Las escuelas de artes circenses viven una nueva edad de oro
Para algunos, su auge comenzó a partir de las visitas del Cirque du Soleil. Lo cierto es que cada vez hay más estudiantes de clown, acrobacia y trapecio, muchos de ellos chicos
La ciudad vive un inesperado auge de las artes circenses y cada protagonista tiene su propia versión del origen de esta nueva edad de oro. Para algunos, comenzó gracias a Carmen, el personaje interpretado por Natalia Oreiro en la telenovela El deseo, cuyos vuelos de trapecio en trapecio despertaban todo tipo de fanatismos. Otros adjudican el actual boom a las primeras visitas del Cirque du Soleil , que inspiraron a toda una generación de trapecistas. Pero en lo que la mayoría coincide es en remontarse a 1980, cuando los hermanos Videla fundaron la primera escuela de Circo Criollo, que actualmente funciona en pleno barrio de Balvanera.
Según datos de Buenos Aires Polo Circo , desde 2009, se presentaron nada menos que 29 espectáculos internacionales de género circense, y hubo más de 30 propuestas nacionales. Los shows incluyeron a más de 300 artistas en escena y convocaron 289.000 espectadores. Por otra parte, 40 escuelas de todo el país participaron del ciclo Campus Polo Circo, que se realiza todos los años y permite a las instituciones mostrar su producción a fines de año.
"Yo nací en el circo, hice malabares, trapecio y acrobacia. También soy bailarín y actor, trabajé diez años entre el Teatro Cervantes y el San Martín. Además, soy piloto civil y podólogo", dice, orgulloso, Jorge Videla, rodeado de fotos que muestran su amor por el circo, una pasión y estilo de vida que comparte con su hermano Oscar.
En la escuela de Circo Criollo, a la que asisten más de 150 alumnos argentinos y de Colombia, Chile y Perú, se enseña a hacer de todo (malabares, alambre, trapecio a vuelo, trapecio fijo, paradas de manos, contorsiones, clases integrales) menos una cosa: a ser payaso. "La verdad es que eso es algo que no puede explicarse ni enseñarse. Se lleva en la sangre", dice Oscar, quien asegura que muchos estudiantes argentinos son contratados para trabajar en circos de todo el mundo.
Quizá por eso Félix Rapela, de 19 años, lleva más de la mitad de su vida como estudiante de la escuela. "Probé de todo pero ya lo decidí: quiero ser trapecista. Me encantaría trabajar en el circo, es mi sueño", confiesa.
Escuela de risas
"¡Bien, narices puestas!", grita Marcelo Katz, en la escuela que dirige con su propio nombre al frente. A su lado, al compás de una pandereta, un grupo de clowns de entre 20 y 60 años corren a hacer una ronda mientras comparan sus respectivas pelucas y trajes coloridos.
Jorge La Pausa y Zucchini buscan a un amigo imaginario detrás de una cortina, al tiempo que Rotonda canta canciones sobre lo rica que es la polenta. La primera lección para quienes aprenden a hacer reír consiste en nunca perder la curiosidad y la capacidad de asombro.
"Volver a jugar y convertir el juego en material escénico para poder compartirlo con el público. Eso es lo que buscamos", dice Katz, director y alma de la escuela que funciona desde hace ya 12 años y en donde se dictan clases de clown, bufón y máscara. Katz explica que durante los primeros cinco meses los alumnos trabajan con ropa negra para sentirse descubiertos y vulnerables, y así poder conectarse con su cuerpo. Y luego comienzan a usar máscaras y disfraces para hacer volar su imaginación.
A pocas cuadras de allí, en la escuela de acrobacia Mamarula, tras descalzarse, un grupo de chicas caminan rápido hacia las colchonetas. Después de elongar, se cuelgan de las telas de colores. Romina Ramat, la profesora, da un par de indicaciones, y mientras las alumnas se preparan, ella baja las luces. Enseguida se escucha una canción de INXS que impulsa a las sombras a entrecruzarse en el aire.
Para Luna Syniuk, de 21 años, convertirse en una artista del vuelo representa un sueño hecho realidad. "Siempre me gustó la acrobacia, pero en Misiones, donde vivía, era imposible tratar de aprender. Por eso, apenas vine a vivir a Buenos Aires empecé a buscar... Y acá estoy", dice, entusiasta. Ramat explica que a su escuela, ubicada en Villa Crespo, asisten alumnos desde los tres años. En su opinión, la mayoría de los estudiantes se acercan para realizar ejercicio y divertirse, en busca de alguna actividad física que reemplace las horas de gimnasio.
Por su parte, en Espacio Zero los alumnos también disfrutan. Sobre las 18, la inmensa colchoneta azul comienza a poblarse. Y antes de que nadie les dé una indicación, más de diez niños de entre 6 y 12 años saltan enérgicos y felices. "Me encanta venir a la escuela. Lo que más me gusta es saltar en la colchoneta y hacer piruetas con las telas", dice Alfonsina.
Lola Werner, alumna de acrobacia desde los 16 años y actual profesora de las clases para niños, cuenta que, como ella, la mayoría de los profesores se formaron en la escuela.
La Arena, con casi 150 alumnos, es un espacio con dos sedes, una en Palermo y la otra en Vicente López. Su director, Gerardo Hochman, ofrece talleres y seminarios para niños, adolescentes y jóvenes, y dirige la Diplomatura en Artes Circenses que se dicta desde 2010 en la Universidad de San Martín.
Como parece indicar el éxito de estas escuelas, el auge del circo en Buenos Aires no es una moda. Y además, el futuro de las narices rojas y los malabares parece asegurado porque, como dijo Juan Pablo II alguna vez: "Mientras exista un niño, el circo no morirá jamás".
Vacío legal para la habilitación
- A pesar del gran número de escuelas de circo que invaden la ciudad, aún no existe un rubro bajo el que puedan ser habilitadas; por eso, la mayoría permanecen "escondidas" en galpones, sin dirección en sus páginas web y sin carteles a la calle.
- Desde la Dirección de Habilitaciones, que depende de la Agencia Gubernamental de Control (AGC), dijeron que por tratarse de una actividad relativamente nueva no hay nada reglamentado, pero que si la actividad sigue creciendo tendría que evaluarse la inclusión del rubro.
- "Queremos tener todo en regla y laburar bien, pero no podemos", se quejó Nicolás Lareo, profesor de la escuela Mamarula.