En Once, la venta ilegal callejera no descansa ni durante la noche
Hay puesteros que trabajan para dueños que no conocen, en horario nocturno; recaudan entre $ 500 y 2500; el gobierno porteño dice que no puede sacarlos con la Policía Metropolitana
La venta ilegal en Once crece, y los puestos, que más que ambulantes ya son fijos, funcionan incluso de noche. Transitar por la zona, una de las más afectadas por la actividad, es prácticamente imposible. Y mientras los vendedores nocturnos explican que son explotados por los dueños de los puestos, en su mayoría extranjeros, las cámaras empresariales denuncian la ausencia del Estado para combatir el comercio desleal.
La avenida Pueyrredón no duerme. Cuando los locales comerciales bajan las persianas, quedan los meseteros: quienes antes exhibían la mercadería sobre mantas y que hoy, con tablones y cajones, tienen ahora un lugar establecido. La situación es más visible en las veredas de la estación de Once y las cuadras a su alrededor. Allí, donde se concentra el 25% de la venta ilegal de toda la ciudad, algunos de los puestos permanecen abiertos durante toda la noche. Otros quedan armados, cubiertos por nylon.
Silvia –quien pidió que no se use su nombre real porque, dijo, teme represalias– es una de los guardianes que pasan las noches despiertos cuidando el negocio y haciéndose compañía. Entra a trabajar junto con su pareja, Marcelo (tampoco es su verdadera identidad), a las 20 del sábado, y permanecen hasta las 8 del lunes. Por las 36 horas corridas, cada uno cobra $ 330. Otros, como Rubén González, trabajan unas 12 horas y reciben $ 200. "Cada uno hace su propio arreglo con el dueño", afirman. "Yo trabajo desde las 20 hasta las 9, o las 10, a veces más; depende de a qué hora llegue el empleado del día siguiente o la dueña", dice Zulma Sánchez, otra vendedora.
"Estoy acá de paso; soy chofer. En cuanto pueda sacar de nuevo mi registro dejo esto, porque es insalubre y no me gusta el ambiente", afirma Miguel Romero. Está a cargo de un polirrubro: vende desde tijeras, perfumes, hasta linternas con picana. "De noche se vende bien; por lo general, puedo sacar entre $ 500 y 600", asegura, y muestra un cuaderno con el detalle de las ventas. González, que vende indumentaria, indica que en una buena noche hace unos $ 2500. "Pasa mucha gente por acá que te compra; por ejemplo, viene un chabón que se levantó una minita y le compra una calza o una tanguita para regalarle", asegura. A fin de mes, las ventas caen y recaudan alrededor de $ 200 por noche.
La informalidad es el principal problema de estos cuidadores. "Si me falta algo, me lo descuentan; pero si vendo mucho o poco, da lo mismo", dice Zulma.
Los mismos guardianes dicen que, en algunos puestos, se venden estupefacientes con conocimiento de la Policía Federal. "Es todo una mafia", dice Romero.
La fiscal porteña Verónica Guagnino investiga la venta ilegal y estuvo al frente de operativos y allanamientos. "Es lo que se dice, que venden droga; probablemente sea cierto, como en cualquier otro lugar de la ciudad, pero nosotros la verdad no hemos encontrado ningún elemento", afirma. Algunos de los puesteros entrevistados reconocen que, cuando va a venir la Policía Metropolitana, alguien les avisa.
Fuentes del gobierno porteño argumentaron no poder desbaratar algunos centros de venta ilegal al aire libre porque "con los efectivos de la Metropolitana no alcanza, los vendedores son muchos". La Policía Federal, agregaron, difícilmente colabora. Tal vez, sugirieron, los puesteros de Once sean un objetivo cuando Horacio Rodríguez Larreta asuma como jefe de gobierno.
Se espera que a partir del próximo año se motorice el traspaso de la Policía Federal a la Ciudad. Ese fue el compromiso de los tres principales candidatos presidenciales.
Mientras, el flagelo continúa. Ninguno de puesteros conoce la verdadera identidad de su jefe. Apodos como "el Chato", "la China", "la Jackie" o "Karina" se repiten, pero todos aseguran que ésos no son los nombres verdaderos. "La mayoría son peruanos. Cambian todo el tiempo de domicilio porque, si no, se los allanan", coinciden. "Estoy segura de que esto es una pantalla, porque mueven muchísima plata. Hay alguien de mucho poder detrás de todo esto", afirma Silvia. "Un puesto acá vale entre 20.000 y 50.000 pesos. Éste de al lado se vendió por "$ 30.000", detalla. El mesón no mide más de 1,50 metro de largo.
Vicente Lourenzo, presidente de la Cámara de Comerciantes Mayoristas e Industriales (Cadmira) y vocero de la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME), coincide. Según él, la mayoría de los puesteros no trabaja por cuenta propia. "Se puede visualizar que hay una organización atrás, que les provee las mercaderías para la venta", opina.
Lourenzo sostiene que la ilegalidad perjudica a los comerciantes habilitados. "En un día especial, como el Día del Niño, la venta en la vía pública puede llegar a representar entre el 40 y el 50% de la venta total de ciertos productos", dice el empresario, y afirma que por la competencia desleal muchos comercios debieron cerrar sus puertas.
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