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Dicen los vecinos que es uno de los secretos mejor guardados de la ciudad. El triángulo que forman las calles Tinogasta, Zamudio y la Avenida San Martín, en pleno barrio de Agronomía, es un remanso de mariposas, olor a flores y cantar de pajaritos a pocos metros del Metrobus y su ruido incesante de colectivos.
Basta salir de la avenida y hacer una cuadra más para adentrarse en el “Barrio Rawson”, como se llamó al conjunto de viviendas inauguradas en 1934 por la Comisión Nacional de Casas Baratas (CNCB), una institución pública que a principios del siglo XX buscó dar respuesta al déficit habitacional de la ciudad. Los fondos provinieron en parte del presupuesto nacional, y en parte de las corridas de los días jueves en los hipódromos porteños. Según el proyecto original, al principio las propiedades se otorgaban con un pago mensual que podía ser de alquiler o de cuota de venta, dependiendo de lo que quisiera la familia.
Con el tiempo, las “casas baratas” pasaron a ser viviendas codiciadas. Hoy por hoy, suelen venderse para familiares o conocidos de otros propietarios de la zona. Cuando una se pone a la venta, el dato corre rápidamente.
La CNCB realizó en el Barrio Rawson dos tipos de viviendas: nueve edificios de departamentos —de sólo tres pisos, aunque los vecinos los llamen “torres”— y 104 casas individuales de tres tamaños distintos, todas de dos pisos y techo a dos aguas de tejas. Los departamentos son enormes: tienen cinco ambientes, cocina, lavadero y despensa. Y casi no se venden, se heredan, confirma Oscar Fernández, encargado de uno de los complejos sobre la calle Tinogasta. Es que más allá del enorme espacio de los ambientes (son todos semipisos) tienen una calidad de construcción que hoy casi no se ve en los nuevos edificios que se levantan a lo largo de la ciudad.
Hoy por hoy la mayor discusión del consorcio es si poner o no llave en la puerta de reja que da acceso al patio central, que tiene una vegetación tan linda que invita a más de un colado a tomar mate. Por eso hay carteles por todos lados que indican que se trata de una propiedad privada.
Toda el área —unas pocas cuadras de callecitas breves y diagonales— está encerrada por el Club Comunicaciones, a un lado, y el enorme pulmón que supone el Parque Agronomía y la cercana Facultad de Ciencias Veterinarias, al otro. Eso le confiere al barrio cierto aire de “isla” a la que no suelen entrar más que los propios habitantes.
Pájaros y plantas
“Es como un pueblo de la Provincia de Buenos Aires insertado en medio de la ciudad”, define Guillermo Judt, un vecino de la calle Eugenio Ramírez que celebra vivir en un lugar en el que todos los vecinos se conocen, y donde llegó a contar 27 especies distintas de pájaros. Él es médico y llegó a Agronomía desde Barrio Norte a fines de los 80. Dice que se enamoró instantáneamente del barrio. Entonces compró su casa por una mínima parte de lo que vale hoy.
Según cuenta, en el 88 la zona era un poco más marginal, al menos mientras estuvo tomado el Albergue Warnes, un conjunto de edificios abandonados sobre la calle Warnes y Avenida de los Constituyentes, que fue demolido en diciembre de 1990. “Hoy es uno de los pocos lugares de la ciudad en el que los chicos siguen jugando a la pelota en la vereda”, explica Judt, que camina sosteniendo unas enormes hojas verdes.
Médico y entusiasta de la jardinería, su casa tiene uno de los frentes más bellos del barrio. Está cubierta de una prolijísima enredadera y tiene su entrada cubierta de todo tipo de plantas. Judt ama vivir en un lugar donde se huele el perfume de las plantas y se conocen entre todos. Eso sumado a que a 200 metros está la avenida San Martín con sus colectivos que lo pueden dejar en el centro en media hora. Pero los caños de escape y los bocinazos no se escuchan entre la vegetación de las casas (en algunas esquinas hay que agacharse para esquivar jazmines). “Me siento un privilegiado de vivir acá”, afirma y sonríe.
Una catalogación de Área de Protección Histórica impide demoler o modificar la fachada de unas 60 casas construidas por la CNBC. Y mantiene el espíritu tranquilo del barrio.
Si a la hora de la siesta no hay casi movimiento en el barrio —por aquí no pasan colectivos ni hay comercios ni taxis— prácticamente toda la actividad se concentra en el Bar Rayuela, ubicado a pocos metros del edificio en el que vivió Julio Cortázar de 1934 hasta 1951. Tiene una esquina privilegiada y un cartel que dice “barrio sin prisa”.
“No tengo competencia”, dice y se ríe Paula “Poli” Spoliansky, su dueña. Hace 18 años que se mudó al barrio y hace muchos que tenía en la mira la esquina de Cortázar y Artigas en la que está ubicada el bar, que hasta entonces tenía uso residencial. Cuando logró convencer al dueño, comenzó su emprendimiento, el único bar del triángulo. Paula le compró su casa a una señora muy mayor; la dueña anterior había ganado la casa en un sorteo de la tabacalera Nobleza Picardo.
“Con el tiempo el barrio se valorizó un montón: antes cotizaba mucho más barato que Villa del Parque porque se consideraba un pedacito perdido al costado de Agronomía”, explica. ¿Su motivo favorito de vivir ahí, más allá de su casa centenaria y su local? La cercanía con uno de los pulmones verdes más grandes de la ciudad. Ese garantizado continuo ir y venir de pájaros y mariposas.