La Plata-Capital, en tres horas y un ratito
"Pero ¿no será otro piquete el humo negro que se ve allá adelante?" El hombre de Seguridad Vial fue terminante en su respuesta y el de Gendarmería refrendó como un escribano: "No, no, tiene que ir para allá". Allá estaba el Camino Centenario. Atrás quedaba la autopista La Plata, la frustración de no haber podido atravesar el peaje de Hudson para seguir hacia Buenos Aires y el ejército de personal de distintas fuerzas de seguridad.
El fastidio de pensar que el viaje implicaría mucho más tiempo que el normal pronto se convirtió en una tortura: el recorrido indicado por las autoridades fue corto, trescientos o cuatrocientos metros. De pronto, los vehículos que iban adelante frenaban y, más adelante aún, otros hacían mil maniobras para ponerse a contramano e intentar volver hacia la autopista. Efectivamente, un poco más allá había otro piquete.
En medio de bocinazos y maniobras riesgosas por la hondonada que hay a un costado del camino, camiones y automóviles que pretendían ir, algunos, y volver, otros, terminaron por generar lo inevitable: la inmovilidad total, la desagradable sensación de sentirse atrapado. Y de saberse abandonado.
Eran poco más de las 15; una hora después, sin que apareciera autoridad alguna y cuando el nudo daba señales de empezar a desatarse por sí mismo, el bajo muro que divide el camino era el lugar preferido por los hombres, que hacían de cara al barrio Abril. Para las mujeres, la cosa no era tan sencilla y seguramente se habrán sentido desnudas en su intimidad, no obstante, repararse con la puerta del auto y con otras mujeres que hacían de biombo.
Lentamente, la caravana se fue moviendo. "¿Para dónde, ahora...?" Un gendarme se jugó: "Por allá".Por allá era una suerte de colectora de la ruta interna que llevaba al Camino Centenario y un giro a la derecha. Comenzó entonces la segunda parte del viaje, que puede resumirse en estas tres palabras: sálvese quien pueda. O en estas otras tres: arreglate como puedas.
Algunos iban por aquí, otros por allá. Se desvaneció muy prontamente la esperanza de que alguno de las decenas de miembros de fuerzas de seguridad hiciera de guía para ir por un camino digno y seguro. Habían quedado todos atrás, junto a la autopista, no se sabe haciendo qué.
El trayecto por arrabales desconocidos de Berazategui, Florencio Varela y Quilmes permitió comprobar una vez más que no hace falta irse al interior profundo para ver cuántos quedaron al margen de la década ganada. Al fin, con la caravana inicial ya deshilachada y gracias a la ayuda de un lugareño que invitó a seguir su auto, se llegó a las proximidades del Colegio San Jorge, en Quilmes.
Habían pasado casi tres horas desde la salida desde La Plata. Atrás habían quedado los piquetes y la incompetencia de las fuerzas de seguridad, no ya para liberar el camino, sino para evitar que todo empeore y para guiar el tránsito. Pero adelante estaba la autopista, los enormes carteles de funcionarios y legisladores candidatos a algo en las próximas elecciones. Ahhh, qué alivio...