Harrods en Buenos Aires: misterio y silencio ante la posible venta del inmueble que ocupó la tienda
El edificio, que está bajo la ley de Protección patrimonial, estaría tasado por un monto que va de los 200 a los 300 millones de dólares
Misterio y silencio. No, no es el título de una novela policial, pero bien podría serlo. Misterio y silencio es lo que rodea al dueño y a este edificio ubicado sobre un terreno de 6529 metros cuadrados, con más de 47 mil metros cuadrados de superficie cubierta, ocho niveles y dos subsuelos, muy ligado a la historia de la ciudad. Durante años, escenario de todas las sensaciones que provoca el consumo y que, desde 1914, unió Buenos Aires y Londres a través de una misma marca. Se trata de la sede porteña de Harrods, que llegó a ser la tienda más tradicional de la Ciudad, está cerrada desde 1998 pero que ahora parece encaminada a reabrir.
El nombre vinculado a esta propiedad es Atilio Gibertoni, un septuagenario del que varios hablan, pero del que sin embargo no se conoce una imagen y ni que haya accedido a una entrevista periodística. LA NACION lo rastreó durante cinco semanas sin éxito por teléfono y correo electrónico para que confirme o niegue los comentarios del barrio de que el inmueble está otra vez en venta y por un monto que va de los 200 a los 300 millones de dólares.
"El cambio de gobierno y de las condiciones de seguridad jurídica reactivaron todo", comentó sobre el proceso iniciado, alguien cercano a Gibertoni en estricto off the record. Otra fuente consultada -que también pidió reserva de identidad- confirmó el reingreso al mercado inmobiliario internacional y agregó que a las ofertas las reciben y procesan en la sede en Londres de Goldman Sachs, pero allí la requisitoria cae en un cono de silencio.
No deja de ser llamativo que el predio haya estado cerrado por más de dos décadas, durante las cuales el mentado marco legal se movió hasta la llegada de la actual gestión con los vaivenes menemistas, de la Alianza, los interinatos justicialistas Puerta-Rodríguez Saá-Camaño-Duhalde y el kirchnerismo. En el archivo hay notas de hace una década que también hablaban de que la venta dependía del contexto económico y jurídico. En 2011, este medio daba cuenta de una operación a punto de concretarse, que es evidente nunca se cerró.
Desde afuera y a través de algunos de los enormes ventanales pintados de verde inglés no se observan movimientos, luces que se apaguen o enciendan y hace años no abre la playa de estacionamiento con acceso en la avenida Córdoba, casi San Martín. El edificio -ubicado en un punto que es la codicia inmobiliaria y comercial de la ciudad- es parte de los más de 2600 calificados como representativos por la ley 2.548 de diciembre de 2007 que declaró un procedimiento especial de Protección Patrimonial. Tal vez esa sea una primera pista de por qué no reabre. Otros apuntan a las pretensiones económicas y de control accionario de Gibertoni para explicar que no se haya vendido. Se dice que en los últimos 20 años recibió ofertas de los dueños de la vecina Galerías Pacífico, la chilena Falabella, la española El Corte Inglés, la francesa Printemps y hasta de cadenas hoteleras.
Durante el día, las varias persianas abiertas permiten asomarse al interior oscuro y recibir por alguna rendija el aire frío del abandono que allí circula. Desde Florida 877 se observa, por ejemplo, cómo juntan tierra y ácaros una división de madera tallada coronada con una chapa de bronce que dice Harrods y un mostrador sobre el cual hay una tetera y pocillos. Del cielorraso, la pintura blanca se descascara en jirones y aún penden arañas de 20 lámparas.
Un cartel de la Asociación Amigos de la calle Florida celebra el Bicentenario del Cruce de los Andes colocado en enero y otro de la empresa que el año pasado limpió la fachada parecen mostrar actividad, pero lo único que se mueve allí dentro son fantasmas del pasado y un sereno de horario nocturno.
En cada frente del edificio -por Florida, Paraguay o San Martín- se observan vidrios rotos, otros faltantes tapados con planchas de cartón, ventanales abiertos que dejan entrar agua de lluvia, palomas y murciélagos, toldos que se oxidan y algunas letras de la marca Harrods colocadas en las marquesinas que resisten incólumes el paso del tiempo. No se observa el estado del vitraux, las escaleras de mármol ni los ascensores de hierro forjado con capacidad de 20 personas que deslumbraron antaño.
Se dice que el interior atesora una fábrica de chocolate, una imprenta antigua y 40.000 libros de ediciones limitadas de la propia Harrods con tapas en castellano, inglés, francés e italiano y, también, que en el garaje hay tres Volvos, un Jaguar y un Cadillac, parte de colección de Gibertoni.
Los vecinos de la zona maldicen el abandono. Añoran las épocas de frenesí comercial, glamour y estilo y una fama que, por ejemplo, la convirtió en set de varias películas como La vendedora de fantasías (Daniel Tinayre, 1950) con Mirtha Legrand como empleada de la tienda y Alberto Closas; El tío Disparate (Ramón Palito Ortega, 1978) con Carlitos Balá y las Trillizas de Oro, que también interpretaban dependientes y Un toque diferente (Hugo Sofovich, 1977) con las treintañeras Betiana Blum, Susana Giménez y Marcela López Rey, acosadas por cuarentones como Gogó Andreu, Ernesto Bianco, Javier Portales y Rolo Puente.
Al margen de lo comercial, Harrods es un hito en la historia arquitectónica y comercial de la ciudad y una de las obras del inglés Paul Bell Chambers y el norteamericano Louis Newbery Thomas, responsables también del Edificio Thompson, lindero a la tienda y de otras que embellecieron -aún hoy lo hacen- la ciudad y alrededores como el Railway Building (Paseo Colón y Alsina); la ex sede del First National Bank of Boston (Florida y Diagonal Norte) o estaciones de tren, como la de La Plata.
La fachada sobre la calle Florida de Harrods fue inaugurada en marzo de 1914 –la primera y única fuera de Londres- luego de una construcción récord en la resaca del primer centenario de la Revolución de Mayo y los albores de la belle époque. Seis años más tarde, la tienda pasó a ocupar gran parte de toda la manzana y en 1922 se fusionó con la otra gran tienda de la época que habían fundado 1883 el inglés Adolfo Gath y el santiagueño Lorenzo Chávez en Florida y Cangallo (hoy J.D. Perón).
En 1977 -cuando la casa ya tenía el branding con el moño creado por Ronald Shakespear, que sería un clásico- los grupos Pérez Companc y Tornquist compraron las acciones. Allí apareció Gibertoni como director comercial y, en pocos años, logró quedarse con el 51% de la tienda. Ocho años más tarde la casa londinense fue comprada por el egipcio Mohamed Al-Fayed (en una cifra que oscilaría los 350 millones de dólares), quien buscó sin éxito recomprar la sucursal argentina, ya en manos de Gilbertoni y del grupo CBC Interconfianz. La disputa fue a un juicio que se resolvió en 1998 a favor de la autonomía de Buenos Aires, pero la tienda ya estaba condenada al cierre. Desde entonces no reabrió sino hasta en 2003 para una Gallery Nights y en 2008 y 2009 como una de las sedes del Festival de Tango de Buenos Aires.
Desde la fundación, y por largos años, el enorme local era como las actuales tiendan que venden distintas marcas de ropa, lencería, calzado, cosméticos, artículos electrónicos y para el hogar y juguetes, junto con servicios como peluquería (que por años utilizó el escritor Adolfo Bioy Casares) y una confitería con desayuno y merienda very british.
Harrods tuvo, por años, la singularidad de ser el primero y uno de los pocos lugares de la Argentina que vendía artículos importados con el slogan "Todo para todo el mundo en todas partes". Hoy no ofrece mucho más que polvo y humedad y el edificio vacío envejece entre añoranzas y el implacable paso del tiempo. La reapertura parece estar otra vez cerca, para el solaz de muchos y el negocio de unos pocos.