La reconversión del zoológico de Buenos Aires enfrenta varios desafíos; entre ellos, el futuro de animales gerontes y enfermos que no se pueden trasladar
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“No existe una ciudad importante en el mundo que no tenga un zoológico; el punto preferido de las masas”, escribía Carlos Pellegrini, futuro presidente de la Argentina, al intendente de Buenos Aires en 1888. Si imagináramos las palabras que pronunciaría actualmente el estadista que fue Pellegrini, podríamos suponer que serían exactamente las opuestas: ”No existe una ciudad moderna que no posea un espacio con el énfasis puesto en el rescate, la conservación, la educación y la ciencia, con el objetivo de mejorar el medio ambiente y la vida de los animales, directamente ligados entre ellos”.
A fines del siglo XIX, en Europa estaban en auge los zoológicos inspirados en leyendas del pasado, concebidos como espectáculos circenses. El gran innovador Carl Hagenbeck, cuyo primer zoológico en Hamburgo era emulado en el mundo entero, construía edificios en los que reproducía el estilo arquitectónico del lugar de origen del animal que allí se exhibiría. Y como, desde que el mundo es mundo, es finalmente el pueblo quien impulsa los cambios y los políticos quienes los interpretan, Buenos Aires vio nacer el zoológico que dictaba la tendencia del momento. La moda por los templos hindúes en miniatura, los castillos medievales y las construcciones moriscas llegó entonces a nuestro país.
La Primera Guerra Mundial terminó rápidamente con los caprichos y las fantasías del excéntrico alemán. Los zoológicos emplazados a las puertas de las ciudades contaban con grandes espacios y eran ideales para almacenar la artillería. Generalmente eran el primer blanco en ser bombardeado. Por esa razón, el único ejemplo del modelo del zoológico de Hagenbeck que permaneció intacto fue el de la ciudad de Buenos Aires, nunca bombardeada.
Y con ese modelo de zoológico victoriano llegó hasta 2016, cuando el jefe de gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, decidió terminar con la concesión privada del predio y –a pedido de las masas, como alegaba Pellegrini– trabajar en pos de un espacio que se hiciera cargo del bienestar animal, como primera medida. “Esa es la prioridad de todos los zoológicos que cierran o se transforman, como el nuestro”, dice Federico Iglesias, el actual director, que tiene a su cargo esta reconversión. “Pero también pensar qué vamos a hacer con las especies que están en peligro de extinción y con el impacto del medio ambiente sobre los animales. Hay una cantidad de medidas que las ciudades tienen que pensar para amigarse con el medio ambiente. La realidad de los zoológicos latinoamericanos es, en general, muy dura. Buenos Aires dio un paso enorme para transformar un zoo con un concepto completamente diferente. Del viejo zoo heredamos el 50% de animales endogámicos, híbridos, en malas condiciones”, recuerda.
Por ejemplo, un caso que generó polémica hace tan solo unos días a partir de una foto difundida en redes. “La camella Carolina, ya anciana, con artrosis, la segunda más longeva que se conozca en cautiverio (tiene 32 años), está en su lugar de siempre, asistida. Un zoológico que antes mostraba cachorros ahora sostiene a los animales viejitos que van quedando, que no se pueden trasladar y morirán aquí. Están muy cuidados y Carolina, originaria del desierto de Gobi, todavía goza del sol y la comida. Ellos descansan al sol en posición de muerte”, describe Iglesias en referencia a la imagen que se hizo viral. “Tiene un piso de caucho especialmente armado a la sombra y sesiones de fisioterapia. Esta es la verdad del Ecoparque hoy. No es todo color de rosa. Siempre supimos que esto podía traer problemas, pero tenemos claro hacia dónde vamos y está todo a la vista. En 2021 entraron 773 animales rescatados. Los atendemos, recuperamos, y luego se los libera en reservas, porque uno de los grandes problemas para los animales es el avance de la tierra cultivada y la tala, que los va dejando sin su hábitat y en peligro”, agrega.
“Mucha gente tampoco comprende los pastos largos. Se hizo un trabajo de parquización para volver al origen, pero a algunos visitantes les cuesta la idea de que este parque sea ahora una reserva. Ya se pueden ver lagartos entre las plantas, picaflores, mariposas, garzas. Hay tres especies que vienen a alimentarse y la garza blanca viene a anidar”, cuenta entusiasmada María José Catanzariti, titular de la Unidad de Gestión Estratégica Ecoparque Interactivo.
“La concepción a principios del siglo XX era que la naturaleza existía para dominarla. Hoy es exactamente lo contrario. Es muy difícil el cambio que pretendemos y no se logra de un día para otro”, indica Iglesias.
Traslados
Desde su concepción como tal, el Ecoparque de Palermo ya ha trasladado 915 animales desde sus pequeños recintos a santuarios y reservas, donde viven una vida mucho más similar a la de su origen. Todas fueron relocalizaciones exitosas, a pesar de las dificultades que eso conlleva. El más notorio lo protagonizó la elefanta Mara, que hoy habita en Brasil y a la que se le unirán Kuky y Pupi, las dos que son entrenadas para poder irse en 2023.
Emiliano, Marcos, Sandro, Rodrigo y Quique, sus cuidadores, bajo las órdenes del veterinario Luis Mazzola, trabajan con ellas en los tratamientos pretraslados. Marcos Flores las lleva tatuadas en su pecho de por vida. “Ellas tienen sus días y se les respeta; si no quieren, jamás se las obliga a nada y todo el trabajo que hacemos es mediante estímulos positivos. Necesitamos abordar todo el cuerpo para hacer cultivos. Son fuertes, amigables y curiosas”, detalla Flores.
En el lugar adonde estaba antes la fauna marina, hoy funciona un cine 4D que proyecta material acerca del mar y la contaminación. Simuladores muestran como esto afecta a los animales. “Quedan dos lobitos que no podrán reinsertarse. Uno es ciego y el otro es muy viejo –dice Johanna Rincón Alba, de origen colombiano y especialista en bienestar animal–. Todos aquellos animales que no se puedan trasladar morirán aquí. No se reproduce ni reproducirá un animal exótico más”.
Los chimpancés Sasha y Kangoo, madre e hijo, se preparan para partir antes de fin de año hacia Gran Bretaña, donde vivirán en una semilibertad con otros de su especie. Para eso, se los estimula física y mentalmente. A través de un trabajo diario, se les enseña a que se les pueda extraer sangre, revisar la temperatura, auscultarlos. Jamás se los fuerza si ellos no quieren. “Los animales silvestres tienden a no mostrar síntomas, porque al mostrarse débiles se convierten inmediatamente en presas, por lo que hay que estar muy atentos y la medicina debe ser preventiva”, afirma Rincón Alba.
Un águila coronada, de las que quedan 1000 aproximadamente en la Argentina y que llegó desde Santa Fe rescatada por los bomberos, estaba siendo operada en el hospital del predio durante la visita de LA NACION; lo hacía un cirujano que tiene experiencia en refracturar. “Nos está pasando cada vez más que empezamos a ser un centro de referencia y nos llaman para consultarnos de todos lados. Estamos muy orgullosos”, cuenta Catanzariti.
Atención veterinaria
Sala de rayos, quirófano en el que se pueden operar tigres o tapires y en el que se le hicieron los chequeos a la orangutana Sandra antes de su partida; laboratorio de biotecnología reproductiva y otro de análisis clínicos: el hospital fue equipado con lo necesario para atender a los cientos de animales que llegan heridos y a los que nunca podrán salir de allí. “Fue muy complicado conseguir un técnico de laboratorio que se especializara en análisis de animales silvestres, pero hoy lo tenemos”, recuerdan los responsables. El laboratorio de biotecnología reproductiva ya es un referente en la región y cada una de las secciones tiene un técnico a cargo.
“De las 16 hectáreas que tiene el Ecoparque, siete están abiertas al público y este año llegaremos a 11. El resto se terminará en 2023. Los tiempos en gran medida dependen de los animales. Las obras tienen condiciones con los contratistas para respetar el bienestar animal”, apunta Federico Ricciardi, el responsable de la comunicación.
Están Ciro y Buddy, las dos jirafas macho, de los cuales el más pequeño podría ser eventualmente reinsertado una vez que su padre ya no esté. En la condorera, que supo adornar la Plaza de Mayo durante las fiestas mayas de 1903, todavía vive una pareja de cóndores, imposibles de liberar: Sagta, el macho, tiene la visión disminuida en ambos ojos producto de cataratas y Eluney Wenu, la hembra, tiene un faltante de plumas en el ala izquierda que le impide realizar vuelos sostenidos. En cambio, sus crías vuelan en libertad.
Para los ejemplares que no podrán ser derivados, los recintos se agrandan y mejoran. Palabras como bienestar animal, conservación, rescate y educación son los ejes de este nuevo espacio, que se reconvierte día a día bajo la lupa del control social y se aleja, paso a paso, de la tragedia de un oso polar que murió de calor, estruendos y tristeza: Winner.