Imágenes que no alcanzan a describir la magnitud del desastre
LA PLATA.- Por la avenida 13, rumbo al centro de la ciudad, a las 10 de la mañana, la policía montada patrulla las calles. La furia de la inundación dejó su marca; en las paredes, en la basura acumulada junto al cordón y en los ojos tristes y cansados de la gente. La inundación dejó su marca en montañas y montañas de muebles rotos, heladeras, televisores y bolsas, cientos de bolsas negras de basura, que se apilan. Cuadra tras cuadra, tras cuadra.
En las calles transversales a la avenida 13, desde 520 hasta 32, las veredas se asemejan a una romería. La ropa, los muebles, los electrodomésticos, todo, se seca en la calle y al sol. Las puertas de las casas están abiertas, las ventanas también. La gente vive en la calle. Vecinos junto a vecinos. Compartiendo el después. Solos de toda ayuda oficial. Rodeados de lo poco que les quedó . Con la basura aún en la calle. Reconstruyéndose. En esos barrios no hay reparto de colchones ni de agua. No hay camionetas de organismos oficiales y tampoco se ve a la policía, el Ejército o la Gendarmería.
La Plata es una ciudad arrasada. No alcanzan las horas y horas de imágenes de televisión para comprender la magnitud del desastre. Hay que verlo. Hay que olerlo.
A 20 cuadras del centro neurálgico de la ciudad una concesionaria de autos estacionó los cero kilómetro sobre una rambla. Todos tienen a la altura de las ventanillas la marca de la altura que alcanzó el agua. Veinte metros más allá, las paredes de un taller mecánico tienen la misma marca -la del agua-, a más de un metro de altura.
La avenida, en ese tramo, debe tener unos sesenta metros de ancho. Dos manos de ida, dos de vuelta, separadas por una rambla y dos calles colectoras, también con ramblas. Las veredas son anchas y las casas están altas, tal vez, a más de un metro y medio de la calle. Ninguna se salvó . Ahí hubo un mar enfurecido. Que no perdonó ni siquiera la vida.
"Yo pasé la noche en el distribuidor", dice el muchacho que atiende el taller, refiriéndose al distribuidor de tránsito Pedro Benoit, que conecta Gonnet, City Bell y Villa Elisa, con el centro de la ciudad. "Toda la noche rodeado por el agua, con mi señora y nuestra beba de un mes, dentro del auto", relata. Dice que a diez metros de su coche había otro, un Corsa, del que solo se divisaba el techo y la antena de la radio. "A la mañana, cuando bajó el agua y pudimos movernos, nos acercamos. Adentro había dos viejitos muertos", dice el pibe. Y las lágrimas ruedan por su rostro. Después cuenta que la inundación le arruinó todas las computadoras y escáneres del taller. "Cien mil pesos tirados a la basura. Todavía no los había terminado de pagar."
De la casa de al lado sale una vecina. Por la puerta del garaje asoman dos mangueras gruesas, conectadas a una bomba que aún escupe agua desde el interior de la casa hacia la calle. En la rambla dos muchachos revisan las bolsas de basura y manipulan un televisor que chorrea agua. "Ojo con romper las bolsas", grita la vecina. El muchacho del taller la apoya. "Ya sacamos a varios", dice. "Dejan la basura desparramada y si vuelve a llover..."
Desde el puente del arroyo El Gato, sobre el camino Centenario, se alcanzar a ver los buzos de la policía buscando cadáveres. Otros efectivos rastrillan las márgenes del curso de agua; entre malezas y los restos de las taperas de las villas de emergencia devastadas por la inundación.
Camino a Ringuelet, en las calles también hay barro, mezclado con ramas, hojas podridas y basura. Es un barrio de gente de clase media, laburadora. En una esquina cinco pibes de 18 o 20 años trafican con baldes, trapos de piso y escurridores. Juegan al hockey en el Club Universitario de Gonnet, en el equipo de Intermedia. Ayer se entrenaron en solidaridad. Se reunieron para limpiar la casa de uno de ellos, donde también los muebles, la heladera, la ropa y los sillones se amontonaban en la vereda.
Las historias se repiten, una tras otra. Y son miles los que se empeñan en empezar de nuevo. La Plata se reconstruye. A pulmón. Su gente se reconstruye.