Atendido a través de los años por tres generaciones de la familia, Josecito es el local más antiguo en su rubro en el Microcentro
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Disimulada por el tiempo en un resquicio de la Avenida de Mayo, la casa abre su tesoro: contiene 250 modelos de boxers, otros tantos de bombachas y corpiños, otros más de camisetas, medias y pantuflas, en una oda al yo de interiores, que ganó peso simbólico tras las cuarentenas del 2020. Para quien quiere trazar el retrato de una Buenos Aires en ropa interior, es el lugar ideal, el más antiguo en su rubro en el Microcentro —quizás en toda la ciudad—, plantado en esa misma manzana desde 1942, antaño en la calle Suipacha, donde le queda una filial hermana; y desde 1977, en su sitio actual de Avenida de Mayo 891.
Es, en sí misma, una zona de frontera, a la que se accede viniendo desde el espacio público, y que exige desnudarse, de pronto, en discurso ante un hombre o una mujer desconocidos: los vendedores. Hay que describirse para dar con la ropa acorde: “Tengo los muslos gruesos, la cola grande”, se escucha entre tantas voces, una mañana fría. El vendedor aconseja a una señora que le compra al marido: “Vas a ver que con este la costura no le molesta. No, ese no: le va a dar calor”, sobre un calzón de microfibra que le gana en elasticidad pero no en aireación al más puro y clásico algodón. Las manos de la esposa se mueven, ansiosas, ante la tal magnitud de stock de talla XL.
“Durante los 70 y los 80 —dice Adrián Yeyati, el “heredero” de Josecito— no había variedad, como hoy, de boxers. Era un único bóxer de tela corte pantalón, suelto, tipo camisero, liso. Generalmente era con media cintura y botón adelante; lo sigue usando la gente mayor, pero es un producto que se está extinguiendo”.
“Después, a finales de los 80 —sigue— surge el slip, y revoluciona el mercado. Luego, pasamos al bóxer de algodón o jersey; más tarde, llega la lycra. Y el salto más reciente, el éxito del producto, se da con el bóxer sin costuras, de microfibra, que se adhiere al cuerpo y es más deportivo”. Ya lo dijo Roland Barthes en su Mitologías: “Como se sabe, lo liso es un atributo de la perfección (…). La túnica de Cristo no tenía costura”.
El vestuario interior femenino también cambió, dicen en Josecito. Durante los años 80, ninguna pedía una colaless; primaba el tiro corto o universal, lo que aquí se conoce como “la bombacha grandota”. A mediados de los 80 llegó a Josecito la primera colaless, de la marca Sol y oro.
Desde las películas de Alberto Olmedo y Jorge “el gordo” Porcel al aviso emblemático que marcó al destape posterior a la dictadura —”Hitachi que bien se tevé”—, a principios de los 80 todavía no era masiva la bombacha o malla colaless, sino un modelo que cubría una 3/4 parte del cachete de, por ejemplo, la exvedette Adriana Brodsky —fetiche en No toca botón y varias tapas de la revista Gente―. “Hoy todo es colaless. No marca la ropa; es ideal para vestidos de fiesta o prendas transparentes”, afirma la vendedora de larga data, detrás del mostrador.
Postal porteña
A los 17 años, Josecito Yeyati arranca su carrera de éxitos vendiendo medias en un zaguán, a la vuelta de la sede actual del negocio, sobre la calle Suipacha. A Suipacha la llamaban “la calle de la mujer”. Esmeralda era “la del hombre”. Era el año 1942, y Josecito desplegaba la ropa en un pasillo, por el que pagaba un alquiler mensual. El fabricante de las bolsitas que usaría como envase le preguntó, atónito: “¿Pero vos no le vas a poner un nombre a lo que hacés? Vamos, ¿qué nombre le ponemos? A ver —ante el desconcierto de Josecito—, ¿vos cómo te llamás?”. “Josecito”, dijo tímido, y nació la marca que persiste 80 años más tarde. Iba todos los días a buscar mayoristas al partido de San Martín. “Se movía”, recuerda Adrián, el hijo. El hijo está orgulloso de su padre-leyenda.
Que Adrián empezara a trabajar con Josecito se dio naturalmente. El padre “ya estaba grande. Necesitaba una ayuda, y me fui metiendo cada vez más. Cuando entré me dio un trapo. ‘Limpiá las cajas y vas a saber lo que hay adentro’, fue lo único que me dijo. Investigué, descubrí, hasta que me largué a la venta y fui aprendiendo el rubro”.
Martín, nieto de Josecito, se hizo cargo de la división digital en plena pandemia. La creó en 2020, y hasta la fecha creció en un ciento por ciento desde su fundación. Martín trabaja desde las 8.30 hasta las 18 horas. A veces surgen pequeños roces con su papá, pero dice que Adrián sabe darle su lugar, como padre y como jefe. Hoy Josecito es un 75% digital, porque “recién ahora empieza a haber un poco más de gente. Las oficinas del Microcentro hace poquito que empezaron a reabrir, después de dos años en que la zona prácticamente no existía para la compra presencial”, explica Martín.
Señoras fundadoras
Eran “señoras muy serias” —las recuerda Armando, vendedor en Josecito desde 1997—. Edith, Perla y Mirta. Mirta fue de las últimas en partir. Fueron las señoras fundadoras. Con 50 años de trabajo, dejaron todo por el negocio. Enseñaron a Armando cómo atender, dónde y cómo acomodar. “Eran personas serias, formales. Había que dejarles todo ordenado, como corresponde. Eran muchos códigos, y costaba un poquito”.
“¿Quién lo hizo?”, se enojaba una de las señoras serias, y por lo general había sido Armando. “Ni yo recordaba dónde lo había puesto”, se ríe, ahora, él. Por entonces, Josecito estaba vivo, y atendía y cobraba a la par de todos. “Tenía la pierna así de ancha y trabajaba, iba y venía”, lo describe su nieto. “Esa es la cultura del trabajo que nos inculcaron”.
Por casualidad, se dio que el cronista de LA NACION se topara con Mabel, gestora de compras del Teatro General San Martín, mientras hacía la visita periódica a Casa Josecito. Hace por lo menos una década que Mabel viene a Josecito para proveer de ropa interior a los bailarines de ambos sexos del Teatro. “Lo decide la vestuarista o el director”, revela. Hoy se está llevando pantis opacas para el ballet. “Mabel, ¿opacas o ultra opacas?”, se escucha desde atrás de la montaña de modelos y talles. “¿Cuáles te llevás, Mabel?”, insiste Martín. “Bien oscuras —replica ella—; para el ballet masculino de Boquitas pintadas. Que no sean translúcidas, por favor”. “Ah, okey”, le espeta el chico.
Oscar trabaja desde hace 15 años en el local. Dice que la Casa se distingue por un artículo: las medias. “La cabecera la pelean los boxers y las medias, con unos 250 modelos por artículo”. Sí, medias, como aquellas primeras que tendía Josecito en aquel zaguán. “Medias”, dice inscripto hasta hoy en la bolsa que se utiliza como envoltorio; no calzoncillos, no corpiños. En cuanto al pijama, el pasaje fue del abotonado al “tipo buzo”, recorriendo el mismo camino que el bóxer. La mujer pasó del camisón al pijama estampado “sueltito o estilo chupín, semejante a un jogging”.
“Con un pijama de hoy, podés salir a la calle”, afirman en Casa Josecito. En cuanto al corpiño, “hoy se lleva armadito, con base, pero con taza soft, no tan rígido. El camino es hacia la comodidad. “Se me cayó el busto”. “Tengo mucha cola”. “Quiero calce profundo”. “Vos los escuchás, y… nada… ¿Qué va a pasar? —se ríe el hijo de Josecito—. Es como cuando uno va al médico y le cuenta sus problemas. Acá dejamos que cada uno cuente su historia, y tratamos de resolver problemas”.