El último viaje de los vagones de 100 años
Recuerdos, personajes ilustres y leyendas urbanas acompañaron a esta línea desde 1913
A las 22.50, Edgardo Acevedo conducía la formación belga de la línea A de subtes, que hacía su trayecto por última vez. Lo acompañaba el guarda José Chapino.
Como hace casi 100 años, cuando fueron inaugurados, cientos de miles de personas despidieron ayer a los vagones más antiguos del mundo que seguían en circulación.
Es que la nueva administración del metro local, a cargo del gobierno porteño, decidió realizar el recambio de los 95 vagones belgas de 99 años por formaciones chinas cero kilómetro, que empezarían a correr en marzo. Hasta el 8 de ese mes, según el anuncio oficial, la línea A permanecerá cerrada.
Con un dejo de nostalgia abundaban en este último viaje los celulares y las cámaras fotográficas que no querían dejar en el olvido a estos coches de madera noble, con apertura manual de puertas y una mixtura de artesanía e industrialización.
Hasta el embajador de Bélgica en la Argentina, Thomas Antoine, se acercó ayer a hacer un último viaje en la primera línea de subterráneos de América latina y países de habla hispana. "Nuestros coches tienen garantía de 100 años", bromeó y agregó: "Nosotros empezamos a fabricar estos vagones para otros países, pero nunca pudimos disfrutarlos ya que Bruselas sólo tuvo su línea de metro en los años 70. Está muy bien que se modernice la flota, pero espero que se conserven estos coches".
La línea A y los vagones La Brugeoise comenzaron a rodar entre Plaza de Mayo y Plaza Miserere el 1° de diciembre de 1913. "El primer subte partió a las 15.25 y la comitiva estuvo encabezada por Victorino de la Plaza, en ejercicio de la presidencia porque Roque Sáenz Peña estaba muy enfermo. En la estación Congreso hubo una parada. Luego siguieron viaje hasta la estación Once, donde los esperaba un importante lunch. Esta fue una de las principales vías de comunicación que unía el centro de la ciudad con el ferrocarril del Oeste", recordó el historiador Daniel Balmaceda.
Él señala que la A fue la única línea de subtes que se construyó a cielo abierto. "Como corría debajo de la Avenida de Mayo, que sufrió demoliciones y construcciones desde 1898, la gente ya estaba acostumbrada. Por esa vía no estaban permitidos los tranvías, razón por la cual la circulación del viajante no se veía perjudicada", explicó el historiador.
Aunque resulte difícil de creer en nuestros días, las primeras 14 estaciones de la línea A se construyeron en 26 meses. Y, apenas otros ocho meses demandó su extensión hasta Primera Junta.
Los coches belgas saldrán a la superficie por Primera Junta y serán trasladados hasta el Taller Polvorín. Con ellos se irá la historia de los asientos de madera, el cierre manual de las puertas, las lámparas dentro de los vagones con espejos que transportaron a millones de pasajeros, de diferentes épocas. Los primeros, vestidos con impecables trajes, sombreros o polleras trabajadas con finura; y los últimos, sumergidos en los iPad o smartphones , ajenos al bamboleo crujiente de las formaciones.
Recuerda Balmaceda que Roberto Arlt fue uno de los pasajeros ilustres, ya que usaba con frecuencia esta línea. Otro escritor usuario de la línea fue Leopoldo Lugones. En nuestros días, no era difícil cruzarse al monseñor Jorge Bergoglio en los elegantes coches subterráneos.
El último viaje recorrió cada estación, que conservarán sus colores. Esa distinción se ideó para los analfabetos y para los ciudadanos que se encontraban perdidos.
La línea A también es famosa por una leyenda urbana: la estación fantasma. Cuando el subte atraviesa el camino entre Alberti y Pasco aseguran que se apagan las luces. Y que, si en ese instante se mira por la ventanilla, se pueden observar hombres y mujeres que deambulan, vestidos de época. Pero ya no habrá lámparas que se apaguen y, quizá, tampoco fantasmas esquivos. El último tren terminó su recorrido.