Usina del arte: entre la energía de un pasado centenario y las luces del presente
El viejo edificio de la Compañía Ítalo Argentina de Electricidad quedó a oscuras 25 años; en 2012 reabrió, pero con una impronta distinta: ahora ofrece espectáculos de altísima calidad
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A veces, alrededor de las tres de la madrugada, una señora vestida con bata pasea a su perro por el edificio de la Usina del Arte, en La Boca. Durante el recorrido incluso enciende algunas luces. Sus pasos resuenan en distintos rincones del casi centenario palacio de estilo florentino que albergó a la Compañía Ítalo Argentina de Electricidad (CIAE) desde 1916 hasta su estatización 1979, luego a Segba, a Edesur y a Acindar, y hoy es un centro cultural en pleno crecimiento. Esa mujer es un fantasma.
Sus apariciones reflejan el instante preciso en el que el pasado y el presente de la usina encastran entre sí. Cuenta la leyenda que esa señora, a quien nadie logró identificar y que sólo se muestra como una silueta espectral, integraba la familia de uno de los directivos de la Ítalo, que vivía y murió dentro de las instalaciones. El edificio tenía sectores auxiliares que servían como vivienda para los jefes.
"En la época de la obra de recuperación del palacio dos serenos renunciaron tras haber visto al fantasma. Ellos no se conocieron ni trabajaron al mismo tiempo, pero sus relatos coincidieron a la perfección. Alrededor de las tres empezaban a encenderse luces y se veía a la señora, en bata, paseando al perro", recordó Emilio Laferriere, director general de Relaciones Institucionales del Ministerio de Cultura porteño, organismo del que depende el funcionamiento de la Usina del Arte.
Es una de las historias hasta ahora desconocidas del lugar. Según otros testimonios recolectados, la fantasma mantiene su presencia restringida a las horas nocturnas en las que el centro cultural queda cerrado, por lo que no hay sustos ni huidas entre el variado público que asiste al complejo, situado en Pedro de Mendoza y Benito Pérez Galdós. Todo lo contrario...
En 2014, hubo 500 conciertos en las imponentes -y de perfecta acústica- salas sinfónica y de cámara que posee la Usina del Arte
Desde la inauguración del espacio, en 2012, no dejan de aumentar ni la cantidad de espectáculos y actividades ofrecidas ni el número de asistentes. Según datos oficiales, durante 2014 concurrieron casi 2 millones de personas, 600.000 más que el año anterior. Otras 50.000 participaron de las visitas guiadas de este año.
En 2014, hubo 500 conciertos en las imponentes -y de perfecta acústica- salas sinfónica y de cámara que posee la Usina del Arte tras la intervención arquitectónica desarrollada por la Ciudad en las viejas instalaciones donde se generaba electricidad. Los escenarios y las butacas reemplazaron a las antiguas calderas, y salas de exposiciones funcionan donde antes había turbinas.
También hubo más de 300 congresos, charlas, seminarios, clases y muestras. En 2013 fueron 300 conciertos y 250 actividades complementarias. La programación, a cargo de Gustavo Mozzi, compositor y productor artístico que se desempeña como director de la Usina, incluye un amplio abanico de géneros: bandas emergentes, festival de chamamé, conciertos de música antigua, ciclos de jazz, rock o tango.
Y las actividades complementarias son variadas. Por ejemplo, durante los días en los que LA NACION recorrió el centro cultural rotaron la exposición por los 50 años de Mafalda, la entrega de los Premios Sur de la Academia del Cine, una fiesta de música electrónica y un impecable concierto de tangos encabezado por el violinista Pablo Agri, entre otros.
"En esta etapa fundacional apostamos a cautivar a la gente con una oferta de calidad sostenida en el tiempo, sumado al encanto de este espacio histórico reciclado. La intención es interactuar con la tradición cultural de La Boca y convertirnos en la nave insignia del Distrito de las Artes que se consolida en el barrio. Tenemos una programación de excelencia, pero no elitista", dijo Mozzi.
La Usina tiene 15.000 metros cuadrados distribuidos en tres niveles. La sala sinfónica tiene capacidad para 1200 personas y la de cámara, para 280; ofician principalmente como receptoras de conciertos. En cambio, el Salón Mayor, en el segundo nivel, y el espacio denominado Laberinto, en la planta baja, sirven como salas para exposiciones.
La Usina tiene 15.000 metros cuadrados distribuidos en tres niveles. La sala sinfónica tiene capacidad para 1200 personas y la de cámara, para 280
El Laberinto guarda la magia de funcionar entre las columnas que sostenían las viejas turbinas de la Ítalo. Las instalaciones todavía conservan piezas originales de la época en la que el edificio estaba destinado a la generación de energía.
José Lasalandra se emocionó cuando ingresó en ese sector, acompañado por LA NACION. José es uno de los últimos, y orgullosos, empleados de la vieja usina. "¡No lo puedo creer, esas tuercas son las mismas!", exclamó. Recorrer con Lasalandra el edificio resignificó cada rincón. Tiene 62 años, es soldador eléctrico y trabajó allí desde 1973 hasta el cierre, en 1997. Ingresó como personal de limpieza y terminó como jefe de turno, supervisando el funcionamiento de la planta. Fue testigo de la estatización de la CIAE, de un intento de remate posterior y del adiós definitivo tras la adquisición del predio por Acindar.
En el Salón Mayor del centro cultural hay segmentos en el piso tendidos con ladrillos de vidrio. Lasalandra confirmó lo que se narra en las visitas guiadas organizadas en la Usina del Arte. "Marcan las ubicaciones donde estaban las turbinas. Algunas funcionaban a vapor, las primeras, y luego otras funcionaban a gas. A la número 1 yo la llamaba Carlitos y a la 2, Josefina", recordó.
Sus palabras revelaron el cariño que este vecino de La Boca sentía por su trabajo; a lo largo de la charla se refirió varias veces a las turbinas con aquellos nombres propios. Afirmó que todos sus compañeros sentían la misma pasión que él: "Carlos Bonserio, Jorge Castro, Héctor Casas, Roberto Casasolla, Horacio Quintaz, Daniel Di Meglio", enumeró, entre otros "jóvenes" que ingresaron y fueron capacitados posteriormente, a los que recuerda como Larroca, Fernández, Moscarella, Visconti...
El edificio fue diseñado, por encargo de la CIAE, por el arquitecto Juan Giogna, que se inspiró en el palacio de la familia Scorza, de Milán. Su morfología y los materiales utilizados remiten a un palacio florentino.
Con ellos, más los secretos que les transmitió el jubilado Nicolás Stocolozza, Lasalandra logró volver a poner en marcha tres turbinas que originariamente funcionaban a vapor durante la crisis energética de los 80. "Ya estaban para ser rematadas, pero gracias a que los trabajadores supimos organizarnos y al entendimiento con uno de los ingenieros de Nuevo Puerto Ítalo las rescatamos, las pusimos en servicio, abastecidas con fueloil, y generamos un millón de kilovatios en un momento crítico", dijo.
Cuando se convirtió en empleado de la CIAE, Lasalandra cumplió su sueño. "Yo quería jubilarme trabajando en la Usina", explicó. Antes de eso realizaba soldaduras para un taller naval que también estaba radicado en La Boca. Desde allí, y desde su casa en la calle Suárez, escuchaba la sirena que emitía cada hora la CIAE desde cuatro parlantes unidos al reloj de igual cantidad de caras instalado en la torre del edificio. El mecanismo se rompió hace décadas y no fue reemplazado. Hoy se ven horarios distintos en cada lado.
El edificio fue diseñado, por encargo de la CIAE, por el arquitecto Juan Giogna, que se inspiró en el palacio de la familia Scorza, de Milán. Su morfología y los materiales utilizados remiten a un palacio florentino. Las obras empezaron a mediados de 1914 y culminaron en 1916; en 1919 y 1921 recibió ampliaciones que permitieron el aumento de la generación eléctrica para una población que no dejaba de crecer.
Los historiadores señalan que en 1979 la empresa fue vendida al Estado y se incorporó a Segba, que la transfirió a Edesur cuando se privatizó el servicio. Más tarde, fue operada por la metalúrgica Acindar hasta 1997.
Para Lasalandra ésa fue una época triste. Se redujo drásticamente la dotación de trabajadores y sólo siguieron en actividad los cinco jefes de turno. Hasta que un día "Carlitos" se plantó y vanos fueron los intentos de los técnicos de hacer que la turbina se encendiera nuevamente.
"Estuvimos dos turnos enteros tratando de que Carlitos arrancara, y no pudimos. Una de las maniobras fue cambiarle el aceite, desechamos el que tenía y cargamos nuevo. En ese momento no nos dimos cuenta, pero luego, revisando a Josefina, se descubrió que se había volcado arena intencionalmente en los motores de las turbinas. Fue un sabotaje. Nunca más se pusieron en servicio", sintetizó.
Poco después, los últimos trabajadores de la usina fueron indemnizados y despedidos. Lasalandra no pudo cumplir su sueño de jubilarse en el establecimiento.
Tras su adquisición, restauración y adaptación por el gobierno porteño, la usina volvió a ser usina, pero ahora genera arte y no electricidad
Veinticinco años después, tras su adquisición, restauración y adaptación por el gobierno porteño, la usina volvió a ser usina, pero ahora genera arte y no electricidad. "Nos enorgullece la influencia positiva de la Usina del Arte en la revitalización de La Boca y las zonas aledañas. Desde su inauguración, en 2012, tuvimos numerosas y muy diversas expresiones de arte y cultura que han satisfecho expectativas de distintos públicos", celebró el ministro de Cultura de la ciudad, Hernán Lombardi.
Algunas obras de infraestructura en el entorno del predio y el avance de la modernización del bajo autopista, donde funcionará un polo gastronómico y recreativo, facilitan el acceso y la permanencia en ese rincón porteño y promueven que más gente se acerque cada día a disfrutar de la programación.
LA NACION pudo constatar la diversidad del público que convoca la usina. En una visita guiada se mezclaron una mayoría de participantes porteños con otros provenientes de las provincias de Buenos Aires y Santa Fe, y algunos viajeros de Chile, Brasil e Italia. En la cola de espera para el concierto de Pablo Agri, el domingo 7, señores vestidos informalmente con camisas hawaianas y bermudas convivían con otros de elegante sport, con familias y con jóvenes de estilo alternativo.
Al terminar ese concierto, y tras el éxodo de los asistentes a la Usina del Arte, el palacio florentino quedó sumido en la penumbra. Quién sabe, horas después, el fantasma de una señora en bata pasó a encender las luces mientras paseaba a su perro.