El Palacio Gibert fue proyectado y construido entre 1910 y 1914 por el arquitecto napolitano Guillermo Ruótolo
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LA PLATA.— Diagonal 80, una de las arterias centrales de la propuesta urbana concebida por Dardo Rocha ha perdido el brillo de otrora. El trayecto entre la estación de trenes del ex Ferrocarril Roca y la Plaza San Martín sobre la que se encuentra la Gobernación fue, alguna vez, la vidriera en la que se reflejaba la pujanza de la ciudad. Hoy, allí proliferan negocios de ropa de marcas adulteradas, accesorios de telefonía mezclados con campamentos de manteros y vendedores ambulantes de los rubros más diversos: desde frutas y verduras hasta pañuelos de papel, medias o copias piratas de películas. En medio de ese aquelarre decadente, que da cuenta de largas décadas de abandono, la figura esbelta de un palacete centenario emerge detrás de una empalizada de chapa sostenida por una estructura tubular instalada como precaución ante posibles desprendimientos de su mampostería.
Se trata del Palacio Gibert, un icónico edificio de estilo art nouveau coronado con una magnífica cúpula con mirador proyectado y construido entre 1910 y 1914 por el destacado arquitecto y escenógrafo napolitano Guillermo Ruótolo, quien siguiendo una línea antiacademicista con coloridas mayólicas, herrería artística y ornamentos de estilo ecléctico, reprodujo en una estructura de tres plantas el formato de petit hotel francés.
Según la historia oficial, convalidada en diversos documentos académicos, la residencia fue encargada a Ruótolo por Marcelino Gibert, uno de los médicos que fundaron el Pabellón de Maternidad del Policlínico San Martín de La Plata.
El relato tiene claroscuros. Entre los descendientes circula, aunque difusa, una versión contada por generaciones que sostiene que Marcelino y sus hermanos, entre los que estaba Pedro Francisco, que era abogado y llegó a ocupar una banca en el Congreso Nacional como diputado del radicalismo durante la primera presidencia de Hipólito Yrigoyen, decidieron construir la casona como un gesto de agradecimiento a su padre, un inmigrante francés que se dedicaba a la pintura de obra y que con gran esfuerzo y perseverancia había alcanzado una muy buena posición social que permitió que todos sus hijos tuvieran acceso a una educación superior.
Así lo cuenta a LA NACION Franciso Gibert, bisnieto de Pedro Francisco que apunta, además, que cuando llegaron de Francia los Gibert se establecieron originalmente en Mercedes —donde aún permanece una rama de la familia— para luego trasladarse a la por entonces pujante ciudad de La Plata. Entre los parientes también se asegura que miembros de la familia fueron propietarios de otros edificios importantes en la urbe nacida de un plano como el construido en 1908 por un ingeniero de apellido Muñoz, donde funciona el diario local El Día.
Lo cierto es que para llevar adelante la obra los Gibert adquirieron el predio ubicado en diagonal 80 entre 3 y 45, una manzana inserta en una zona que se hallaba en pleno crecimiento luego de que en 1906 se había dispuesto el traslado de la estación de trenes, cuyas formaciones originalmente ingresaban hasta el centro por esa arteria a la que todos llamaban “Avenida del Ferrocarril”. Hasta ese momento casi no había en ese sector grandes construcciones debido a las vibraciones. El retiro de los rieles dio paso a la conformación de un polo que concentró a los principales comercios de la época y promovió la edificación en altura principalmente para las “casas de renta”, que eran edificios de departamentos con un solo propietario que destinaba los pisos superiores al alquiler para vivienda y la planta baja para tiendas.
Esplendor y decadencia
La memoria de los platenses recuerda que durante un tiempo funcionó allí el consultorio de Marcelino Gibert, obstetra orientado a la atención de las damas de la todavía incipiente aristocracia platense. No obstante, también habría habitado el lugar su hermano Efraín, que fue funcionario del Ministerio de Hacienda de la provincia.
En la propuesta exterior del edificio el arquitecto Ruótolo —que también fue pintor y reputado escenógrafo en el Teatro Argentino— dejó volar toda la creatividad del estilo, representativo de un vanguardismo de ruptura, con una decoración plagada de concavidades y contraformas en la que se insertan los ornamentos y mascarones con motivos florales insertos entre pilastras enormes, ventanas redondas y ventanucos. A ello se suman exquisitos detalles en hierro en balcones y portón de la entrada principal.
A la mansión se accede por una escalera de mármol que da paso a un vestíbulo generoso en doble altura bajo un vitral que reproduce una escena de la fábula de la zorra y las uvas atribuida a Esopo, aunque la instalación de un sobretecho que actúa como protección limita hoy el paso de la luz natural y en buena medida apaga sus colores.
Desde el hall, una amplia escalera de roble que exhibe el desgaste del tiempo permite acceder a un pasillo del piso superior que conduce a lo que eran dos conjuntos de apartamentos con cinco dormitorios con baño privado que hoy se encuentran convertidos en oficinas. En el mismo nivel existía un comedor diario y un jardín de invierno iluminado por grandes ventanales de vidrio repartido. En todo el interior y pese a las inclemencias del tiempo aún es posible palpar el esplendor de los delicados detalles que decoran sus paredes con mayólicas en sobrerrelieve.
La opulencia del lugar sirvió de escenario a animadas fiestas y recepciones que se ofrecían casi todos los fines de semana según surge de la crónica de la prensa de la época. Esas reuniones se desarrollaban en el magnífico salón con piso de roble traído de Eslovenia que compartía la planta baja con el comedor principal y el consultorio.
Según consignó la prensa local en mayo de 1919, aquejado por una corta pero fulminante enfermedad, el propietario murió y el brillo de la casona ingresó en un paulatino proceso de deterioro y sufrió largos períodos en los que permaneció cerrada. Poco se sabe de los motivos que llevaron a los Gibert a deshacerse de la finca. La memoria del lugar se vuelve inconsistente y se pierde en los pliegues del tiempo y los sucesivos cambios de manos que nadie parece en condiciones de reconstruir hasta ahora.
Entre los años 60 y 70 las habitaciones del primer piso fueron alquiladas y en algún momento hasta llegó hasta llegó a funcionar un restaurante en la planta baja. Poco a poco el lugar se transformó en una suerte de conventillo con colchones esparcidos por el piso y las paredes pintadas de distintos colores.
La falta de cuidados y un mantenimiento adecuado llevó a que en 1982 el edificio saliera a la venta como lote para demolición generando la reacción de grupos de vecinos preocupados por la preservación del patrimonio urbano de la ciudad. El Gobierno municipal de facto, a cargo del abogado Abel Román, dictó el 30 de diciembre de ese año la ordenanza 5338 que prohibió la demolición o refacción de inmuebles construidos antes de 1930 sin la conformidad de la Comisión de Preservación del Patrimonio Monumental, Arquitectónico y Urbanístico de la comuna.
El especialista Fernando Gandolfi, exdecano de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de La Plata, consideró que “el contexto de cierta revalorización de la arquitectura histórica que se instaló alrededor de los fastos del centenario de la ciudad” que se celebraban ese año dio lugar a una mediación de la recién creada área de Patrimonio municipal lo que terminó por salvar al inmueble de ser derrumbado “a expensas de perder el exiguo jardín que se abría hacia la calle 45 sobre el cual se construyó una pragmática adición”, indicó Gandolfi.
En 1984, el ingeniero Carlos Orazi adquirió la propiedad en un estado de total abandono. Dedicado al rubro de la construcción el profesional se proponía desarrollar allí una nueva actividad empresarial. No obstante, el proyecto no prosperó y en el lugar terminó por habilitarse una academia de inglés que funcionó muy poco tiempo.
Años más tarde, Orazi concibió la idea del Instituto Superior de Ciencias (ISCI), un establecimiento básicamente orientado a la formación terciaria en diseño. La matrícula fue creciendo a partir de una diversificación de la oferta educativa por lo que sobre lo que era el patio que daba a la salida de carruajes se construyó un conjunto de aulas. A su vez la institución inauguró una nueva sede para contar con mayor espacio.
En 1996 se creó la Fundación de Educación Superior que se fijó el objetivo de trabajar para transformar el ISCI en una universidad. Así, el 29 de septiembre de 2008 el Ministerio de Educación autorizó la creación de la Universidad del Este (UDE) que, previa aprobación de sus planes de estudios, comenzó a funcionar en febrero de 2010. Hoy en dos sedes descentralizadas funcionan en la UDE las facultades de Ciencias Económicas, Derecho y Ciencias Sociales, Ciencias Humanas y Diseño y Comunicación.
Edificio emblemático
En un acto realizado el 16 de mayo de 2018 la Asociación Art Nouveau Buenos Aires (AANBA) y el Consejo Internacional de Monumentos y Sitios de Argentina (ICOMOS) integraron a la ciudad de La Plata en la denominada “Ruta Argentina y Americana del Art Nouveau” y calificaron al Palacio Gibert como “edificio emblemático” de ese estilo arquitectónico surgido a fines del siglo XIX. A partir de la incorporación de motivos inspirados en la naturaleza, concavidades y la exaltación de la sensualidad en su estilo. En ese momento se ponderó especialmente la tarea de preservación del lugar.
Para Willy Pastrana, presidente de AANBA, el Palacio Gibert “representa el gran esplendor de la Argentina en esa época y el progreso social de la clase media”. Pastrana, destacó el estado de conservación del edificio del que destacó “sus excelentes interiores de claro estilo ART Nouveau y secesión Vienesa, únicos en la Plata, por sus cielos rasos muy decorados, sus creativos y especiales vitrales y su elaborada herrería de barandas y puerta”.
El Palacio Gibert suele ser cita obligada en las referencias del patrimonio arquitectónico argentino, ponderadas por especialistas que destacan la ductilidad en el aprovechamiento de las estrecheces del terreno condicionado por la diagonal que corta la manzana y la impronta modernista de inspiración parisina.
Si bien no hay datos oficiales se estima que en la capital provincial se edificaron más de un centenar de inmuebles de este tipo aunque muchos de ellos no han sido conservados. Según los expertos el carácter vanguardista del Art Nouveau, cautivó a la burguesía argentina que lo adoptó como una expresión de distinción entre fines del siglo XIX y las primeras dos décadas del siglo XX. Siguen el mismo estilo la estación de trenes y el edificio donde funciona Radio Provincia.
Durante todo este tiempo en el palacete sobre diagonal 80 se hicieron variados y onerosos arreglos para su puesta en valor. No obstante, los costos de una necesaria reparación integral de su fachada resultan hoy inalcanzables para la UDE, a la que hace unos años Orazi cedió la propiedad del inmueble donde actualmente solo funcionan los despachos de las autoridades, el área administrativa y la biblioteca. “Estamos buscando un subsidio, alguien que nos ayude a mantener el lugar pero nos resulta muy difícil”, comenta Mercedes Reitano rectora de la casa de estudios, al explicar el motivo por el cual se armó la protección preventiva en el frente.
Mientras tanto, el Palacio Gibert sigue siendo un joya por descubrir a la que en las recorridas organizadas por AANBA y otros colectivos de amantes de la arquitectura los visitantes asisten maravillados.