Verónica Bargas camina por la Villa 31 hacia su casa, en la manzana G1. Lleva unas calzas cortas, remera deportiva y zapatillas de running. En una placita, se cruza con un barrendero, un muchacho de unos 40 años, con uniforme azul, gorrita y el pelo atado con una cola de caballo.
–Acordate de que tenés que venir a correr –suelta ella, sin frenar el paso.
–Sí –dice él, y sonríe.
Se conocen del barrio. Dos o tres días antes, él se le había acercado y le había dicho a ver cuándo podía ir a entrenar con ellos. Ella le respondió que se reúnen todos los martes, miércoles y jueves.
Le pasa seguido. Cada vez que ella sale con su hermana o sus tíos rumbo a la Plaza San Martín para entrenar con el equipo de Running 31, algún vecino les pregunta dónde se juntan y si pueden sumarse.
Así se va corriendo la voz. Y ella, de 32 años, madre soltera de dos chicos, es una de sus evangelizadoras. Lo hace con el convencimiento de quien experimentó en primera persona cambios vitales para su vida. Practicar este deporte le ayudó en lo emocional, a fortalecer su personalidad y también a incorporar hábitos saludables. Y lo hace con el ímpetu y la energía del que acaba de correr, por primera vez, 42 kilómetros.
Y no lo hizo en cualquier lado: fue en Queenstown, en Nueva Zelanda. Allá viajó a mediados de noviembre con el entrenador del team, el profesor de educación física Sebastián Medina, con el plan de correr 21 kilómetros. Pero un imprevisto les interpuso un desafío mayor: como no había más cupos para la media maratón les propusieron anotarlos para la de 42 kilómetros. Y ellos aceptaron. Les avisaron, eso sí, que solo se le entregaban medallas a aquellos que cruzaban la meta. Y resultó un incentivo.
Verónica está parada frente a la ventana de su departamento, que da a la autopista Illa. Del cuello le cuelga un dije que le regaló una guía argentina que los acompañó durante los diez días en Nueva Zelanda. Su forma de espiral significa un nuevo comienzo, crecimiento y armonía. Ella lleva las uñas pintadas del mismo color que la medalla que tiene en sus manos. Es turquesa, y arriba del "2019" hay un símbolo que podría ser una corona o un grupo de montañas. Ella dice que ahora le gustaría correr alguna carrera de montaña en Jujuy. Recuerda que cuando iba al colegio en San Pedro, el pueblo donde nació, practicaba atletismo en el Club Tiro y Gimnasia. Y que su especialidad eran las carreras de resistencia.
Pero a los 15 años los convenció a sus padres de que la dejaran venir a Buenos Aires. "Es un pueblo chico, con mucha pobreza. Y me puse a trabajar en un restaurante para juntar plata para pagarme el boleto", cuenta. Se instaló con sus tíos, que ya entonces vivían en la Villa 31. Retomó la escuela, pero después la dejó. A los 17 años ya estaba trabajando como empleada doméstica cama adentro y se alquiló una pieza en el barrio para ella sola. Hoy se dedica a vender ropa. "No terminé la escuela y me arrepiento. Por eso mis hijos tienen que estudiar. Ahora me dicen que quieren estudiar idioma, inglés, portugués –se sonríe. Santino tiene 12 y Bautista, 6. Y dice–: Quiero que sean distintos a mí".
En 2017, una conocida del barrio la invitó a Verónica a sumarse al equipo. Ella enseguida se integró al grupo. Aunque, al principio, correr le resultó muy duro. Pero entrenamiento a entrenamiento le tomó el gusto. Dos vueltas a la plaza San Martín. Ronda de abdominales. Subir y bajar las escaleras. Así, poco más de una hora, dos o tres veces por semana. Y encima podía llevarlo a Bautista, el más chico, porque mientras ella corría él se quedaba al cuidado del profe junto a otros chicos del barrio que habían acompañado a sus padres.
Empezó con una carrera de 3k, luego de 5k, 10k, 12k y 15k. Corrió dos medias maratones y el 21 de noviembre pasado hizo sus primeros 42k. "En lo deportivo la evolución es bastante notoria porque ella no corría, no venía del palo del running, y correr 42 kilómetros no es para cualquiera. Es un cambio rotundo en su performance", dice Medina.
Pero los cambios también los advirtió en lo personal y en su relación con el grupo. "Cuando vino era una chica muy introvertida, una característica muy común en las personas que viven en el barrio cuando ingresan al equipo –cuenta–. Y hoy en día se puede decir que es una de las líderes que tenemos dentro del grupo. Ella se ha posicionado por su buen carácter, su predisposición para trabajar, su compañerismo".
Integrar, el objetivo
El equipo de Running 31 nació en junio de 2016 bajo la órbita de la Secretaría de Integración Social y Urbana del gobierno porteño, con el objetivo de integrar a los distintos sectores de la villa. "Cuando eso se logró, el objetivo fue integrar el barrio con el resto de la ciudad a través de las carreras. Y no solo lo integramos con el resto de la ciudad sino que viajaron a provincias y ahora al exterior", dice Medina, profesor de educación física que estuvo al comando del grupo desde el comienzo.
Arrancaron dos personas. Hoy ya son 42, entre mujeres y varones que van desde los 15 hasta los 60 años. Como grupo ya participaron en más de 70 carreras. Como para cada carrera les suelen dar entre 10 o 15 cupos, el resto lo dividen y lo pagan entre todos.
"Los problemas que veo es que es una comunidad medio machista, en el sentido de que es el hombre el que practica deporte en el barrio. Por eso siempre digo que apunto a un público más femenino para tratar de posicionarlas y que tengan una oportunidad –dice Medina–. Otro tema es la falta de hábitos en lo alimenticio o en la salud en cuanto a chequeos médicos. Eso conlleva a que al principio les cueste un poquito: no tienen un hábito de entrenamiento, un hábito deportivo. Y el principal cambio que veo es eso: aquella persona que logra sortear esos problemas de alimentación, de perseverancia, llega a un escalón más donde ya tiene otros objetivos en el grupo de running".
Verónica no lo duda. Por el running dejó de fumar y cambió la alimentación. Ya no toma cerveza –y eso que le encanta–, y en su casa no hay gaseosa. Compra mucha fruta y ya no suelen ir a comer a cadenas de comida rápida. "Si en el running puedo, por qué en la vida no", repite. Y enseguida relaciona la frase con su deseo de terminar en algún momento el colegio. Y también con su reciente hazaña en Nueva Zelanda.
La radio y una ventana
¿Cómo surgió ese viaje? Unas oficinas de Air New Zealand, la aerolínea de bandera de ese país, dan a la Plaza San Martín. Todas las tardecitas veían entrenar ahí al equipo de Running 31. Y cuando escucharon una entrevista a Medina en la radio se convencieron: les ofrecerían dos pasajes para que fueran a correr la maratón de Queenstown.
Al escuchar el mensaje de WhatsApp, Medina pensó que era una broma. Debía designar un corredor para que viajara con él. Había tres integrantes del grupo que ya habían corrido 42k. Pero todos habían participado de la maratón de Buenos Aires y no contaban con el tiempo suficiente como para afrontar otra carrera similar. Y ahí pensó en Verónica. Tal vez podrían correr 21k en vez de la maratón.
Cuando Medina le avisó que quería reunirse con ella en Puerto Madero, Verónica creyó que tal vez era para darle una charla al otro grupo de running que él entrenaba. "¿Usted me está jodiendo, profe?", le dijo al escuchar la propuesta. Le temblaban las piernas. Sebastián le pidió que por el momento no dijera nada. Y mientras ella corría de vuelta a su casa y lloraba sin parar, pensaba con quién podría dejar a sus hijos durante esos días y cómo iba a hacer para no contarle a nadie y guardarse semejante regalo.
"Creo que lo que la llevó a correr los 42k es su carácter, las luchas que tiene encima, ser tan dura, tan fuerte. Y eso que ha implementado en su vida para sortear ciertos problemas, creo que lo trasladó a la carrera. Porque no es para cualquiera. Y menos para alguien que le dicen que va a correr 21 y después son 42", dice Medina.
En la carrera siempre fueron a la par. Cuando ella se quedaba atrás, él le gritaba "¡vamos, vamos!" y ella pensaba "no lo puedo dejar solo al profe" y aceleraba. Los últimos dos kilómetros, Verónica se colgó una bandera argentina sobre la espalda. Entraron a la ciudad y la gente los alentaba y les iba gritando. Ella pensó en el apoyo que le habían transmitido sus compañeros desde Buenos Aires. Y finalmente cruzaron la meta a la par. Verónica lloraba. Se abrazaron. Lo habían soñado y lo habían hecho.
A Buenos Aires volvió fascinada con la cultura neozelandesa y con cómo educan a los chicos. Proyectos no le faltan. Este fin de semana terminó un curso de esmaltado semipermanente y ya está planeando abrir turnos para atender en su casa. Y en lo deportivo, su motivación es viajar en junio con el equipo de Running 31 para correr la maratón en Río de Janeiro. Esta vez sin sobresaltos: sabe de antemano que la esperarán otros 42 kilómetros por recorrer.