En la década del 20, en Liniers se construyeron viviendas de características similares y en lotes de la misma superficie para atender la crisis habitacional
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El déficit habitacional en la Argentina no es un mal de esta época. Millones de personas tienen hoy grandes problemas para acceder a una vivienda digna, pero hace 100 años ocurría algo parecido, cuando las ciudades no tenían las dimensiones actuales y debía aparecer la mano del Estado para facilitar un techo. De esa forma surgieron diferentes barriadas en la ciudad de Buenos Aires, cada una con sus propias particularidades, que aún se mantienen vivas y funcionan como burbujas dentro de un barrio más grande.
Las Mil Casitas de Liniers surgió de esa forma. Fue construido cerca de la General Paz, cuando la avenida que separa a la provincia con la ciudad ni siquiera se había proyectado. Manzanas recortadas en forma de rectángulo, atravesadas por pasajes y calles con nombre de obras literarias, flores y otras referencias del acervo cultural argentino, son las características principales de este reducto que se terminó de levantar en 1928 para que los más jóvenes pudieran acceder a una vivienda. Docentes y artistas fueron los primeros habitantes, aunque tiempo después de fueron sumando familias ferroviarias.
Desde la Plaza Sarmiento, uno de los espacios verdes del barrio, se despliegan las callecitas y se puede observar otro de los rasgos distintivos: las viviendas están edificadas en parcelas de la misma dimensión, de 8,66 metros por 8,66 metros, siguiendo un modelo proveniente de Holanda (hoy Países Bajos) desarrollado por la Compañía de Construcciones Modernas y fabricadas en la Argentina por la Comisión de Casas Baratas.
El plan original surgió en los años 20 por una idea de Juan Félix Caferatta, un diputado por la provincia de Córdoba que propuso hacer barrios para paliar los problemas de vivienda. Una ordenanza municipal de 1922, bajo la intendencia de Carlos Martín Noel, autorizó la construcción sobre tierras pertenecientes a la familia Fürst. En total se levantaron 1760 casas.
“El tamaño de las parcelas fue elegido para producir la mayor cantidad de casas posibles. En esa medida, según el plano holandés, se podía desarrollar una vida confortable. Todas las casas tenían baño, un gran adelanto para la época, gas (aunque las primeras casas eran con cocina a leña, llamadas económicas), la cocina, una habitación abajo, otra en el entrepiso y dos habitaciones más en el segundo piso, con un patio atrás y otro delante”, describe Nelly Pareja, presidenta de la Junta de Estudios Históricos de Liniers.
El barrio de desarrolló en dos etapas o conjuntos: el Ramón Falcón, delimitado por las calles Timoteo Gordillo, Ventura Bosch, Carhué y Falcón, con una orientación de los pasajes este-oeste; y el Tellier, en el polígono formado por Lisandro de la Torre, Boquerón, Montiel y un sector hasta José León Suárez y otro desde Gordillo hasta Tellier (como se llamaba antiguamente Lisandro de la Torre), con orientación de los pasajes norte-sur.
Mburucuyá, Bermejo, La Madreselva, El Trébol, El Carpintero, El Zorzal, El Cardenal, Tuyutí son algunos de los nombres de las calles y pasajes que envuelven a las Mil Casitas, una burbuja pacífica y acogedora donde los vecinos pueden pasar largos ratos de charla en las esquinas y el sonido de algunas aves le gana la batalla al ruido de vehículos y colectivos.
Cada vivienda refleja hoy la impronta de sus propietarios y aunque la mayor parte están en buen estado, algunas denotan el paso de los años y la falta de mantenimiento. En sus orígenes, todas tenían las mismas características. El diseño del barrio —se hicieron cinco similares en la ciudad de Buenos Aires— estaba inspirado en modelos europeos de principios del siglo XX con una gran influencia del racionalismo moderno.
“La volumetría y expresión muy pura hizo que la Legislatura propusiera introducirles a las fachadas una ornamentación italianizante en algunas y holandesa en otras, tal como se visualizan hoy en algunos casos. Esas casas tan nobles estaban muy bien iluminadas y fueron construidas con buenos materiales y sus dimensiones y proporciones eran dignas de respeto”, se describe en la publicación Liniers, mil historias.
El crecimiento de Liniers está muy ligado al ferrocarril. En 1904, los talleres de reparaciones del Ferrocarril del Oeste son trasladados desde Tolosa (departamento de La Plata) a la Villa Liniers y, con eso, cientos de trabajadores se mudaron. En ese contexto comenzó la fiebre de los loteos, las subdivisiones y construcciones, especialmente del lado sur de la avenida Rivadavia. Los ferroviarios lograron el otorgamiento de préstamos para edificar sus viviendas y también llegaron a las Mil Casitas.
“Hay una teoría de que el nombre viene de La Plata, de un barrio que se llamaba de la misma manera porque parte del barrio tuvo la población ferroviaria, gente que vivía en Tolosa y se trasladó aquí. Primero fue destinado a los jóvenes y docentes, pero después se sumaron los ferroviarios. La gente se desesperaba por vivir aquí porque el valor de la cuota mensual era muy bajo. Había sorteos y adjudicaciones con escribano público”, cuenta Pareja.
El medidor a gas a moneda era otro de los grandes avances de la barriada que fue poblándose, también, de artistas e intelectuales, a los que en otras zonas de Liniers llamaba los Fifi porque “no tenían mucha plata en los bolsillos, pero muchos libros en la cabeza”. Todavía hoy, entre los habitantes, hay gran cantidad de escritores, artistas plásticos, escultores y vecinos ligados al arte y la cultura.
Las viviendas han quedado en las familias a través de las generaciones aunque muchas se fueron alquilando o vendiendo por su gran potencial comercial. Entre los pasajes de las Mil Casitas ocurren cientos de historias, como los encuentros vecinales durante las fiestas cuando se sacan las mesas a la vereda, se corta la calle y se festeja en comunidad. Una burbuja que creció en los años 20 del siglo pasado y perdura hasta la actualidad.