción. El caos se agudiza por la presencia de colectivos. Y el pedido de dinero de los "trapitos" se realiza a pocos metros de los efectivos policiales.
"Me cobraron 30 pesos, un robo, pero prefiero no correr riesgos de que le hagan algo al auto", dijo un hombre en el Rosedal, donde un "trapito" con chaleco verde organizaba la entrada y salida de vehículos. En esa zona piden hasta 40 pesos. Algo similar ocurre en la zona del hipódromo, a pocas cuadras de allí, donde operan grupos de encapuchados.
"A voluntá, maestro, a voluntá ", invita un hombre alto y fornido, envuelto en una campera naranja fluorescente. Está en la esquina de la avenida Garay y Combate de los Pozos, donde se realizan los espectáculos de Polo Circo. La misma apariencia, pero con un abrigo azul, tiene quien ubica los autos en una calle paralela al museo Malba. Hace mucho frío. Apenas se le ven los ojos achinados debajo del sombrero de lana. Únicamente saca las manos de los bolsillos para recibir los $ 30 después de darle indicaciones al conductor de una camioneta.
Las tarifas varían. No son tan abultadas como las de los partidos de fútbol o recitales ni alcanzan el récord de 150 pesos que pidieron durante los shows de Paul McCartney en River. Trabajan solos o en grupos, improvisados u organizados. En las vacaciones de invierno hacen su agosto. Las modalidades no son nuevas, las escenas se repiten y el negocio crece. Sin que nadie los controle.
lanacionar