Fetiche vandálico: los grafitis se adueñan de las persianas de los comercios
Son los nuevos trofeos de los artistas callejeros que se disputan el territoriopara sobresalir; hay locales que los combaten con intervenciones más elaboradas
Crew: grupo de varias personas que puede formarse por compartir el mismo barrio o el gusto por el hip- hop o el metal. Tag: la firma del artista, una especie de garabato, ilegible, para marcar el territorio. Bomb: otra marca registrada personal, con formas más delineadas. Hasta aquí un diccionario básico del grafitero que puede ayudar a entender lo que se ve en muchos sitios de la ciudad de Buenos Aires donde el vandalismo lleva la delantera.
La avenida Cabildo es un claro ejemplo. Las persianas se convirtieron en lienzos encadenados a lo largo de varias cuadras. Aparecen durante la noche cuando se apagan las luces de los comercios. Entre ellos sobreviven algunas cortinas metálicas con piezas artísticas mejor producidas, con colores encendidos y dibujos elaborados. Los códigos del street art las mantuvo a salvo.
Belgrano no es el único barrio que concentra la actividad de los artistas callejeros. Palermo, San Nicolás, Boedo y La Boca son otros sitios en los que se pueden encontrar murales o intervenciones en la vía pública, muchas de ellas son aprobadas y apoyadas por el gobierno de la ciudad y los vecinos. Otras, en cambio, se realizan en la clandestinidad.
El transporte público
Los trenes suelen ser la presa deseada de los grafiteros. Cada vagón pintado se convierte en un trofeo. Pero en los últimos años, las persianas se volvieron el fetiche del arte vandálico. "Es un espacio icónico del grafiti tradicional. Es parte de la noche al igual que las paredes. Son espacios grafiteados sin permiso en todas las ciudades del mundo", explica el artista NasePop ante la consulta de LA NACION. Este muralista holandés, radicado hace siete años en Buenos Aires, desarrolla sus dibujos en festivales con autorizaciones previas. El mundo del street art legalizado.
Ambas corrientes se mezclan a lo largo de Cabildo. En el cruce con Echeverría, un grafiti muestra a un búho que se abalanza sobre sus crías. A su alrededor hay unas 15 persianas con frases o palabras que no se entienden. Son las tag y las bomb de las crew que pasaron por allí. Entre todas ellas destaca la de una tienda de accesorios para teléfonos en la que se ve el dibujo de dos chicas tomándose una selfie. También la de una casa de ropa de cama que exhibe un mensaje publicitario. Ninguna de esas cortinas están vandalizadas.
"Habrá una especie de código, el de no pintar donde ya hay un dibujo", arriesga Leandro Bellini, dueño de una bombonería en Juramento y Cabildo. Con el local cerrado en la persiana se ven trazos coloridos y un concepto elaborado. "Le encargamos el trabajo a un artista pidiéndole que incluya dulces y bombones. Fue una solución porque desde que están los dibujos no garabatearon como ocurría antes", explica.
Respetar la firma y no tapar el trabajo de otro grafitero es uno de los códigos más fuerte del street art. Sólo existe una excepción: que el dibujo sea superador al que ya existe. "Si no, es una bandera de guerra y te podés comer una paliza", cuenta Andy Klingelfuss, fotógrafo especializado en arte urbano y fundador de @GraffitiBaires. Invadir la zona de otra crew puede ser peligroso.
Estos grupos territoriales están conformados por jóvenes del mismo barrio. Para ser admitido, cada integrante debe pagar derecho de piso, demostrar que es activo, que pintó en territorio ajeno o en los trenes. "Las zonas se respetan, aunque las nuevas generaciones están quebrando muchos códigos. Todo por el afán de ganar fama rápidamente", sostiene Klingelfuss.
El modelo actual del grafiti se originó entre los 60 y 70 en los Estados Unidos. En la Argentina, la influencia desembarcó a fines de los 80 y encontró su matriz en el ambiente del heavy metal. Aún existen grafiteros de la old school y fueron surgiendo otros. DMTS, THG y DAME son algunas de las crew de referencia que realizan sus trabajos en festivales sin abandonar el arte vandálico.
A las iniciativas individuales de los comerciantes se suma la de un grupo de artistas que persiguen el mismo objetivo. Se trata de Proyecto Persiana, una iniciativa creada para intervenir las cortinas metálicas con grafitis elaborados. En 2015 se realizaron dos ediciones en las que se pintaron 200 persianas de las calles Libertad, Talcahuano y Uruguay.
"La idea surgió porque en esas zonas las persianas estaban vandalizadas y pensamos que algo debíamos hacer: usar el grafiti y el arte urbano para transformar las fachadas y embellecer la ciudad", describe Santiago Cavanagh, uno de los impulsores de Proyecto Persiana.
Hoy se realizará la tercera edición. En la calle Paraná se pintarán 45 persianas. No es un movimiento improvisado: antes de la acción se lanza una convocatoria de artistas y se piden los permisos necesarios.
Los grafitis vandálicos no sólo se ven en persianas metálicas. El gobierno porteño invierte más de 14 millones de pesos al mes para quitarlos, sumando también las tareas para remover pegatinas, pancartas y pasacalles. Por ahora, la mejor solución para taparlos parece estar en los mismos aerosoles de pintura. Mientras sigan respetándose los códigos.
Entre el arte y las quejas
Visiones diferente sobre una misma problemática
Alberto Ayala
Encargado de la Galería Marga
"Pusimos la cortina y al otro día estaba toda pintada, no aguantó nada. Los dueños de locales pintan la chapa de debajo de la vidriera de color negro y enseguida aparecen grafitis."