La teoría del complot permanente
Cada nuevo incidente en las vías de los trenes metropolitanos enciende la guerra fría entre el ministro de Interior y Transporte, Florencio Randazzo, y los sindicatos ferroviarios.
Por supuesto, el de Temperley no iba a ser la excepción. Condimentos sobraban: la proximidad del cierre de listas para las precandidaturas presidenciales de cara a la próxima elección, al alcance de la mano en el tiempo, y el ingrediente adicional de la presentación de coches cero kilómetro para el ferrocarril Roca, que se iba a hacer 12 horas después del choque de la formación 2277 con la locomotora diésel 921, justamente en la estación Temperley.
El nuevo capítulo de la larga batalla entre el ministro que siempre recuerda que él encarna la modernización del sistema ferroviario argentino -canibalizado durante décadas hasta que la tragedia de Once obligó al Estado a resolver el problema- y La Fraternidad (convertida en la némesis de Randazzo) se produjo, además, a horas de un nuevo paro nacional, que tendrá precisamente a los gremios del transporte como protagonistas principales.
Ése es el contexto en el que Randazzo utilizó las "pruebas objetivas" para sostener su hipótesis de que el accidente fue la concreción de un sabotaje para perjudicar sus posibilidades eleccionarias y socavar la política ferroviaria del Gobierno.
Las pruebas fácticas sólo explican parcialmente el choque; el punto principal que aún no ha sido dilucidado -y que será objeto de una investigación judicial- es qué llevó al motorman a desatender las señales y las indicaciones que le imponían no avanzar o detener la marcha del convoy que salía de Temperley hacia el sur profundo.
No es la primera vez que el ministro invoca complots que atribuye a los gremios ferroviarios cada vez que se produce un incidente. Ayer mismo recordó el accidente en Castelar, pocos días antes de otra elección, por el cual un motorman fue condenado a cuatro años de prisión. Pero también lo hizo, después de eso, tras un par de descalces de formaciones del Sarmiento causadas por la presencia de elementos extraños en las vías. En estos casos, en realidad, nunca se pudo probar el mentado sabotaje sindical.
Cierto es que los ferroviarios, en especial, los motorman, se resistieron a algunas de las medidas de seguridad impulsadas por Randazzo después de Once (la instalación de cámaras en las cabinas, los controles de alcoholemia). Pero de ahí a invocar siempre la teoría del complot hay un trecho largo. Es que no siempre la falla humana -la más probable- puede atribuirse a una intencionalidad criminal.
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