Las hojas de la planta de mostaza se confunden fácilmente con cualquier otra de lechuga si el ojo no está entrenado. Un trozo pequeño es suficiente para provocar un estallido en la boca que permite asociar ese sabor al del aderezo. Cuando se apaga, se convierte en un picor suave en el paladar que se queda por algunos segundos hasta desaparecer. Es, quizás, la verdura más llamativa de la huerta orgánica que crece cerca del Río de la Plata con las torres de Puerto Madero custodiándola a la distancia. Es, quizás, el vegetal que más sorpresa causó entre los habitantes de la villa Rodrigo Bueno cuando tuvieron la posibilidad de cultivarla en su propio barrio e incluirla en su menú.
Esa es una de las especies que forma parte de la huerta-vivero gestionada por un grupo de 15 mujeres, que viven en la villa, junto a una ONG. Lechuga verde y morada, zapallito, tomate, acelga, kale, zapallito y calabaza anco, rúcula y radicheta son los cultivos que desde hace algunos meses se venden a los vecinos del barrio y en los puestos de la feria gastronómica que funciona sobre la avenida España.
Pero desde mañana el resto de la ciudad podrá acceder a los productos, que tienen un tratamiento 100% natural, fertilizados con compost y regados con agua de lluvia, lo que complementa la sustentabilidad del sistema. La huerta estará abierta al público los sábados entre las 18 y las 20, aunque el horario podría ampliarse , y es parte del proceso de urbanización que está atravesando el barrio.
"Lo que nos da la siembra se usa para generar ingresos que se vuelcan al mantenimiento de la huerta y el vivero. Un bolsón de cuatro kilos cuesta $250 acá y $400 para las personas de otros barrios", cuenta Elizabeth Cuenca, una de las mujeres que se reparte los cuidados de los almácigos y el resto de los cultivos.
"Es impresionante y emociona lo que pueden hacer varias semillas y un par de manos. Acá nos olvidamos de los problemas hasta perder el control del tiempo", agrega, mientras revisa algunos almácigos. Las tareas que se repartan las mujeres son sencillas: regar, quitar los yuyos y seleccionar, semana a semana, cuáles son las mejoras verduras para incluir en los bolsones.
El espacio cuenta con un sector de 300 m2 de cultivos orgánicos y otros 300 m2 de vivero donde crecen especies de árboles nativos como ceibos, ombúes, algarrobo y tala. Los árboles se utilizarán para nutrir espacios públicos como plazas o parques y comenzarán a estar disponibles desde mitad de año. El cultivo de especies nativas fue una de las condiciones para poner en marcha el emprendimiento.
El proyecto de la huerta comunitaria se inició en 2018 bajo el nombre de Jardineras del Mundo que rescataba y sistematizaba el saber popular de las vecinas. Sobre estos cimientos se creó la huerta-vivero bajo la reurbanización de Rodrigo Bueno que se inició el año pasado. La acción más potente fue la construcción de 46 edificios con 612 viviendas para la relocalización de las familias que vivían en el núcleo y en condiciones de mayor vulnerabilidad. Hasta el momento unas 130 familias ya cuentan con su nueva casa; sus viejos hogares fueron demolidos para generar pulmones de manzana, apertura de calles o, simplemente, para que no sean ocupadas.
"Hace dos años que se están trabajando en diferentes talleres de cuidado de plantas y otros rubros. Cada una de las participantes eligió lo que más le interesaba. Entonces formamos este grupo porque nos gustan las plantas y la naturaleza", cuenta Edelmira Flores que está en el barrio desde hace 20 años cuando llegó de Perú y vivió de cerca el proceso de transformación del lugar.
Transformación
Una calle separa a los nuevos edificios del vivero y la huerta, ubicados en el predio que fue reacondicionado antes de iniciar la construcción de la nueva infraestructura. Hasta allí avanzaba la vegetación densa de la Reserva Ecológica que también forma parte del entorno. La sustentabilidad del emprendimiento, una iniciativa del Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat, tiene que ver con esa característica del lugar. Y por tal razón el componente natural es de vital importancia para la calidad de los productos.
"El suelo no servía para cultivar, era de relleno, por lo que debimos resolver un diseño de espacio funcional y eficiente. Hicimos canteros hacia arriba, generamos un pasillo largo de cemento para garantizar un espacio inclusivo y creamos el invernadero que permite producir mucho en una capacidad reducida", explica Matías Cheistwer de la asociación civil Un árbol para mi vereda que acompañó, a pedido del Instituto de la Vivienda (IVC), todo el desarrollo de la huerta orgánica.
Mientras las jardineras de Rodrigo Bueno muestran los cultivos de cebolla, albahaca, tomates, zapallos y el resto de las verduras, hay vecinas que se arriman con bolsas de basura orgánica. Ese tipo de residuos se utilizan para generar el compost con el que luego se abonarán los canteros y que, en unos meses, servirán para generar un fertilizante líquido natural, según explican los responsables del lugar. Cuatro tanques, de 1000 litros cada uno, completan el combo sustentable: sirven como depósito del agua de lluvia que a través de un circuito se usa para regar los cultivos.
"Hay que darle importancia a la comercialización. Ese es el motor para que estos proyectos funcionen porque tenemos que generar fuentes de trabajo en cada barrio. En este caso el proyecto va acompañado de un importante componente de sustentabilidad", sintetizó el jefe de Gabinete de la ciudad, Felipe Miguel.
El cambio en el barrio, una de las zonas más marginadas que, paradójicamente se encuentra en las tierras más caras de la ciudad, comenzó con la edificación de los edificios y la relocalización de las familias. La transformación siguió con la readecuación del patio de comidas, con participación de vecinos que tenían sus emprendimientos en la vereda de la avenida España. La huerta orgánica llega para completar el paquete.