En un cancherísimo edificio de Villa Urquiza trazado por el estudio Monoblock junto con Osvaldo Cheula, Martin Mayan y Marina Mazzocchi, los arquitectos nos muestran cómo reinventaron sus versátiles departamentos según su dinámica familiar.
Ignacio Szulman
“Este es un edificio de arquitectos”, asegura Ignacio. Que tres de los vecinos (sobre un total de 7 unidades), compartan profesión no es producto de la casualidad, sino de una construcción que, por su morfología, diseño y elección material, atrae y conquista colegas.
El departamento en el que vive con su mujer, Magdalena, y su hijo, Iván (2) está en el segundo piso, y se destaca por una terraza en voladizo al frente. Esa característica lo llevó a elegirlo por sobre una planta idéntica en el mismo piso, pero con balcón corrido (que hoy ocupa Osvaldo). La distribución interna es la misma: en el centro, baño con doble circulación y cocina integrada; rodeando ese núcleo, una planta en forma de ‘O’.
A las puertas corredizas existentes, que permiten dividir el departamento en dos sectores, Ignacio les agregó una pared de placa de yeso para delimitar el cuarto principal y el de Iván.
Los dueños de casa conservaron los pisos originales: eucalipto en el living y venecita negra en el área de la cocina. El mueble de madera con tensores es diseño de Ignacio, al igual que la mesa de comedor, que acompañaron con sillas Eames vintage (Mercado de Pulgas de Dorrego).
La iluminación se resolvió con un riel con spots de led (Iluminación Agüero).
Tres vecinos nos muestran la decoración de sus espacios
Tres vecinos nos muestran la decoración de sus departamentos
3 vecinos nos muestran cómo decoraron sus deptos de 2 ambientes
La mesa de comedor –en paralelo a la cocina–, junto con la estantería que toma la pared de punta a punta, enfatiza la longitud del área social.
Entre el living y la habitación principal se ubicó el escritorio, diseñado por Ignacio, acompañado por una silla ‘Eiffel’ y manta tejida ($3.780, Tienda de Costumbres). De espaldas al baño y de cara a la ventana, aprovecha la vista y la luz natural.
En la habitación principal, cama (Simmons) con acolchado blanco (Arredo), almohadones de colores claros (Picnic Decor), pie de cama de lana ($3.480, Tienda de Costumbres) y pequeña lámpara vintage (Mercado de Pulgas de Dorrego) sobre la mesa de luz de madera heredada de una abuela.
En el cuarto de Iván, cama de madera (Booh Muebles), escritorio vintage y mesa de juegos comprada en una maderera del barrio.
Osvaldo Cheula
Osvaldo conoció a dos de los integrantes del estudio de arquitectura Monoblock mientras eran alumnos suyos en la UBA. Trabajó con ellos por primera vez en 2002, cuando los convocó para un trabajo en España. A partir de 2008, con Monoblock ya consolidado, Osvaldo armó equipo con “los monos” en varios de sus desarrollos inmobiliarios. En dos de ellos terminó viviendo junto con su mujer, Patricia. Este es el segundo, y lo eligió mientras estaba en la construcción por tres razones centrales: la estética del edificio, de materiales nobles, simples y a la vista (hormigón, ladrillo en las fachadas internas, madera), la ubicación en la zona de Villa Urquiza lindante con Belgrano R (que cobró nueva vida con el desarrollo del corredor urbano de Donado/Holmberg), y por las características de las unidades: la “vieja obsesión”, dice, de concentrar el bloque húmedo en un “paquete” y dejar planta libre alrededor.
Al igual que Ignacio, Osvaldo conservó el piso original de eucalipto. La barra enchapada en madera, con mueble colgante a tono, son diseños de Osvaldo ejecutados por un carpintero, al igual que la biblioteca y la estantería frente a la barra.
Las lámparas de vidrio opalino vienen de una casa anterior, y se dispusieron para dar luz puntual sobre la barra desayunadora y el sector de comedor, armado con mesas de madera y sillas Thonet, estilo bar.
“Completamos la cocina con una barra para tener más superficie de apoyo y sumamos espacio de guardado con muebles arriba y enfrente”.
En el living, cómodas sillas tipo reposera que se usan tanto para ver televisión y leer como para tomar mate o sol en el balcón. En la esquina se fijó el área de trabajo, con un escritorio que venía de una casa anterior adaptado al tamaño de este espacio, y una biblioteca alta, en sintonía con el resto del mobiliario diseñado por Osvaldo.
La consigna para el mobiliario es la versatilidad: las mesas de bar se pueden reacomodar dependiendo de la ocasión, y los sillones se usan tanto afuera como adentro.
Osvaldo y Patricia prefirieron ubicar su habitación mirando al contrafrente. La separación con el sector del escritorio la hicieron fijando los roperos móviles que venían con el departamento.
Ernesto Tagliabue
Ernesto (arquitecto) y Roxana (socióloga y futura sommelier) se conocieron mientras vivían en el mismo edificio, cada uno en su monoambiente. Les costó mudarse: se habían apegado al lugar y a los vecinos, a esa altura todos amigos. Este dúplex en planta baja, con jardín, pileta y aire de PH los terminó de convencer. Aunque la distribución original no era exactamente lo que buscaban –la escalera, liviana y a la vista, desembocaba en un pasillo con baranda que atravesaba el living por lo alto para terminar en el cuarto principal, también abierto–, tenía solución.
Además de hacer la obra que cerró el pasillo y la habitación, y sumó un segundo cuarto para Juan, el hijo de ambos, le dieron una lavada de cara a las áreas sociales, le pusieron onda al patio (con nuevos revestimientos, una enredadera y un cartel luminoso) y remodelaron la cocina para usarla como centro de reuniones multitudinarias. El resto, es puro disfrute.
El piso original, de porcelanato grisáceo, se cubrió con microcemento blanco, que se usó también sobre la barra de la parrilla y la pileta. Entre la cocina y el living, comedor con mesa de madera maciza (Mercado de Pulgas de Dorrego) que Roxana trajo de su departamento anterior, con juego de sillas ‘Eiffel’ y trío de lámparas galponeras compradas por Mercado Libre. En el lateral, gigantografía del manifesto Holstee montada en un bastidor.
“El primer piso balconeaba sobre un sector del living. Lo cerramos y lo ampliamos: perdimos la doble altura, pero ganamos privacidad y un cuarto más”.
La pared con listones de madera –obra de Ernesto– es bien versátil: funciona como baranda, contiene el televisor y oculta con una puerta el espacio bajo escalera, usado como baulera.
El sofá en ‘L’ de 90cm de profundidad, tapizado con gamuza sintética, viene del departamento anterior de Ernesto, al igual que la mesa ratona. Detrás, láminas de obras contemporáneas enmarcadas (Tienda Malba).
“Actualizamos la cocina con revestimientos nuevos y más espacio de guardado. La usamos muchísimo: estuvimos en Cookapp y nuestra casa fue un restaurante a puertas cerradas para 20 personas”.
La ventana, que da a una pared de ladrillo calado que genera ventilación cruzada, se cubrió con una cortina roller y se bordeó con una tira de luz led que la enmarca. En la heladera, imanes traídos de varios viajes realizados por la pareja y en familia, junto a una lámina enmarcada comprada en Ámsterdam.
La escalera desemboca en un escritorio de madera, que Roxana usaba como desayunador en su casa anterior.
“El muro vidriado fue la solución más práctica para que el cuarto de Juan tuviera luz. A la noche, se cubre con un blackout”.
En el cuarto de Juan, cerrado con blindex, una cama nido que le regaló su abuela, una cajonera baja (Mercado de Pulgas de Dorrego), que su mamá usaba como consola para el televisor, banderines de tela, guirnaldas y peluches de animales traídos de Chile (Casa Ideas).
“Nos conocimos porque éramos vecinos: cada uno tenía un monoambiente en el mismo edificio y nos cruzábamos en la pileta. Los muebles de esta casa son un ensamble: los más modernos son de Ernesto; los vintage, míos”.
En el dormitorio principal, una silla vintage (Mercado de Pulgas de Dorrego) que Roxana trajo de su casa anterior. Arriba de la cama, una foto enmarcada de Pacha Ibiza, tomada por el lente de Toni Riera en la época en que era un spot hippie.
Texto Bárbara Orlando.
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