El 7 de julio de 1923 se inauguraba en la españolísima Avenida de Mayo el Palacio Barolo, obra del genial arquitecto italiano Mario Palanti
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El 7 de julio de 1923 se inauguraba en la españolísima Avenida de Mayo el primer rascacielos de América Latina, una mole de hormigón armado que rompería con todos los cánones de la época; un edificio que no pasaría inadvertido, por la cúpula y sus formas curvas estilo art noveau destinadas a marcar analogías con el poema La Divina Comedia. Hoy, en las puertas de su centenario, la increíble obra arquitectónica celebra un nuevo aniversario con una serie de actividades artísticas y culturales.
“Estimamos recibir unas 300 personas cuando, a partir de las 18.45, se abran las puertas en Avenida de Mayo 1370. Con entrada libre y gratuita, el público podrá acceder a la planta baja y conocer la historia de la obra del genial arquitecto italiano Mario Palanti”, adelantó a LA NACION, Elena Orlova, coordinadora de Visitas Guiadas del inmueble.
La mujer aclaró que solo habilitarán el hall con su emblemático pasaje, pero que quienes deseen recorrerlo en profundidad, y acceder a los diferentes pisos y a la cúpula, deberán inscribirse en las visitas guiadas que se ofrecen a través de las redes sociales del palacio o en el puesto informativo de la entrada. Esas visitas serían antes o después de las celebraciones del aniversario.
Hoy, la gente escuchará a la Orquesta Sinfónica del Conservatorio Superior de Música Manuel de Falla de la ciudad de Buenos Aires, que brindará un espectáculo musical: sonarán el Himno Nacional Argentino, un pericón y una suite de Astor Piazzolla, entre otras piezas. También se inaugurará un nuevo quiosco informativo con el estilo art decó de los años 20, que reemplazará al que se encontraba desde la inauguración del edificio. Este pequeño monumento en el centro del tradicional pasaje esta creado como una prolongación de la obra, con su arquitectura icónica y sus colores simbólicos.
Pero, además, las personas ciegas recorrerán el sitio a través de una novedosa réplica en 3D del inmueble, tocando y accediendo íntegramente a su patrimonio histórico y cultural. Habrá también distintos códigos QR para escanear con los teléfonos celulares y así obtener información del lugar. “Vamos a llevar a cabo este tipo de actividades todos los meses hasta que el Barolo cumpla los 100 años”, adelantó Orlova. Las actividades son organizadas por la Fundación Amigos del Palacio Barolo. Para entrar se hará cola en la vereda, pero en el interior habrá algunas sillas para descansar.
El Barolo hoy es un edificio compuesto por 260 oficinas, con dos terrazas y un bar salón que posee una de las mejores vistas de Buenos Aires y del eje cívico, con el Congreso en un extremo y la Casa Rosada en el otro, unidos a través de la Avenida de Mayo.
Desafío técnico
Con su altura de 100 metros, el Palacio Barolo se presenta como un desafío técnico en hormigón armado. “Un ícono urbano que resulta de una fusión entre la gran galería comercial europea y el rascacielos neoyorkino, una estrategia usada ya por Francesco Gianotti, colega de Palanti, en la Galería Güemes (Buenos Aires, 1913-1915)”, explica Virginia Bonicatto, doctora en arquitectura de la Universidad Nacional de La Plata.
Las fachadas del inmueble exponen el intento de dominar la verticalidad del rascacielos. Son una conjunción entre ornamentación y figuras geométricas. Muestran las más variadas combinaciones de elementos arquitectónicos, de círculos y de curvas, destaca la profesora.
Por eso es que, al alzar la mirada mientras se camina por sus veredas, se puede apreciar el juego de estas figuras en los diferentes vanos y balcones que se superponen en un diseño homogéneo visto desde lo lejos. Tal particularidad de lenguaje en la obra palantiana provocó las críticas del arquitecto francés Le Corbusier, durante su visita de 1929, centradas en la ornamentación y no en el desafío que significaba el uso vertical del hormigón armado en el rascacielos.
Según Bonicatto, a pesar de la notoria presencia de elementos de correspondientes a este tipo de torres, como los ventanales que organizan la fachada, la ambición de Palanti era la invención: diseñar un rascacielos latino o, mejor dicho, una “mole palantiana” –como él lo llamó– en la que el arte le ganara la batalla a la especulación. Algo que de alguna manera logró, si pensamos que la presencia de sus edificios abraza, aún hoy, una marcada simbología inspiradora de mitos y leyendas urbanas, dice la profesora.
Palanti y Luis Barolo, quien lo mandó a construir, ambos de origen italiano, sentían profunda adoración por la figura de Dante Alighieri y levantaron en su homenaje una obra llena de analogías con La Divina Comedia. La intención era que allí reposaran las cenizas del consagrado escritor italiano y, para eso, diseñaron un lugar bajo la bóveda central, en la planta baja, con una estatua de bronce de 1,50 metros de altura que representaba el espíritu del poeta apoyado sobre una gran ave que lo llevaba al paraíso.
El edificio tiene 100 metros de altura, como 100 son los cantos de La Divina Comedia y al igual que las estrofas de los versos, 22 son sus pisos. Está conceptualmente dividido en infierno, purgatorio y paraíso, coronado por un faro que simboliza la figura de Dios. Por haber sido declarado Monumento Histórico Nacional en 1997, no puede ser modificado.