Es hora de pensar la Argentina como una nación de urbes integradas
Respecto de las ciudades, mirando de acá a 10 años, tenemos un punto de partida problemático, porque la Argentina exhibe un exagerado desequilibrio territorial entre el área metropolitana de Buenos Aires y el resto del país, muy significativamente vacío, para decirlo de una manera simplificadora.
Esto es el resultado, por un lado, de la mejor integración de las cadenas de valor económico pampeanas con la economía global y, en consecuencia, un desequilibrio en el nivel de desenvolvimiento económico con el resto del país. O sea, es un crecimiento (en el sentido poblacional) a expensas del desarrollo del interior. Aunque no es la única tendencia, las migraciones que alimentan el área metropolitana de Buenos Aires se originan sobre todo en el NOA y el NEA.
La Argentina no ha tenido una reflexión consistente que se traduzca en políticas públicas acerca de qué orden territorial quiere y cómo podría conseguirlo. Esta es necesariamente una política federal. Deberíamos tener cerca de 10 ciudades globales de más de un millón de habitantes que sean referencia, que coloquen productos sistemáticamente en los mercados mundiales, que atraigan talento, etcétera. A su vez, esas 10 ciudades deberían articular unas 100 ciudades intermedias, de un poco más de 100.000 habitantes.
En general, cuando la Argentina quiere incidir sobre el orden territorial, usa dos herramientas. Por un lado, la fiscal, que es efectista, de corta duración. La otra es la infraestructura. No hay que rechazar ninguna de las dos, pero parecería que por sí solas son insuficientes, a juzgar por los resultados. La dinámica territorial es más compleja que la conectividad y pagar o no pagar impuestos. En la práctica, las mutaciones territoriales consistentes tienen que ver con una constelación de factores y sus resultados se evidencian a los 20 o 30 años; en ellos (por supuesto) está incluida una conectividad adecuada y un tratamiento fiscal razonable, pero también otras políticas que sostienen esas posibilidades hasta materializar una estándar de calidad de vida y competitividad de cierto nivel.
La gran agenda para la Argentina es tener un programa que observe el territorio para darse cuenta de que la reformulación territorial puede hacer posible el mejor aprovechamiento de los recursos que tenemos. Esto es indispensable y urgente, porque el mundo está experimentando tres fenómenos de enorme impacto territorial.
El primero es un boom migratorio enorme, que, si el país lo gestiona con sensatez, constituye una gran oportunidad.
El segundo es que vamos a ser 9000 millones de seres humanos en los próximos 10 años, lo que va a hacer que casi todos los productos naturales (renovables o no) sean cada vez más demandados. Por lo tanto, vamos a ejercer una gran presión sobre el planeta; ahí es donde entra la cuestión de la gestión inteligente y sofisticada de los recursos naturales. Aprovechar no es idéntico a explotar. Las consultorías, los datos masivos (big data, en inglés), los sensores, la ingeniería ambiental, los drones y la trazabilidad, entre otros, son instrumentos de aprovechamiento inteligente de un momento económico. Esto no solo nos permitiría un juego más importante en el concierto global, sino también distribuir en el territorio mayores posibilidades económicas y, por lo tanto, incidir en la conformación sociodemográfica y pensar el país como una red de ciudades.
El tercer fenómeno es que el mundo en el corto plazo está siendo cada vez más urbano, pero está cambiando, por las nuevas tecnologías, la forma en que nos vinculamos, y esto también puede ser una solución o un problema para la Argentina.
¿Cómo estamos hoy? Hoy tenemos un gobierno federal que ha dado un paso adelante: tiene un plan estratégico territorial; es muy bueno tener una lista de obras en ejecución o terminadas con una alta incidencia territorial. Pero no es lo único que diseña territorialidad. Si damos el paso del rediseño territorial, también tenemos que dar el paso del rediseño del Estado. Porque en la medida en que los gobiernos locales tengan funciones más importantes, debemos movernos de los gobiernos casi mendicantes que tenemos hoy, pobres en cuanto a recursos y desde el punto de vista organizacional, a gobiernos locales más protagónicos, y probablemente a una menor importancia de los gobiernos subnacionales y nacionales. En este punto, la tecnología puede ayudarnos a construir un Estado-red, o, como se denomina actualmente, una gobernanza multinivel.
Todo esto implica que el orden sociodemográfico tendría consecuencias sobre la política, porque si tuviéramos 100 ciudades de entre 100.000 y 500.000 habitantes, probablemente el peso electoral del AMBA sería menor. En suma, diseño de Estado, diseño de territorio y calidad de la política estarían asociados.
* El autor es director de la Maestría en Ciudades de la UBA