Catalogada como Monumento Histórico Nacional, es uno de los últimos exponentes de estilo neorenacentista que queda en pie en la ciudad; la propiedad, de finales del siglo XIX, albergó a la Escuela Normal N° 10, que funcionó ahí entre 1915 y 1982; impulsan que se convierta en un espacio cultural
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Una casona de más de veinte habitaciones, puertas con vitraux y caballeriza se esconde tapiada entre los edificios de Belgrano. Fue construida en 1870, mira de frente a las vías del Ferrocarril Mitre y perteneció originalmente a Lucio V. Mansilla, político y militar, sobrino de Juan Manuel de Rosas y autor del clásico libro Una excursión a los indios ranqueles.
La entrada, señorial, está flanqueada por ocho columnas. Las veinte salas se distribuyen en dos pisos y convergen en un hall central a la altura de la planta baja. En el primer nivel hay una extensa galería con baranda de hierro forjado que conforma un extenso balcón sobre el hall principal. Hay quienes recuerdan los escudos de la familia Mansilla que estaban grabados en las puertas. Todos los ambientes tienen ventanales hacia el exterior, detalle que hace a la casona muy luminosa y aireada. Algunas versiones, incluso, refieren a que la propiedad tiene un túnel propio que la conecta con el arroyo Vega, actualmente entubado bajo la calle Blanco Encalada.
Lucio V. Mansilla mandó a construir esta enorme residencia de verano en el entonces pueblo de Belgrano y la llamó “La Esperanza”.
La esperanza es exactamente lo que no pierde Alicia Pangella, que desde 1999 lucha para que no desaparezca ese pedacito de historia del barrio. Y que vuelva a funcionar como un espacio cultural abierto al público. Ella se enamoró de ese lugar desde que fue alumna de la Escuela Normal N°10, que funcionó en la casona entre 1915 y 1982, año en que se mudó a un par de cuadras, a su actual ubicación sobre la calle O’Higgins. Pangella primero fue alumna, luego preceptora, después maestra y desde hace décadas, defensora oficial de la casa, que está catalogada como Monumento Histórico Nacional.
Ese grado de protección se logró luego de una fuerte lucha de los vecinos. En 1999 Pangella pasó por la puerta de la casa –ubicada en el Pasaje Juan Ángel Golfarini, entre Olazábal y Blanco Encalada– y vio que tenía un cartel de venta de inmobiliaria. “Tengo que hacer algo”, se dijo, y es lo que hizo. En 1998, la Ciudad le otorgó protección estructural a la casona, que resguardaba principalmente el exterior del edificio. El 11 de agosto de 1999 la comisión de vecinos logró su primer éxito: la mansión fue declarada sitio histórico por la Legislatura porteña. Pero aún corría riesgo de ser demolida, porque “lo histórico” era el sitio, y no el edificio.
Por entonces, la Legislatura trataba un convenio urbanístico por el que se cedía la casa a una universidad. “Nos juntamos cinco alumnas y fuimos a la Legislatura. Cuando llegamos vimos una maqueta con torres y que no se ofrecía protección jurídica para que no fuera demolida. Entonces fuimos al Congreso”. Hace años que el grupo de amigas, exalumnas y otros vecinos logró la personería jurídica y se transformó oficialmente en la Comisión de Defensa de la Casona de Mansilla, que sigue presidiendo Pangella.
En 2000, el Congreso la declaró Monumento Histórico-Artístico Nacional, lo que supone el máximo nivel de protección patrimonial posible. Hasta entonces, se estaba considerando demolerla para construir una torre, hecho que frenó la Defensoría del Pueblo mediante un recurso de amparo. La propiedad es uno de los últimos exponentes de estilo neorenacentista que queda en pie en la ciudad. Pero sólo la catalogación de monumento no le otorga automáticamente un uso. Desde entonces, la Comisión promovió una expropiación de la propiedad, algo que también deseaban los mismos propietarios del inmueble. Más de diez años después, en los que la casa continuó deteriorándose, la Corte Suprema resolvió expropiar la propiedad por estar amenazada de destrucción y tener un indudable interés histórico.
Luego de la expropiación se barajaron algunas propuestas para otorgarle una nueva función a la mansión, como la de crear allí el Museo de Arte Oriental, que no prosperó. En el 2019, un decreto del Poder Ejecutivo –durante la presidencia de Mauricio Macri– puso la casona a disposición de la Agencia Administradora de Bienes del Estado (AABE), que habilitó concesionar la propiedad a un privado para que la recupere y destine a actividades comerciales, gastronómicas, turísticas o culturales. “Nos opusimos al proyecto e intervino mucho la Defensoría del Pueblo que siempre nos acompañó”, explica Pangella.
Finalmente, el presidente Alberto Fernández derogó aquel decreto que delegaba la casona a la AABE y la propiedad quedó bajo a la órbita del Ministerio de Cultura de la Nación, quien vela hoy por su futuro.
LA NACIÓN supo que existe un proyecto, propuesto por el marido de una exalumna del Normal 10, para darle un nuevo funcionamiento cultural al lugar. En la Comisión Nacional de Monumentos, de Lugares y de Bienes Históricos no dieron mayores detalles, pero explicaron que desde el inicio de la gestión, el Ministerio de Cultura de la Nación –del que depende esa comisión- tomó la decisión de recuperar el monumento histórico. “La pandemia obviamente retrasó el proceso, pero al día de hoy estamos en un punto muy avanzado en cuanto a la producción del proyecto de obra, que es el puntapié inicial para los restantes procesos, administrativos y operativos”, explicó Valeria González, secretaria de Patrimonio Cultural del Ministerio de Cultura de la Nación.
Hasta que comiencen las obras –que aún no fueron anunciadas formalmente− la casa permanece tapiada y con vigilancia permanente, porque estuvo intrusada en el pasado. Al último ´okupa´ lo sacó Pangella, al grito de “le doy cinco minutos, yo soy la dueña de la casa”. Luego de eso solicitó la vigilancia, de la que se hace cargo el gobierno nacional. Mientras tanto y conforme se acerca la primavera, en el jardín de la casona comienzan a florecer las añosas magnolias, que recuerdan muchos exalumnos del Normal N° 10. Década tras década y al margen de las gestiones y burocracias, siguen perfumando la manzana para unos pocos privilegiados.