Pegado a las vías del Sarmiento y cerca de la avenida Rivadavia se encuentra el predio de Provita, la planta que atravesó varios procesos judiciales, cambió de rubro y despertó el interés de un barrio para generar distintos proyectos que no prosperaron
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Los carteles de la inmobiliaria están colgados hace más de 15 años en las paredes que dan a las vías del tren Sarmiento. Ofrecen 2000 metros cuadrados cubiertos, en tres plantas, y otros 1000 m² libres para cualquier tipo de proyecto. Pero ninguno de los interesados que preguntaron condiciones en este tiempo se decidió a hacer una inversión millonaria, que rondaría los cuatro millones de dólares, para comenzar a recuperar el predio de la Provita, una planta cerealera y de alimentos para animales que cerró en los 70 y se convirtió en un edificio ruinoso y fantasmal.
Se encuentra en Liniers, entre las calles Barragán, Francisco de Viedma y Reservistas Argentinos, un perímetro que se cierra con la traza ferroviaria pegada a la avenida Rivadavia (en la altura 11.000) en una zona de ebullición comercial, tanto legal como informal. Allí el cruce de vías es lento y soporífero, con autos que esperan hasta 200 metros para pasar de un lado a otro. El soterramiento del Sarmiento podría haber ayudado a desempolvar el viejo edificio, pero la obra nunca llegó a concretarse y el barrio lo siente.
Los vidrios de Provita están arruinados y desprendidos de los ventanales que están en las dos plantas, víctimas las pedradas que reciben constantemente. Dejan ver los viejos silos que aún se encuentran dentro del edificio, de cinco metros de diámetro y cinco de alto, con sus tolvas y bocas de descarga. La caja retorcida de madera de un camión parece apoyada contra uno de los laterales, aunque no es único vehículo en descomposición en todo el predio.
Dos coupés Torino, un Valiant, un colectivo y el tanque de un camión atmosférico sobreviven entre la maleza y los restos de heladeras y otras estructuras metálicas cerca del portón en la esquina de Reservistas y Viedma, bajo un tinglado oxidado de dudosa firmeza. En la otra esquina, sobre Barragán, están las puertas de ingreso de lo que supone era el área de administración. Un gran cartel de Provita se ve en lo más alto del edificio, con mayor visibilidad desde la avenida Rivadavia. Allí hay tanques, escaleras, silos y tolvas. También aves rapaces que se posan para esperar el momento preciso y lanzarse a la caza de palomas.
Un proyecto comercial, de hace ocho años, prometía recuperar las instalaciones de la pujante planta de la mano de un grupo inversor que, según aseguraban, contaban con el dinero necesario para invertir y comenzar la recuperación en forma inmediata. La propuesta era convertirlo en un moderno shopping de tres plantas con oficinas comerciales, ascensores y patio de comidas.
La intención no era contar con grandes marcas, sino con aquellas que podían competir, principalmente por precio, con el comercio informal de la avenida Avellaneda. Los interesados debían pagar hasta US$ 150.000 para quedarse con un local del Paseo Vélez Sarsfield, como se anunció que se llamaría en una presentación realizada en Costa Salguero. Pero de Vélez Sarsfield solo están las pintadas en las paredes y los colores azul y blanco por la cercanía del lugar con el club y el estadio, a menos de 500 metros. “No hay otro barrio igual. Acá se vive siempre de carnaval”, dice uno de los mensajes sobre las paredes del ferrocarril con la firma Vélez Sarsfield-Liniers, escudo y colores incluidos.
Según cita el periódico barrial “Cosas de Barrio” de mayo de 2017, el edificio fue construido a mediados del siglo XX y perteneció a Molino Pampa de la Compañía Swift que se dedicaba a la elaboración de alimentos balanceados para animales en base a cereales. Provita cerró en 1972 y luego el edificio cambió de rubro al comenzar a ser utilizado por una empresa que fabricaba piezas para la industria de la construcción.
Dos plantas, de 105 metros de largo y 30 de ancho, dan las dimensiones del edificio donde aún se ven las vías del ferrocarril por donde ingresaban algunos vagones para cargar y descargar la producción y la materia prima. Los propietarios actuales son de origen alemán y lograron adquirir la propiedad en uno de los tantos procesos judiciales de quiebra, pero, hasta el momento, no lograron concretar una operación inmobiliaria.
“Somos un grupo inversor que vio la posibilidad de armar un paseo comercial. Sería como los locales de indumentaria que se encuentran sobre la avenida Avellaneda, pero no una Saladita como se especula en el barrio, sino algo más moderno y destinado a aquellas pequeñas marcas que recién se inician y que, por más que puedan poner la plata, no las dejan ingresar a los grandes shoppings”, explicó Marcelo Carriaga, vecino de Liniers e impulsor de la iniciativa, a Cosas de Barrio.
El grupo inversor contaba con experiencia en este tipo de paseos comerciales que había construido en Quilmes y General Pacheco por lo que el proyecto contaba con cierta credibilidad y respaldo, económico y empresarial, hasta para construir un estacionamiento en dos subsuelos. Pero a pesar de la presentación y todos los avales necesarios no prosperó.
Otras intenciones
La del centro comercial no fue la única idea para aplicar en Provita. Según pudo saber LA NACION, un ex comisario de la zona le propuso al club Vélez Sarsfield comprar el predio para montar allí la universidad del Instituto Vélez Sarsfield, pero la idea no contó con el apoyo de la dirigencia. El económico es un filtro que pocos interesados pueden pasar.
Hubo más. El barrio propuso el Corredor Verde del Oeste, un espacio verde y público que se podría haber realizado si avanzaba el soterramiento del Sarmiento. La idea era abrir la calle Francisco de Viedma, (como figura en los planos catastrales de la ciudad), demoler Provita y generar allí un espacio para los vecinos en todo el sector lindero a la estación Liniers para integrar el norte y el sur del barrio, más allá de la separación de las vías.
Ninguno de los planes pensados para la planta cerealera logró pasar de las buenas intenciones. Hoy el gran cartel de Provita observa a todo el barrio desde lo alto, rodeado de bancos, consultorios, tiendas de indumentaria, concesionarias de autos y bazares, además de algunos pocos edificios residenciales sobra Avellaneda. Los carteles de la inmobiliaria esperan ser descolgados, oxidados y despintados. Ya no hay intención de renovarlos.