Hortensias en el corazón de Recoleta
"En el barrio nos tuvieron paciencia; en mi casa ensayaban una banda de jazz y un coro; también se daban clases de guitarra"
Aunque nací en la provincia de Buenos Aires, hace ya más de cuatro décadas que vivo en Recoleta.
Cuando mis cinco hijos iban al colegio nos mudamos a un departamento de muchos años que no había encontrado comprador por su tamaño y antigüedad, y creo que fue una idea excelente. Con algunos arreglos en la cocina se convirtió en un lugar en el que siempre había alguien que iba y venía. Mi hijo mayor formaba parte de un conjunto de jazz que también ensayaba allí (aún agradezco a los vecinos por su tolerancia), mis hijas cantaban en un coro (que también ensayaba en el comedor) y, una vez por semana, una de ellas ¡daba clases de guitarra! Éramos un poco ruidosos pero felices en un barrio "amigo".
La panadería Paco -que siempre satisfacía los pedidos aun cuando no pertenecieran al rubro correspondiente- y el mercadito Femia, que, a su vez, nos proveía de frutas y verduras fueron parte de la infancia de los chicos y, por todos estos motivos, los recuerdo como una comunidad armoniosa.
Creo que fue una casa muy alegre que tuvimos que vender al quedar apresados en la nefasta ley 1050. Sin embargo, tampoco me fui del barrio y alquilé mi primera planta baja con jardín. Una aventura que, pese a la tristeza de la mudanza, se convirtió en una fuente de alegrías caseras, como el florecer de las estrellas federales, y el rumor de las hojas de una palmera solitaria que había permanecido allí quién sabe desde qué jardín hoy olvidado.
Sin embargo, no fueron años políticamente fáciles. La violencia que imperó durante la dictadura militar producía hechos inaceptables, como la desaparición de personas y, por ejemplo, una bala calibre 39 "special" (así fue calificada por las autoridades de la comisaría 17a., ante quienes radiqué la denuncia) que me dedicaron al dejarla sobre el felpudo de la puerta de entrada al departamento en el que vivía con mis hijos.
Estuvimos allí durante 16 años aunque siempre me preocupaba el hecho de no haber adquirido casa propia. Finalmente esto ocurrió? a dos cuadras de distancia. Las calles arboladas, Montevideo, Rodríguez Peña, Ayacucho? los recuerdos de seres queridos y las construcciones antiguas, sólidas y estéticas me habían cautivado el corazón.
Compré entonces uno de esos departamentos antiguos, sólidos y estéticos, y lo alquilé a gente amiga porque no podía resignarme a abandonar mi planta baja con su palmera y sus esplendorosas estrellas federales.
Finalmente, se impuso el sentido común y decidí mudarme a lo que ahora era mi casa. Sin embargo, no pude acostumbrarme a ver desde la ventana sólo otras ventanas, a perder el rumor de los árboles y el verde del césped que cortábamos prolijamente cada semana y, finalmente, comencé a buscar otra planta baja con jardín y puse en venta el departamento en el cual me sentía sólo de paso. Transcurrieron varios años y, por una feliz casualidad, apareció lo que tanto buscaba. El departamento había sido construido en 1940 y un árbol de palta y un enorme jacarandá se mezclaban allí con otras especies. Vendí el departamento "equivocado" y me mudé el 8 de diciembre 2001 en medio del fragor de cacerolas, producto de una crisis terrible de la cual, esta vez, me había salvado.
Desde entonces, cada día, contemplo con alegría y agradecimiento los jazmines paraguayos, la dama de noche y las hortensias que el destino me ha permitido plantar y que espero nunca dejar.