Acaso el fallido destino del parque de diversiones Interama sea una radiografía inequívoca de una parte sustancial del ADN identitario de la Argentina. El proceso trunco que sorteó desde que fue imaginado a finales de los ´70, atravesado por diferentes administraciones concesionadas o estatales, tiene ribetes que bien podrían constituir el universo poético de algún cuento de Franz Kafka. Su torre, de doscientos metros de altura, que puede ser observada desde diversos puntos de la ciudad y el conurbano, recuerda, aún hoy, la monumentalidad con la que fue imaginado este Disney World porteño que jamás tuvo raigambre entre las opciones del entretenimiento local.
Cómo explicar el destino trágico de esas hectáreas sureñas rodeadas de los últimos terrenos vírgenes de la ciudad, y encorsetadas por las vías del Premetro. La corrupción y la impericia marcaron su destino trágico. Aquel colosal parque, proyectado como el más grande de Sudamérica, sería vecino de otro denominado Zoo-Fitogeográfico. Allí, en el bautizado Parque Almirante Brown, entre Villa Lugano y Villa Soldati, hasta no hace demasiado tiempo atrás podían divisarse, entre altos pastizales, los esqueletos derruidos de varias atracciones mecánicas, algunas de las cuales siguen allí escondidas, camufladas, con la vergüenza del no ser. Se trata de esos mismos juegos que habían nacido para entretener a las familias en un contexto de política nacional dictatorial. Camuflajes que se inventaban para esconder el horror, espejos de colores que, como tales, eran engañosos.
Fallas de origen
Los edificios monoblock de Lugano 1 y 2, eran el último vestigio de civilidad antes de ingresar en esos terrenos de idiosincrasia rural en una ciudad de Buenos Aires que, en los ochenta, despreciaba las hectáreas sureñas cercanas al vértice que conformaban la avenida General Paz y el Riachuelo. Los lindantes Puente de la Noria y el Autódromo Municipal eran los únicos faros de estructura edilicia pública en esos descampados olvidados y lejanos para la integración de una ciudad que, históricamente, postergó su sur con deficiencias urbanísticas y desigualdades sociales. Allí, en medio del olvido, se decidió instalar la monumental obra, con poco estudio preliminar y nula proyección.
Corría el año 1977 cuando el intendente Brigadier Osvaldo Andrés Cacciatore, el ideólogo de las autopistas porteñas, la mayoría también inconclusas, proyectó, con todo el apoyo del gobierno nacional, la construcción del parque de diversiones y el Zoo-Fitogeográfico vinculado a fines educativos y que reemplazaría al tradicional zoológico del barrio de Palermo. El lugar escogido contaba con todo el potencial. Se trataba de 1434 hectáreas, bañados vírgenes, que significaban el 7% de la superficie total de la ciudad. Si bien era un sector marginado, rápidamente podría ser conectado con el centro y norte con amplias avenidas y la cercanía de la General Paz que lo ligaría con el Gran Buenos Aires y la autopista Panamericana. El parque se ubicaría en el segmento delimitado por Francisco Fernández de la Cruz, Lacarra, Castañares y Escalada.
Si bien era una iniciativa estatal, la construcción fue encomendada a empresas de capitales privados. En septiembre de 1978, en un proceso bastante veloz, se adjudicó a la compañía Parques Interama, la edificación y explotación hasta el año 2013 del futuro centro de diversiones. Parques Interama contaba con la participación de civiles y militares cercanos al poder de turno. Una empresa de origen suizo fue la encargada de proveer buena parte de las atracciones mecánicas, aunque muchos juegos fueron fabricados por compañías alemanas. El diseño espacial estuvo a cargo de especialistas vinculados a Disney World. A lo grande. Como si se tratase de un país con economía saneada y necesidades básicas satisfechas. Aquellas cien hectáreas serían modelo en el mundo.
En diciembre de 1982, el mismo año en el que se desarrolló la guerra de Malvinas, Interama abrió sus puertas al público. La expectativa era mucha, la publicidad prometía un lugar sorprendente con atracciones mecánicas de avanzada: "La gran aventura", auguraba el locutor del spot que circulaba en las tandas publicitarias de la televisión local en manos del Estado. En parte, era cierto. Aunque, al momento de su inauguración, no todos los juegos estaban funcionando y la famosa torre mirador aún no había terminado de construirse. Su estacionamiento para 14.000 vehículos, siempre resultó excesivo. En diciembre de 1983, ya con el gobierno democrático de Raúl Alfonsín al frente de la Argentina, el intendente de la ciudad, Julio César Saguier, le quitó la concesión a Parques Interama argumentando irregularidades. A partir de entonces, se lo llamaría Parque de la Ciudad y sería reinaugurado, bajo la órbita estatal, en 1985.
Idiosincrasia futurista
Dada la extensión del predio, y tomando el modelo de los parques de diversiones del mundo, Interama estaba dividido en cuatro sectores: Latino, Carnaval, Futuro y Fantasía. Allí se esparcirían los juegos mecánicos, las confiterías y las lagunas artificiales, bajo la mirada tutelar de esa torre gigantesca que, como un guiño de George Orwell, permitía ver desde las alturas lo que sucedía en todo el parque y mucho más también. Tal era la magnitud del proyecto, a todas luces sobredimensionado, que muchos juegos tardaron en ser puestos en funcionamiento y otros, directamente, jamás fueron inaugurados a pesar de contar con sus estructuras en avanzado grado de montaje. Catalogar de kafkiano, sería poco.
Con todo, varias montañas rusas, juegos de vértigo y velocidad, carruseles y calesitas, aerosillas, góndolas giratorias en altura, atracciones acuáticas, pistas de autos, vuelta al mundo doble y trencitos para recorrer el de punta a punta el predio se convertían, sin duda, en una fórmula más que tentadora. Muchos de esos entretenimientos eran únicos en Latinoamérica, y los nombres con los que fueron bautizados daban cuenta de lo impresionante de sus dimensiones, verdaderos desafíos de diseño que requerían de la audacia de los visitantes: Hidrovértigo, Wildcat, Vertigorama, Ala Delta, Monster, Matterhorn, y Speedway, por mencionar solo algunos. El parque permitía la diversión de los que se animaban a la velocidad y a la altura, pero también ofrecía una muy buena oferta para distracción de los más chicos. Además, en Interama se llevaban a cabo las presentaciones en vivo de programas infantiles como Cantaniño, la filmación de películas y la realización de recitales. Una oferta múltiple en estas hectáreas cercanas al deportivo Parque Roca, inaugurado en 1978 en lo que era la Quinta Del Molino.
La torre, un ícono
Se la denominó Espacial y fue el punto más alto de Latinoamérica durante años. Con sus 200 metros de altura y sus características de diseño se convirtió en un mojón de la ciudad. Un punto referencial que se puede observar desde lugares tan disímiles como un piso en Puerto Madero, la terraza de una casa de Lomas del Mirador en el partido de La Matanza, o la ventanilla de un avión decolando o aterrizando en Ezeiza o Aeroparque. Erguida e incólume, a pesar de su zigzagueante historial a tono con el devenir del parque que la contiene. Con la inauguración, en 1985, del rebautizado Parque de la Ciudad, finalmente se concluyó su construcción y se permitió el acceso del público. Aquel 9 de Julio una multitud se acercó para intentar observar la ciudad desde las alturas. Aún hoy, su mirador es el más alto de América del Sur y es la segunda construcción más alta del país, luego del edificio Alvear Tower de Puerto Madero que alcanza los 234 metros
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La Torre Espacial cuenta con tres plataformas hexagonales ubicadas a 120, 124 y 175 metros. Al momento de inaugurarse, los visitantes podían acceder al mirador y permanecer allí por no más de diez minutos, en grupos de hasta treinta personas. La vista, en 360°, era, es, imponente. La panorámica sobrecoge al visitante que asciende, en algunos de sus dos ascensores de alta velocidad, en un viaje que dura menos de un minuto. En días luminosos y sin neblinas, desde allí se puede observar hasta la costa uruguaya. Tal es su valor que fue declarada Monumento y Bien Cultural.
Elefante blanco
Los años fueron pasando y el Parque de la Ciudad seguía siendo una mancha gris en las administraciones de la ciudad por las pérdidas que generaba al tener un mantenimiento millonario y por no contar con una buena convocatoria de público que sentía distante el lugar y con una fisonomía a medio terminar. En otro intento por salvarlo de la zozobra definitiva, en 1997 se decidió llamar a una licitación para entregarlo en concesión. Las respuestas no fueron las esperadas y ninguna gran compañía de entretenimientos del mundo se interesó por el ex Interama que seguía inconcluso, con juegos sin construir, otros sin habilitar, y algunos que ya habían bajado sus persianas luego de una corta vida útil. Las aperturas y cierres del predio iban marcando su peripecia fallida y no terminaban de coronarlo como la gran feria de entretenimientos de la ciudad,aunque el Italpark, su competidor más cercano, ya había dejado de funcionar luego de un accidente en el juego Matterhorn, que le costara la vida a una joven. Una réplica de esa atracción funcionaba en este predio de Villa Soldati.
Habían pasado más de dos décadas de su primera fundación, pero nada ni nadie lograba sacarlo del pantano que lo iba fagocitando. En 2003, el Parque de la Ciudad fue cerrado nuevamente. Esta vez, por decisión de Aníbal Ibarra, entonces Jefe de Gobierno de la Ciudad, debido a la inseguridad de muchas de sus atracciones. Fallas de origen, administraciones fraudulentas y poco mantenimiento fueron minando el destino precoz de un proyecto que nació errático. Sin embargo, bajo la jefatura de Jorge Telerman, el 3 de febrero de 2007 comenzó a funcionar con 14, de sus 60 atracciones, puestas en valor. Aún distaba mucho de ser un parque en plenitud. La cosa no prosperó. Otra vez el sino trágico. Al año, volvió a ser cerrado. En 2013, en esas hectáreas con juegos abandonados, se fundó la Ciudad Rock, un espacio para la realización de recitales.
Con el paso del tiempo, los yuyales fueron ganando la partida. Circular por algunas de las avenidas lindantes era enfrentarse a un panorama fantasmal, con estructuras corroídas, esqueletos de juegos abandonados y el sinsentido de los millones invertidos en un proyecto fallido. Desde lejos, se podía observar la pendiente de alguna montaña rusa, el casco central de las sillas voladoras, las columnas oxidadas del cablecarril y no mucho más. La amplitud del predio permitía la discreción del abandono.
Una opción verde
Los años hicieron lo suyo y el viejo sueño del parque de diversiones fue cancelado definitivamente. Los intentos por dotarlo de esplendor fueron en vano. En la actualidad, el predio se convirtió en un parque verde que puede ser visitado los fines de semana, aunque, según indica la página web del Gobierno de la Ciudad "la actividad ascenso a la Torre Espacial no está disponible. ¡Gracias por la confianza, la comprensión y la fidelidad!". Gabriela Wist, fundadora de la Agrupación Unidos por el Parque de la Ciudad, está saludablemente empecinada en que las atracciones sobrevivientes puedan cumplir con su noble destino de entretener: "El objetivo inicial era intentar salvar el parque, pero cuando fundamos la agrupación ya era un poco tarde y lo único que pudimos rescatar son algunas atracciones. Cuando armé Unidos por el Parque de la Ciudad, ya habían empezado a despedazar juegos y venderlos como chatarra, como sucedió con Aconcagua, la montaña rusa más famosa. Se gastaron siete millones de pesos en masacrarla", explica Wist a LA NACIÓN.
Sin claudicar, la joven que pasó buena parte de su infancia disfrutando del viejo Interama, intentó llegar a los estamentos gubernamentales para ser escuchada: "Nos hemos vinculado con algunos políticos, el que nos prestó más atención fue Horacio Rodríguez Larreta. Al principio, él sostenía que los juegos eran un peligro y debían ser destruidos, pero le presenté un proyecto, debido a que hay juegos mucho más antiguos funcionando en diversos parques del mundo, explicándole qué había que hacerle a cada uno, dado que eran recuperables. Además, le informé el valor de los mismos". Así fue como varias de las atracciones fueron vendidas, dejando en claro que el destino de aquel predio cercano al Parque Roca no volvería a cumplir con su finalidad imaginada alocadamente en 1978. "Si bien el parque no volvió a funcionar, a mí lo que me importaba era que esos juegos pudiesen ser vendidos y que no se convirtiesen en chatarra", reconoce Wist. Hoy, en varios parques itinerantes del país se puede disfrutar de algunas de las atracciones ideadas para el Interama porteño.
Lejos de bajar los brazos, la fundadora de Unidos por el Parque de la Ciudad asegura que "vamos a seguir luchando para ver si podemos salvar a los juegos que aún quedan". Más de una vez, vecinos y empleados del parque se manifestaron para que no cerrara. Pero, como crónica de una muerte anunciada, aquellos intentos a viva voz no lograron ser oídos. El amplio parque verde hoy puede ser recorrido como uno de los grandes pulmones naturales de la ciudad en esa latitud que supo más de postergaciones que de progresos, aunque, en los últimos años, la zona se vio más integrada gracias a iniciativas como la Villa Olímpica y el barrio con viviendas que comenzó a ser habitado luego del encuentro deportivo del 2019. No es poco, tratándose de espacios que siempre fueron marginados.
En la actualidad, los vecinos pueden recorrer 50 hectáreas a través de los senderos rodeados de vegetación, contemplar las aves y hasta acercarse a los lagos artificiales. Y apreciar, a cierta distancia, los resabios de aquel ampuloso Interama como una postal en sepia. Allí están, aún de pie, la vuelta al mundo doble denominada Sky Wheel; la impactante montaña rusa de agua bautizada como Hidrovértigo; y Vertigorama, esa montaña rusa de doble carril que se probó, pero nunca fue habilitada para el público. Una calesita y un carrusel a medio armar buscan volver a ser montados, a partir de la ley que los protege, buscando un mejor destino que el Enterprise, en estado irrecuperable.
El sueño del Disney porteño se convirtió en el parque de la desidia. La culpa no es de Franz Kafka, pero el derrotero de Interama bien podría haber sido el terreno fértil para algunos de sus relatos. En este caso, lejos de la ficción y muy cerca de la corrupción. Quizás, por haber nacido en tiempos de atrocidades, la obra colosal, que se pensó para entretener y disimular el horror, se rebeló. Como un modo de desnudar lo que se quería tapar con montañas rusas, calesitas, y una torre desde donde se podía verlo todo. Y nada a la vez.
Fotos: Silvana Colombo / Archivo