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Desde el living de su casa, Delia León escuchaba junto a su mamá el discurso del presidente Raúl Alfonsín transmitido por ATC. Pero los gritos irrumpieron en la casa. Aunque el verdadero terror apareció cuando las dos bajaron los escalones de la entrada y vieron las llamas que envolvían al edificio ubicado enfrente. Pasaron 36 años y Delia no puede olvidar la imagen de personas que saltaban desde las ventanas envueltas en frazadas o colchones para escapar del fuego ni el ruido del impacto de los cuerpos contra el piso. Ese día, el 26 de abril de 1985, el espanto se adueñó del barrio de Saavedra.
El incendio de la clínica neuropsiquiátrica Saint Emilien, ubicada en Crisólogo Larralde entre Estomba y Naón, fue considerado el más trágico de la historia en nuestro país hasta la tragedia del boliche Cromañón, en 2004. En el inmueble, que aún conserva la fachada y los colores de entonces con pinceladas de óxido, murieron 78 personas entre pacientes y enfermeros. Los cuerpos, recuerda Delia, se apilaban en la vereda y las calles mientras bomberos, ambulancias y policías se sumaban al operativo de rescate.
Para ningún transeúnte pasa desapercibida esa enorme construcción. Los que se animan a preguntar de qué se trata se estremecen ante tanto horror. La imagen del Elefante Azul, como se conoce en el barrio al fantasmal edificio de seis pisos, rememora todos los días aquel drama que marcó a quienes viven en la zona.
El inmueble, durante varios años intrusado y con riesgo de inundación en los subsuelos, aún no tiene un destino claro. Entregado a la frondosa maleza que crece en los patios externos, a pesar de la limpieza que hace dos años realizó la comuna, espera su suerte.
La noche siniestra
Eran las 21.15 de un viernes cuando el fuego alcanzó todos los pisos del edificio donde había 410 personas internadas. “A los heridos y a los muertos los ponían acá”, dice Delia, señalando la vereda. “Fue un desastre, no me olvido más de ese momento. Vi gente que se tiraba desde las ventanas envuelta en colchones al ver las llamas que avanzaban. Intentaban salvarse así, pero el golpe desde tan alto los terminó matando”, relata.
Vi gente que se tiraba desde las ventanas envuelta en colchones al ver las llamas que avanzaban.
La mujer, de 87 años y recuerdos frescos, recorre de punta a punta el establecimiento, se detiene en un punto y sus sentidos viajan al pasado. “Todos los días sentíamos el olor de la comida, escuchábamos los ruidos de los platos, las ollas, porque ahí estaba el comedor. Pero lo que más me acuerdo son los gritos de los pacientes, de noche, que no nos dejaban dormir. Muchas veces llegamos a tocar timbre para saber qué pasaba”, afirma.
Jorge Pérez era un chico de 8 años, pero conserva detalles de aquella noche en la había salido a jugar a la pelota con algunos amigos del barrio. Algo llamó la atención del grupo: el humo que salía de las ventanas de la mole le puso un freno al picado. “Mi vieja cruzó y le avisó al recepcionista que se estaba incendiando el lugar. Nadie se había dado cuenta, le habían dado de cenar a los internos y no se habían enterado”, comenta.
“Cuando llegaron los bomberos, ya era tarde, porque el lugar no tenía escaleras de incendio, los matafuegos estaban descargados y las llamas habían tomado los pisos superiores. Recuerdo que la gente salía desorientada, perdida, escapando de las llamas. Había pacientes sentados acá, en los escalones de casa”, cuenta Jorge.
Recuerdo que la gente salía desorientada, perdida, escapando de las llamas.
De acuerdo a las crónicas de la época, la mayoría de las personas alojadas en el lugar recibía sedantes como parte de su tratamiento, por lo que a la hora del incendio muchos estaban durmiendo y tuvieron menos chances de huir. Como agravante, las habitaciones estaban cerradas o con barrotes, al igual que las ventanas, lo que provocó que la víctimas murieran calcinadas o por asfixia.
Los relatos de ese entonces sostienen que los bomberos lograron ingresar al lugar pasada la medianoche, una vez controlado el siniestro, y hallaron un panorama desolador. Recién en las primeras horas del sábado 27 de abril pudieron retirar los cadáveres. Los heridos habían sido enviados al Instituto del Quemado y a diferentes hospitales de la Ciudad, mientras que el resto de los internos había sido derivado a otros establecimientos psiquiátricos.
La investigación judicial
Los primeros indicios de la investigación judicial apuntaban a un incendio intencional originado por uno de los pacientes, pero la hipótesis nunca pudo comprobarse. La causa para hallar a los responsables de la tragedia por acción u omisión quedó prescripta y nadie fue condenado por el caso. Hubo algunas demandas civiles que sí prosperaron y algunas indemnizaciones de la clínica, del gobierno local y de obras sociales.
El 1° de agosto de 1999 LA NACION publicó una resolución del entonces juez civil y comercial federal Raúl Tettamanti. Los directores de la Clínica Saint Emilien, la Obra Social para el Personal de los Ministerios de Salud, Trabajo y Seguridad Social y la exmunicipalidad de Buenos Aires fueron hallados culpables por la muerte de Susana Escasany, empleada del PAMI de 57 años, una de las 78 víctimas. La Justicia reconoció así una indemnización de 200.000 pesos a los tres hijos de la mujer, 14 años después.
Según el fallo de la Cámara Civil y Comercial Federal, el incendio se debió a notorias deficiencias edilicias en las instalaciones de la clínica. Se probó que faltaba ventilación en el subsuelo, había poca iluminación y exceso de camas. “La exmunicipalidad no ejerció adecuadamente el poder de policía porque omitió clausurar la clínica días antes del incendio, tal como sugirió un informe”, consignaba la sentencia reproducida por este medio.
“Un peligro”
Salvo por un corto período, el edificio se mantuvo vacío. “Siempre me venían a buscar para que ponga en marcha la bomba que desagotaba el agua de los subsuelos. El lugar estuvo cerrado muchos años después de lo que pasó. Volvió a abrir como una clínica de rehabilitación de adictos, trabajó un tiempo, pero cerró porque jamás se hicieron las reformas. Eran más empleados que internos. El lugar estaba quemado en todo sentido”, agrega Pérez.
Pablo Casal no vivía frente al Elefante Azul cuando ocurrió el incendio, pero su abuela sí, y fue ella quien le contó la historia de lo que sucedió allí en abril de 1985. Lo que puede relatar Pablo es lo que ocurre hoy con el predio y lo que significa para el barrio. “Es un basural, con gente que entra y sale, un peligro y hasta gente que entra a vender droga”, dice mientras lava su taxi.
Es un basural, con gente que entra y sale.
Los vecinos, con Delia como una de las referentes, juntaron firmas y solicitaron la limpieza del lugar que se concretó hace algunos años, aunque hoy, afirman, el lugar tiene el mismo estado de abandono que antes.
“Llegamos por denuncias enviadas a la comuna. Hicimos un procedimiento de baldío para limpiar ramas, cortar malezas y árboles que significaban un peligro. Quedó el terreno limpio, había basura de todo tipo”, explica Gabriel Borges, presidente de la comuna 12, sobre el operativo que se realizó en 2019.
La resolución 446 del Gobierno de la Ciudad establece el “procedimiento para la higienización, desinfección, desinsectación, desratización, eliminación de malezas y/o saneamiento de terrenos baldíos o casas abandonadas en las comunas” y, de acuerdo a esta norma, fue que se actuó en el edificio de Saavedra. La comuna emitió edictos dirigidos a los propietarios del inmueble y, al no recibir respuesta, seis meses después, procedió con el operativo.
“Encontramos un caño roto y los subsuelos inundados. Con bombas de achique sacamos el agua y limpiamos el sótano. La guardia de auxilio determinó que no había riesgo de derrumbe y, desde ese día, no tuvimos más denuncias”, responde Borges.
La guardia de auxilio determinó que no había riesgo de derrumbe y, desde ese día, no tuvimos más denuncias.
El abandono se ve por cada una de las hendijas que se abren entre los paneles colocados en el perímetro: sillas desvencijadas, azulejos y vidrios rotos, paneles de luz colgando del techo, zapatillas tiradas, botellas desparramadas y basura en cada rincón. Una puerta de madera con candado reemplaza al imponente hall del acceso principal, vidriado y envuelto en piedras de granito, de la exclínica Saint Emilien, esa mole olvidada hace ya 36 años.